OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Bescansa comenzó llevando a su bebé al Congreso y ahora Podemos se ha convertido en una guardería"

Estado de la cuestión —cómo va la trama— en los tres seriales que tenemos en emisión en la actualidad de este segundo mes del año.

Los tres seriales.

El primero es de color morado. Color Podemos. Y va de una familia en la que los chicos van creciendo y, a medida que maduran, se les acumulan los problemas. El hermano mayor, la hermana e Íñigo, que es el hermano pequeño.

Y Monedero, que no sale en los créditos pero es el Rasputín que le está disparando a Errejón los misiles más severos.

"Los problemas crecen". A nueve días de la gran velada en Vistalegre, se consumó el desafío al líder.

Los de Errejón presentan lista propia para reorganizar el partido a sabiendas de que si ganan el pulso es probable que Iglesias renuncie a la secretaría general abriendo un escenario insólito. Pablistas contra Errejonistas. Y Bescansa, quitándose de en medio.

Fue el sobresalto de anoche para los llamados inscritos, los militantes y simpatizantes del partido que en diez días han de decidir quién manda ahí y cómo se manda. La dimisión de Carolina Bescansa, que empezó llevando a su bebé al Congreso y ahora ha visto cómo el grupo parlamentario se le ha convertido en una guardería. Bescansa ha cogido la puerta, se sale de la dirección y renuncia a tener en adelante cargo alguno harta de que en Podemos sólo se discuta sobre Podemos. De que todo se reduzca a la pelea de gallos entre Pablo e Íñigo.

Bescansa estaba en la órbita pablista y sonaba como relevo de Errejón en la portavocía parlamentaria caso de que Iglesias ganara Vistalegre y a Íñigo lo mandaran a negro. Pero en las últimas semanas ella se había emancipado y estaba haciendo el discurso crítico contra la pelea en el barro. Constituyó una corriente propia que pretendía dos cosas: evitar que esto acabara en gresca y conseguir que el partido debatiera sobre algo más que quién es el malo y quién el bueno. Y en ambos objetivos ha fracasado. Admite el fracaso presentando su renuncia y firmando una carta —-fraternal, como es todo en Podemos— en la que pone a los dos gallos al mismo nivel: no quieren acuerdos, por mucho que digan lo contrario, y le han dado la espalda a la militancia. A los inscritos. A la Gente morada.

Hay simpatizantes de Podemos que siguen diciendo que todo esto es una exageración nuestra, de los medios. Que llamarle crisis interna a esto es cargar las tintas. Que Íñigo y Pablo hacen ver que pelean para que hablemos de ellos. Y porque no son holandeses. Bueno, pues no. Es dentro de Podemos, entre dirigentes muy significados del partido Podemos, donde cunde la sensación de que la fraternal rivalidad ha derivado en agrio enfrentamiento. El duelo se ha ido de madre y la preocupación por el futuro de la cosa entre los menos alineados empieza a ser seria.

El segundo serial de la mañana es éste otro que viene ya de lejos: "El tiempo entre imposturas".

Que va de un grupo de personas que aun sabiendo que carecen de facultades legales para preguntar a una parte de los españoles si quieren que España mengüe, se empeñan en decir lo contrario, que sí que pueden.

Aquí uno de los actores de reparto —-secundarios— del serial de las imposturas. Responde al nombre de Joan Ignasi Elena, antes fue del PSC y ahora interpreta el papel de portavoz, o algo así, de todas las organizaciones que exigen que se celebre un referéndum. En el guión de esta semana el estribillo es éste: que el referéndum es legal y por eso no hay duda alguna de que va a ser convocado por los hermanos Puigdemont-Junqueras.

En realidad, sobre lo que no tiene dudas casi ningún jurista es sobre lo contrario: que el gobierno autonómico no puede montar un referéndum de independencia y el gobierno central, tampoco. Ya quedó establecido así en 2014, con la ley aquella de consultas que el Parlamento catalán aprobó como coartada y que el Constitucional corrigió a la baja dejando a los convocantes desnudos de burladero.

Ahora volvemos a la misma trama de entonces con diálogos repetidos y una calidad interpretativa aún más baja. Pero como hay ministros nuevos en el gobierno de España, siempre cabe la posibilidad que alguien incurra en novatada diciendo en un corrillo del Congreso, sin micrófonos, justo aquello que los ministros veteranos procuran no decir para no entrar al juego: que en el caso de que pongan urnas, les cerrarán por la fuerza los colegios.

"Fuerza" es una palabra que excita como pocas el ardor independentista. "Fuerza", "tanques", "cerrar escuelas". Disfrutan imaginándose como el hombre de Tiananmen, enfrentado a los tanques sin soltar las bolsas de la compra.

Al secretario de Estado de administraciones territoriales —el viceSoraya para la operación diálogo de sordos— le encomendó ayer su jefa la tarea de salir a explicar en los medios que en realidad lo que el gobierno cree es que Puigdemont no va a convocar referéndum alguno.

Puede parecer un iluso, ciertamente, sí que puede. Pero en caso de que acabe habiendo convocatoria el criterio de actuación del gobierno será la proporcionalidad.

Y hasta aquí pudo leer el señor Bermúdez de Castro. Hombre, si se repite el guión de este mismo serial en 2014, a la convocatoria del falso referéndum seguiría el recurso ante el Constitucional, la suspensión de la consulta y la burla a la suspensión poniendo, a pesar de todo, unas urnas. La diferencia que ahora pretenden los independentistas es que así como entonces la participación fue canija porque sólo le hicieron caso los amigos de la causa, ahora vayan a votar todos los que, no estando por la independencia sí están porque haya referéndum. Necesitan una participación alta para que el remake del simulacro pueda ser vendido al personal como una novedad histórica que cambia para siempre el signo de los tiempos. Y en eso están.

El tercer serial de la semana es, naturalmente, "House of Trump".

El giro argumental que la llegada de Trump le ha dado a la historia de la Casa Blanca.