OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Iglesias y Montero hacen trampas diciendo que lo que criticaban no era comprar una casa así, sino especular con ella"

@carlos__alsina

Madrid | 18.05.2018 08:06

El remake de la película de Garci, que decíamos ayer. La pareja que se compra el chalecito en la sierra porque le apetece comprárselo y porque se lo puede permitir.

Irene y Pablo.

A hipotecarse para tener una casa propia se le llama ahora emprender un proyecto. El lenguaje de la nueva política…familiar.

Desgraciadamente para la pareja, dos diputados comprándose un chalet no es un asunto privado. Es un incremento patrimonial que, como tal, debe ser declarado.

El día que se supo lo del chalet sólo salió Monedero, a contarle al personal esta milonga de que una casa de 660.000 euros te la puedes comprar por 500 euros mensuales (esto debe de ser el cuñadismo bolivariano). Ayer ya hablaron los compradores, Irene y Pablo. En un mensaje dirigido no al común de los ciudadanos —la gente, el pueblo, la ciudadanía— sino a los ciudadanos que están inscritos en Podemos. A su gente, que es la más descolocada debió de quedarse, al principio, cuando se supo que se han convertido en propietarios de una casa enorme con parcela de dos mil metros y piscina.

No se nos estarán volviendo capitalistas nuestros líderes, neoliberales. ¿No se nos estarán haciendo de derechas?

Es comprensible la inquietud de algunos simpatizantes. Te habían prometido asaltar los cielos y acaban asaltando La Navata.

Dicen: qué les está pasando. ¿Se ha apoderado de sus cuerpos el espíritu de Idealista.com?

¿Y qué será lo siguiente? ¿Invertir en bolsa? ¿Contratar un plan de pensiones? ¿Reclamar más rentabilidad a su cuenta de ahorros? ¿Dejar de comprar la ropa en Alcampo?

¿Qué será lo siguiente? ¿Un coche familiar? ¿Un televisor de cuarenta pulgadas? ¿Contratar a alguien que les ayude en la casa, o sea, servicio doméstico? ¿Comprarse una segunda residencia y tenerla vacía, salvo en verano?

Miren, lo que les ha pasado a Pablo y a Irene es que van a ser padres, quieren lo mejor para sus hijos y quieren lo mejor posible para ellos mismos. Son una pareja normal.

Bueno, con más dinero que la media. Aspiran a lo mismo que casi todas las parejas pero ellos, además, se lo pueden permitir.

Está muy bien que le expliquen la inversión inmobiliaria a los suyos con toda naturalidad. Incluso con cierta crudeza, como hace Pablo. Porque en el comunicado explica que sus padres le dejarán una buena herencia (se entiende, el día que falten) y eso les ayudará a pagar unas cuantas letras. Qué ingrato tener que ponerte a calcular si lo podrás pagar todo metiendo en el cálculo la desaparición de tus progenitores.

Las explicaciones son encomiables. Lo que no vale es hacer trampas.

No vale cambiar ahora el cuento e intentar convencernos a todos de que lo que Podemos criticaba en el pasado no era que un político se comprara una casa de 600.000 euros, sino que lo hiciera para especular.

No, Irene, no.

Si la critica hubiera sido a la especulación, a quien habría criticado Podemos es a Ramón Espinar, el hombre que vendió la vivienda protegida que le habían adjudicado y que jamás llegó a habitar. Le sacó una buena plusvalía.

Pero lo que Podemos satanizaba era el ladrillo. Y las viviendas caras. En concreto, ironías de la historia, las viviendas de 600.000 euros que sólo pueden permitirse, ¿cómo era?, los ricos.

Quizá porque los dirigentes de Podemos, en aquella época, eran todos como Monedero: no tenían ni pajolera idea de por cuánto sale una casa y de qué depende que te la puedas comprar o que no. Depende de tu salario y de que te concedan la hipoteca. Sólo eso.

Es enternecedor ver ahora este esfuerzo de Pablo e Irene por explicarle a la gente, al pueblo, a la ciudadanía, lo que la gente ya sabe: que si tú le has echado el ojo a una casa tienes que echar la cuenta de cuánto ingresas al mes y cuánto estás dispuesto a pagar. Y con los números echados te vas al banco a que te hagan un cálculo de riesgo.

Lo que Irene y Pablo están diciendo es que se lo pueden permitir. Tienen los 120.000 que han soltado de entrada, tienen los 1.600 euros mensuales para la hipoteca y quieren utilizar ese dinero (que es bastante dinero) en comprarse una buena casa con parcela y piscina.

No es que lleven meses buscando dónde meterse a vivir y por fin hayan encontrado ésta (como si no hubieran tenido alternativa), es que pudiendo haber buscado una casa más barata, o más pequeña, o con menos jardín han escogido ésta porque es la que les ha gustado. Y porque se lo pueden permitir.Porque la diferencia entre una pareja de diputados que ingresa más de seis mil euros al mes y una pareja corriente que gana un salario corriente, dos mil quinientos entre los dos, es que la primera se puede comprar un chalet como éste y la segunda, no.

Sin que eso convierta a Irene y a Pablo en unos privilegiados y sin que el hecho de estar mucho mejor pagados que la mayoría les impida representar democráticamente a sus votantes.

Claro que se la compran porque sus salarios se lo permiten. Como el 99,9 % de la gente que se compra un casa. ¿Cómo creen Pablo e Irene que se han comprado sus casas los demás? Dirigentes de los partidos políticos tradicionales incluidos. La casta. Lo que pasa es que dio muy buen resultado sugerir que quien se compraba una casa de seiscientos mil euros es porque era rico, millonario, corrupto o sospechoso. Este afán por arrogarse siempre la superioridad moral.

¿Cuál es la diferencia entre comprarse una vivienda de 600.000 euros y comprarse una vivienda de 600.000 euros? Que si se la compra un ministro de derechas es especular mientras que si se la compra una portavoz parlamentaria de Podemos con su secretario general es emprender un proyecto familiar.

Joaquim Torra también ha emprendido un proyecto familiar.

O así debe de verlo él, porque se llevó a la familia a la toma de posesión. A la familia de verdad y a la gran familia de Junts per Alemania.

Se montó el señor Torra una toma de posesión como de estar pidiendo perdón a Puigdemont por tener que hacer una ceremonia. Escogió estética de velatorio y duración de visita al lavabo. A los dos minutos de empezar ya se había terminado. Con Torrent poniendo cara de finjamos que éste es un acto solemne y el espectro del de Berlín sobrevolando la sala. Faltó que pusieran una foto gigante de Puigdemont y unos gladiolos. Y faltaron periodistas, porque el nuevo presidente de Cataluña los quiere. Los quiere lejos. En la calle, si puede ser. Y no sólo a los que se sientan españoles, también, o incluso, a los que se sienten sólo catalanes.

Ahora que ya tiene poder y firma, el señor Torra empezará a hacer los deberes. Los deberes que le ha puesto el de Berlín. Lo primero, nombrar consejeros a quienes le han dicho que tiene que nombrar consejeros. Lo segundo, encomendar a un propio que busque cualquier cosa que se le pueda reprochar al gobierno central por estos siete meses de aplicación del 155. Lo va a llamar comisionado de investigación, para que parezca que es una cosa seria. Esto tampoco es idea suya.

Hasta ahora la tradición de la vida pública española es que un presidente se convertía en jarrón chino cuando dejaba la presidencia. Ésta es la novedad que ha aportado Joaquim Torra: él ha escogido ser, desde el principio, un presidente florero.