El nacionalismo es un virus que, por mucho que se diga, no se cura viajando. Se cura, sobre todo, colaborando y compartiendo objetivos comunes. Esta semana hemos sido testigos, de primera mano, de lo que puede llegar a parir el nacionalismo si se une al populismo cuando los problemas se acumulan. El mejor ejemplo ha sido la expropiación de YPF por parte del gobierno argentino de Cristina Fernández de Kichner. El Ejecutivo de la Casa Rosada buscó la excusa de la escasa inversión de Repsol para birlarle por toda la patilla, como las que luce el viceministro Kicillof, YPF. Si eso fuera así, si fuera verdad que Repsol no ha invertido en Argentina no habría descubierto el mayor yacimiento petrolífero de la historia del país, como es Vaca Muerta. El argumento, por lo tanto, no se sostiene. Y si Argentina desea recuperar la industria petrolífera, cosa que está en su derecho pero si paga un justiprecio, tampoco se entiende que sólo expropien a Repsol y no a otros accionistas de YPF o a otras multinacionales petroleras que trabajan en la patria del mate. La razón de su conducta es sencilla, ven a España como el peón más débil de Europa y el de menor capacidad de reacción. Así es la política internacional de algunos dirigentes agobiados. España se revuelve. Más allá de limitar la importación de soja, la clave está en las cancillerías. Ha conseguido el apoyo decidido del Parlamento europeo y el más tímido de Estados Unidos. Argentina ya no atrae inversores ni dinero, solo soflamas. El dinero extranjero, sobre todo el español, era el que engrasaba su maquinaria económica. El gobierno de los Kichner ha acumulado decenas de litigios en los tribunales internacionales y también intensos desequilibrios. Algunos analistas calculan que la pobreza ha alcanzado a más del 40% de la población argentina. Su PIB está más triste que un tango y el Fondo Monetario Internacional reclama mejores estadísticas a Buenos Aires. Una manera fina y diplomática de decir que no se fían de sus datos. The Economist, el semanario británico, era hace unos meses más duro. Cree que Argentina es uno de los estados fallidos del planeta. Y curiosamente está en el G-20
Minuto económico: Nacionalismo
El nacionalismo es un virus que, por mucho que se diga, no se cura viajando. Se cura, sobre todo, colaborando y compartiendo objetivos comunes. Esta semana hemos sido testigos, de primera mano, de lo que puede llegar a parir el nacionalismo si se une al populismo cuando los problemas se acumulan. El mejor ejemplo ha sido la expropiación de YPF por parte del gobierno argentino de Cristina Fernández de Kichner. El Ejecutivo de la Casa Rosada buscó la excusa de la escasa inversión de Repsol para birlarle por toda la patilla, como las que luce el viceministro Kicillof, YPF. Si eso fuera así, si fuera verdad que Repsol no ha invertido en Argentina no habría descubierto el mayor yacimiento petrolífero de la historia del país, como es Vaca Muerta. El argumento, por lo tanto, no se sostiene. Y si Argentina desea recuperar la industria petrolífera, cosa que está en su derecho pero si paga un justiprecio, tampoco se entiende que sólo expropien a Repsol y no a otros accionistas de YPF o a otras multinacionales petroleras que trabajan en la patria del mate. La razón de su conducta es sencilla, ven a España como el peón más débil de Europa y el de menor capacidad de reacción. Así es la política internacional de algunos dirigentes agobiados. España se revuelve. Más allá de limitar la importación de soja, la clave está en las cancillerías. Ha conseguido el apoyo decidido del Parlamento europeo y el más tímido de Estados Unidos. Argentina ya no atrae inversores ni dinero, solo soflamas. El dinero extranjero, sobre todo el español, era el que engrasaba su maquinaria económica. El gobierno de los Kichner ha acumulado decenas de litigios en los tribunales internacionales y también intensos desequilibrios. Algunos analistas calculan que la pobreza ha alcanzado a más del 40% de la población argentina. Su PIB está más triste que un tango y el Fondo Monetario Internacional reclama mejores estadísticas a Buenos Aires. Una manera fina y diplomática de decir que no se fían de sus datos. The Economist, el semanario británico, era hace unos meses más duro. Cree que Argentina es uno de los estados fallidos del planeta. Y curiosamente está en el G-20