Madrid |
Estamos en la fase psicológica de la crisis, que consiste en que la gente la ve venir, habla de ella, restringe el consumo, aumenta el ahorro por miedo al futuro y da comienzo a un círculo vicioso: si no se compra, se reduce la producción y se frena el empleo.
A cambio de eso, tenemos la evidencia de que seguimos creciendo, crecemos más que los vecinos, pero hace falta saber por cuánto tiempo. Y las Bolsas, ayer, demostraron que intuyen dificultades en el horizonte. Son casi todas externas: los aranceles de Estados Unidos, la guerra comercial o el Brexit, pero contribuyen a la crisis psicológica.
Con lo cual, insisto, el debate es necesario. No puede ser que tú y yo estemos hablando de esto, y los políticos estén pendientes del traslado de Franco o qué medidas hay que tomar en Cataluña. Lo malo –o lo bueno-- es que, por las fechas en que estamos, el debate tenga que ser electoral.
También ocurrió en 2008. Y porque ocurrió, habrá que intentar no repetir la historia: que el gobierno no se encierre en que todo va bien y la oposición no sea oportunista y presente solo catastrofismo. Esa es la limitación: debate, sí, pero debate honrado. Y en la campaña de 2008 no destacó precisamente la honradez. Sobre la objetividad ha primado, como siempre, el interés electoral.