Voy a proceder al indulto preventivo de Luis Enrique porque observo un sospechoso emputecimiento de los humores hacia su persona. Su persona y su personaje, pues el seleccionador nacional, o sea, Lucho, nunca se ha esforzado en caer simpático. Predomina en él una cierta arrogancia. No tan extrema ni incendiaria como la de Javier Clemente, pero resultante de una actitud castigadora que perjudica el fervor popular hacia el combinado español. Me gusta mucho lo del combinado. Pero queda mejor con magiar. Combinado magiar.
Y tiene sentido mencionar a Hungría porque varios de los futbolistas de la selección española nos resultan tan ajenos como los jugadores húngaros. Escasean las estrellas inequívocas. Porque no las ha traído Luis Enrique, como Sergio Ramos. O porque, es el caso de Morata, se resienten de controversias desproporcionadas.
Así es que la España de Luis Enrique conserva la hostilidad de las comunidades indepes y se le ha atragantado a otros aficionados antaño incondicionales. Los madridistas quieren vengarse de la discriminación con que L.E. ha concebido la lista. Los españoles menos futboleros recelan de la escena en que el ejército se desplegó para vacunar in extremis a los jugadores. Y los espectadores de La Cartuja abuchean más España de cuanto la aplauden.
Perder, no perdemos. Ganar, no ganamos. Está costando adherirse a la Eurocopa, familiarizarse con el equipo nacional, aunque tanto desapego y desafecto puede terminar malogrando uno de los escasos símbolos de integración patriótica y de fervor compartido. Quien sabe si España terminará compitiendo con tantos equipos como Sánchez imagina en la distopía de la nación de naciones. Ya lo estoy viendo. Un España-Cataluña en el estadio olímpico de Waterloo.
