Volvemos al tajo sabiendo que aún quedan meses desérticos por delante, que en agosto no se ha resuelto ninguno de los problemas que ya teníamos, confiados en que este nuevo curso nos traiga todos esos brotes que, de momento, siguen bajo tierra, y deseando que llegue el momento en el que podamos parar de contar y empecemos a descontar parados. Mañana sabremos cómo ha ido el paro en agosto y empezaremos a saber si de verdad tiene motivos el gobierno para estar sugiriendo que la Encuesta de Población Activa del tercer trimestre nos va a dar oxígeno o si son, tan solo, juegos florales. Ganas de tenernos entretenidos con la esperanza de noticias buenas en estos primeros días de septiembre en que estamos todos con el IVA atragantado y subiendo la cuesta con el viento de cara.
Vivir se ha puesto más caro. Sabíamos que iba a pasar pero ahora que está pasando escuece. Y se percibe, claro, el malestar. En estos primeros días, y sobre todo, en las peluquerías. No sabe Rajoy lo que ha hecho subiendo el IVA a los peluqueros, y a sus clientes, porque es en las peluquerías de España donde se construye cada día el estado de opinión del país. En las peluquerías, no en los editoriales de los diarios. Y los clientes, o clientas, mientras esperan turno, ya no ojean las revistas del corazón, ahora leen los libros de Stephane Hessel, “Indignaos”. No son peluquerías, son acampadas del 15-M.
El ministro De Guindos, que se asomó esta mañana al programa de Herrerapara animar al Banco Central Europeo a que este jueves nos eche un cable de verdad con lo de la deuda -que nos lo prometiste, Mario, nos lo prometiste, aunque rabie el Bundesbank ponle freno a la marea-, aprovechó para explicar que esta subida del IVA, aunque es un sapo para todo el mundo y no ayuda precisamente a estimular el consumo (ni a incrementar el club de fans del gobierno), sí servirá, o eso calcula él, para que la recaudación del Estado se venga arriba y podamos, así, seguir recortando déficit.
Ya saben que el único compromiso que sigue en pie es cumplir con el tope de déficit público que nos ha puesto Bruselas, aunque todo el mundo sepa a estas alturas que tampoco este año seremos capaces de cumplirlo. Aún veremos a Rajoy haciendo lo que el portugués Pasos Coelho, preguntando a los economistas de Bruselas si no serán ellos los que están prescribiendo recetas erróneas. De Guindos estuvo voluntarioso, con esa habilidad tan suya para que el Tourmalet parezca un puerto de segunda: dio por hecho que esta reforma financiera (inducida) que el viernes aprobó el gobierno será la refinitiva, restó importancia a la inyección de capital que (con cierta prisa) ha tenido que meterle el FROB a Bankia y garantizó que tendrán respuesta las bengalas de socorro que está disparando Artur Mas porque no llega a octubre si no le hacen ya la transfusión financiera.
Al coro petitorio se ha sumado hoy Griñán, que se resiste a echar mano del comodín del rescate y prefiere pedir un anticipo, a cuenta de la parte que le toca de la recaudación de impuestos. A este paso el FLA, el nuevo surtidor de liquidez para las autonomías, va a nacer en octubre con todo el dinero ya comprometido. Aunque igual lo más inesperado de la entrevista de De Guindos haya sido lo del surtidor, precisamente, el nuevo frente que abre el gobierno con las petroleras, por abusonas. Venía con ganas de dar una colleja y la ha soltado con gusto.
La gasolina está por las nubes, pero la culpa, dice el gobierno, no es de los impuestos, que en otros países son más altos (ojo a este argumento que siempre es antesala de más subidas), sino de las compañías que distribuyen el carburante y que se han acostumbrado a sacarle una ganancia, unos márgenes, que están muy por encima de lo que es usual en el resto de Europa. Lo que el gobierno intenta es que esta pedrada -el mosqueo generalizado por el precio de los carburantes- la reciba otro, y ahí lo tiene fácil porque es tradición que los consumidores se pregunten por qué cuando el petróleo sube la gasolina se dispara y cuando el petróleo baja la gasolina sigue disparada. Lo del cohete y la pluma, que dijo hoy De Guindos: sube como un cohete, baja como una pluma. Es verdad que si a usted, además del mal rollo por el regreso a la rutina, le ha tocado a usted llenar hoy el depósito, se le habrán abierto las carnes.
Hoy les imagino a muchos de ustedes cansados, ¿verdad?, al cabo de su primer día de trabajo. A ver si se cree Cristiano que él es el único que está alicaído. Es ahora cuando uno comprende hasta qué punto amaba el chiringuito, ¿no?, cuánto se puede llegar a echar de menos el cloro de la piscina, el cariño verdadero que se le llega a coger a una tumbona. Tras haber vivido la mitad del día en posición horizontal, volvemos a nuestra condición de seres humanos mayormente sentados o en pie, dependiendo de si es usted oficinista, vendedor en un gran almacén, ginecólogo, camarero, directivo de banca, conductor de autobús o policía de paisano. Cuántos de ustedes sintieron esta mañana el bajón que produce tener que abrir el armario para rencontrarte con el traje gris marengo -”cómo estás, uniformidad, cuánto tiempo”-; cuántas de ustedes no sufrieron hoy la desazón que te provoca tener que llevar zapatos desde las ocho de la mañana -”mis queridas, no os abandono por gusto, es que en la ofi estáis proscritas, ay si yo pudiera”-.
Se terminó la felicidad de no saber qué día es, el gozo de calcular la hora que es por la posición del sol y el olor a sardina asada que va tomando la playa. Si te has pasado todo el día tratando de recordar si apagaste la plancha, lo lamento, no lo hiciste. Hoy más que nunca habrás notado lo mucho que se parece la corbata a la soga, incluso habrás podido constatar hasta qué punto es cierta esa ley universal que dice que una corbata nueva ejerce una atracción inexorable sobre las salsas que acompañan el plato principal de los restaurantes con menú.
A esta hora tal vez estarás soportando tu segundo atasco ya del día -quién sabe si el tercero-, haciendo buena esa otra ley incuestionada: la fila que avanza siempre es la otra. Recuerda las dos frases primordiales para sobrevivir a la primera semana en la oficina: “Ese asunto no lo llevo yo”. Y “aquí siempre se ha hecho así”. A ti, hombre que añoras el bermudas, mujer que añoras caminar descalza; a ti, estudiante que agotas tus últimos días de libertad condicional antes de regresar a clase, profesor recién incorporado que temes que este curso tampoco será ni el más tranquilo ni el más fructífero de tu vida; a ti te dedicamos este primer programa de septiembre. Trata de cambiar esa cara antes del jueves, que viene Merkel. Y aprende a decir que “no”, que esto es fundamental para sobrevivir a la primera semana en el trabajo. “He traído un pen drive con fotos de mis vacaciones, ¿quieres verlas?” “¡No! ¿Qué te hace pensar que podría querer?” “Es que no me has preguntado siquiera dónde he estado! “Lo sé. ¿Por qué? Porque no me interesa”. Te van a llamar borde, pero mañana ya nadie te pregunta.