Reúne la economista dos requisitos que Puigdemonte de Piedad exige bajo la amenaza de otras elecciones. La ha ungido él, número uno, y proviene de las listas de Junts per Cataluña, aunque estas dos evidencias colisionan con otras desventajas. ERC la considera una espía. Y el PDeCAT una tránsfuga, pues apenas militó en el partido del régimen unos meses.
Se marchó para dirigir la campaña de Puigdemont. Y habrá que reconocerle sus méritos, pues nunca sospechamos que la manía persecutoria del prófugo, las entrevistas en los bosques, el relato del exiliado, los lagrimones del expatriado, conducirían a su victoria en el bando soberanista.
Es la posición desde la que Artadi ha logrado hacerse la campaña de sí misma. Tiene 46 años y gafas de pasta, como debe ser. Y un aspecto beato, como exige el estilismo del buen soberanista, pero también presume de un título universitario en Harvard y de haber creado el gordo de la lotería catalana no en alusión a Junqueras sino en oposición al símbolo opresor de los niños de San Ildefonso: cantad conmigo, el 1, el 5, el 5, 155.
Y el número le ha tocado a ella. Mucha opresión, mucho acoso español, pero Artadi percibe bajo la ocupación del Estado 82.000 euros anuales por su cargo de directora general de coordinación interdepartamental. Suena a artificio burocrático y más todavía a hipocresía. Madrid no nos roba, nos amamanta.