Ciudadanos. ¿Lo recordáis? El partido naranja, la alternativa al centro derecha que pescaba en el caladero del SOE, osea. Ese partido mutante que lideró las encuestas y cuyo líder, nuestro indultado, ha sido degradado a un papel secundario de la política, con lo cerca que estuvo de llegar a la Moncloa.
Rivera. Ahí lo tenéis. Pedro Sánchez se ha interpuesto en la sucesión de Rajoy. Y se le acaba de aparecer Casado con la bandera de la patria y del liberalismo y de la seguridad y de la inmigración regulada, mucho más capillitas que Rivera, pero incómodo en la aprensión electoral del discurso de la nación indivisible y de los impuestos rebajados.
Se diría que Casado es la contrafigura perfecta. Por edad. Por sonrisa. Y por la predisposición a rebuscar en la telegenia de Kennedy y en la gestualidad de Macron. A Rivera se le ha aparecido un clon, pero desde un partido más fuerte que el suyo. Sánchez ha alejado a Rivera de la Moncloa y Casado va alejarlo de la oposición.
No basta ser la persona ni basta el proyecto. Hay que saber escoger el momento. Rivera ha estado cerquísima. Pero acabó con él la prisa. Lo hizo la impaciencia de verse como sucesor de Rajoy. Por eso precipitó la decisión de retirar su apoyo al presidente popular.
Y sobrevino el escenario en el que nos encontramos. Una moción de censura que ha colocado a Sánchez en la Moncloa y que ha precipitado una catarsis en el PP de la que aparece un Rivera acaso mejor que Rivera.