Desde que tengo uso de razón, no hace mucho, me resulta curiosa e intrigante las expresiones de “No hay nada peor que…” o “no hay nada mejor que…” porque es verdad que ambas frases esconden una verdad relativa, pero también son, en sí mismas, una mentira absoluta.
Siempre hay algo mejor y algo peor que lo que aseguramos al rematar ambas frases.
No hay nada peor que que te pique y no poder rascarte. No hay nada mejor que el olor a café por la mañana.
Decimos que no hay nada peor que el insomnio de madrugada, que la soledad mal encendida, que los asesores sistémicos, que el sabor a cieno, que tener razón y que nadie te la de, que ser bobo y en tu casa no lo sepan, que tener que hacer de tripas corazón, no llegar a fin de mes o perder el norte.
En la cara B afirmamos que no hay mejor que la buena suerte, que querer y que te quieran, que estar en paz contigo mismo, que vivir a pierna suelta, que tener todas las respuestas, que ser la flor y la nata, el alma de la fiesta y el cuerpo de Brad Pitt..
Todas estas cosas, y las que a cada uno se les puedan ocurrir a título particular, son buenas y malas sin lugar a dudas, pero no sé si tanto como para creer que no hay NADA peor o mejor que ellas.
Abogaría por una excepción. Me atrevería a afirmar sin temor a equivocarme que no hay nada peor que no tener salud, ni nada mejor que encontrar la cura.
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