Monólogo de Alsina: "O cambio de candidato o no hay investidura. Porque es ciencia ficción de Puigdemont vaya al Supremo y le den permiso"
Vamos llegando al final de enero y no salimos del bucle temporal. La marmota puigdemoníaca.
Como éste es un serial que sólo cabe seguirlo como tal —con los giros que se van inventando los guionistas para conducirnos hacia un desenlace— les resumo los dos episodios emitidos este fin de semana, por si le pillaron a usted ocupado en otras cosas. Más suyas.
• En el capítulo del sábado, los magistrados del Tribunal Constitucional —de regreso al serial— hicieron una exhibición de contorsionismo (o derecho creativo) y dijeron dos cosas: que votar desde Bruselas no vale y que Puigdemont sólo puede ser candidato si el juez Llarena le da permiso el día que se entregue a la justicia.
• En el capítulo de ayer, los cuatro valientes que acompañan al fantasma en su guarida de Flandes, empezaron a dejar correr la lista. Los cuatro, como el propio fantasma, se presentaron a las elecciones y salieron diputados. Y su voto hace falta para que el rodillo independentista lo siga siendo —sin los cinco ausentes no salen los 68 de la mayoría absoluta—. Abandonada la esperanza de que esto del voto delegado colara, tres dejan el sitio a los siguientes en la lista para que los 68 votos sean buenos.
En los seriales que de verdad enganchan, cada episodio termina con un avance del capítulo siguiente, para abrir boca. El de anoche terminaba así:
¿Qué secreto esconde esta nueva maniobra? ¿Acata el rodillo independentista el dictamen del Constitucional? Si renuncian a la trampa del voto delegado, ¿renunciarán también al candidato telemático? ¿Por qué tienen tanto interés en que el resultado de la votación sea válido si perseveran en proponer un candidato que no puede serlo? ¿Intentarán ganar tiempo aplazando el pleno y dándole la vuelta al plazo que dio el Tribunal para presentar alegaciones? No se pierda el episodio de este lunes. Aviso: puede durar todo el día.
Ésta es la pregunta, ahora. Si el plan es que mañana se deje todo para otro día o se pretende votar algo en concreto. Con el corre-la-lista de anoche han resultado agraciados como nuevos diputados de carambola tres que no tienen asuntos pendientes con la justicia. Ocupan la plaza de estos otros tres, Ponsatí, Puig y Serret, que eligen definitivamente la fuga: entre ejercer como diputados en Barcelona y la impunidad por sus presuntos delitos, han escogido lo segundo. Eran los tres fusibles más débiles y sus partidos les han obligado a fundirse. Sobre estos tres ya no caben dudas.
Sólo el fantasma y su activista de cabecera, el politólogo Comín, se quedan con el acta de diputados. ¿Para qué? En el caso de Comín, porque no ha habido manera de doblarle la mano. Y porque borrándose los otros tres, las cuentas salen. Con la CUP, naturalmente.
En el caso de Puigdemont, porque aún no ha tirado la toalla de su propia investidura. O eso dice.
Aquí viene la pregunta del día: si el independentismo ha atendido al dictamen del Constitucional y no quiere arriesgarse mañana a una votación nula (para eso renuncian los tres peones), ¿va a atender también la otra parte del dictamen, la que dice que Puigdemont no puede serlo mientras el juez Llarena no lo bendiga? La pregunta tiene sentido, porque si se están asegurando los 68 votos que requieren para una votación legítima es porque algo pretenden votar mañana. Y si el candidato es un tipo que habla desde Flandes, la sesión es, desde el primer minuto, nula.
El presidente del Parlament, Roger-Nuevo Tono-Torrent, ya sabe lo que hay. O cambia de candidato, o no hay investidura. Porque la hipótesis de que el prófugo deje de serlo esta mañana, se plante en el Supremo para ver a Llarena, le pida permiso para estar mañana en el Parlament y el juez se lo conceda…a esta hora de la mañana es ciencia ficción. Y sólo así —sólo pasando antes todo eso— podría ser válido el candidato.
El Constitucional hizo un alarde de ingeniería jurídica el sábado, en esa reunión maratoniana de la que salieron los magistrados haciendo equilibrios en el alambre. No desmintieron al Consejo de Estado cuando éste dice que sólo cabe impugnar una investidura fraudulenta cuando se ha producido, no antes; no desairaron al gobierno rechazando admitir la impugnación presentada; no le dieron aire a Puigdemont dejando que prosperara la hipótesis del maletero del coche, la presencia por sorpresa; y salieron del apuro con esto de las medidas cautelares: que la investidura puede celebrarse siempre que. Siempre que el tipo aparezca, vaya primero al juzgado, pida permiso y se presente.
Hoy dicen muchos columnistas que el TC estuvo en su sitio porque evitó la investidura telemática. No, no, si la telemática no era el problema. Ésa se daba por hecho que era un fraude y habría bastado que empezara el pleno sin el candidato para que el gobierno presentara la impugnación y el Tribunal la suspendiera. El problema era lo del maletero del coche. Que se colara el tipo en el Parlamento burlando la detención porque, en ese caso, la investidura con él allí era buena. Fue la impotencia para garantizar que no se colara lo que provocó el pánico en Moncloa. Se embarcó al Consejo de Estado y al TC para paliar la inseguridad de que Interior cumpliera con la tarea.
Ingeniería y derecho creativo para impedir que suceda lo que el Estado considera el mal mayor: un Puigdemont investido de nuevo. Aunque fuera para un rato.
¿Es un alambre la base sólida sobre la que levantar un muro jurídico inexpugnable? Pues, en rigor, no. Un alambre es un alambre. Y los magistrados del Constitucional saben que estuvieron con la pértiga entre las manos toda la tarde.
Sus argumentos del sábado son, como poco, discutibles. Y por muchas ganas que uno tenga de que fracase Puigdemont no tiene por qué aplaudir que se fuercen las costuras a cualquier precio.
Pero el hecho, hoy, es éste:
Una parte del bloque independentista, singularmente Esquerra, algún diputado del PDeCAT, venía susurrándole en la oreja a todo dirigente de PP o PSOE que se le pusiera a tiro que necesitaban que fuera el Estado el que anulara al loco de Flandes. Ellos no podían hacerlo porque quedarían como traidores, oh cielos, y se arriesgarían a que Rufián les preguntara en twitter por las treinta monedas.
El Estado ha movido ficha (de aquella manera) y ha neutralizado al de Flandes. Ahora está por ver que los susurradores se muevan ellos y rematen el asunto proponiendo la investidura de un candidato viable. Que prometa amor eterno a Puigdemont y su corte de timadores. Pero que nos saque de este bucle temporal cuanto antes.