OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "La madrastra y el faraón niño"

Más allá de la rivalidad Cristiano/Messi, que es la más comentada de nuestro tiempo, o de Hamilton/Alonso, que también también ha hecho correr mucha tinta y varios coches, son famosas otras disputas entre celebridades de campos diversos:

Carlos Alsina

Madrid | 17.03.2016 08:09

García Márquez y Vargas Llosa. Con puñetazo incorporado.

Einstein y Bohr. Por la física cuántica.

Mayweather y Pacquiao, más puñetazos.

Iglesias y Errejón, con el cordero Pascual recién sacrificado.

Pedro y Susana, la bronca soterrada y nada casta.

Soraya y Cospedal, un clásico de nuestro tiempo.

Rivalidades hay muchas y muy agrias. Pero hoy la guerra a muerte que merece ser recordada es la que mantienen Nicholas Reeves y Zahi Hawass, o sea, el arqueólogo británico más mediático del mundo y el ex ministro de antigüedades egipcio —y eminencia en su campo— que, apodado Indiana Jones, tampoco le hace ascos a una cámara. Reeves versus Hawass o “a tortas por Nefertiti”. Prepárense para escuchar hablar hoy de aquella reina de belleza legendaria que fue madrastra de Tutankamón, el faraón adolescente. Porque será hoy cuando el gobierno egipcio, ayuno de impulsos para su industria turística (golpeada por el yihadismo), anuncie si hay o no hay una cámara (incluso dos) sin explorar detrás las paredes de la tumba que descubrió hace casi cien años Howard Carter —la tumba de la maldición, aquellos que la pisaban ya podían darse por difuntos.

Para el maravilloso mundo de la arqueología, más en concreto de la egiptología, el de hoy es el día del esperado anuncio. Se han rematado los análisis del radar y el ministerio de antigüedades está listo para proclamar si algo ahí detrás y si puede ser, como sostiene el impulsor de esta indagación, el británico Reeves, la tumba de Nefertiti. Su antagonista, el antiguo ministro egipcio, Hawass, está que fuma en pipa porque entiende que todo esto es una pamema, una imbecilidad, dice, para darse publicidad y conseguir dinero. “Es ridículo pensar que a Nefertiti la enterraran ahí”, dice, “Reeves siempre vende humo, usa el nombre de la reina en vano”. Pique mayúsculo entre egiptólogos. Quién dijo que en el mundo de la ciencia no hay codazos, desdenes mutuos y egos que chocan entre máscaras funenarias y valiosísimos tesoros.

La madrastra de Iñigo Errejón, en Podemos, se llama Juan Carlos Nefertiti Monedero. El hombre que se fue pero sigue estando. El guardián de las esencias, y profeta del amor, que perdió el pulso con Errejón hace diez meses y ahora se está desquitando. Ha sido Monedero quién más le ha hecho los coros a Pablo Iglesias después de que éste liquidara al viceErrejón, Sergio Pascual, destituido como secretario de organización y desacreditado en un comunicado nocturno. Veinticuatro horas después de la defenestración de su hombre de confianza, Iñigo Errejón aún no ha abierto el pico. Ni se deja ver ni se deja oír. Hay silencios que hablan por sí mismos.

Los de Iglesias cargan contra Pascual por incompetente y contra los dimisionarios de Madrid por hacerle el juego al PSOE y al sistema. Niegan que exista un sector errejonista, erreje, y celebran que Pablo reorganice el equipo a su medida y ponga a cada uno en su sitio. Errejón, entretanto, calla. Se reserva para que nadie pueda acusarle de hacer, él también, daño al partido. Y asume, aunque no lo diga, que no ha venido bien que el lugar común entre los adversarios de Podemos en el Congreso sea decir que la cabeza mejor amueblada entre los morados es la suya. Errejón es el más inteligente, se escucha cada día en la cámara baja. Pablo tiene tirón, tiene labia, tiene coleta. Pero el bueno es Iñigo. Nada mina más la relación de pareja.

Pablo se apunta dos victorias en veinticuatro horas. Gana poder asumiendo la secretaría de organización (ahora es el número uno y el número tres a la vez, le ha hecho un emparedado al número dos) y consigue un éxito táctico en su pulso con el PSOE: que Pedro Sánchez, por primera, se haya rendido a una de sus exigencias. Antes de Semana Santa quedarán los dos, sólo ellos dos. Sin Rivera y sin equipo de negociadores. Consigue el mano a mano que Iglesias reclamaba hace semanas como reconocimiento de que él, Pedro, no es como los demás. No es uno más. Es el que tiene 65 escaños.

La suma sigue sin salir, pero da para mantener viva la expectativa del presidente futurible. Más ahora que en el PSOE están decidiendo el calendario de su próximo congreso, que sería antes de que expire el plazo para nuevas elecciones y al que —vuelve a sonar con insistencia el run rún—- concurriría Susana decidida esta vez a dar el definitivo golpe de mano. Sánchez necesita combustible para mantener girando el motor de sus propias aspiraciones y paga el peaje que le ha puesto Pablo.

¿Y Rivera qué? Rivera evita hablar del asunto y finge que no hay cambio alguno en los planes de la pareja. El miércoles se dejaron ver juntos él y Sánchez para que El País pueda titular que ambos reafirman la vigencia del pacto. Pero los hechos son los hechos: dijeron que acudirían juntos a todas las negociaciones porque el programa de gobierno es cosa de dos y el compromiso ha durado nada. No se han sentado a negociar en pareja con nadie, ni a su izquierda ni a su derecha. Y aunque ambos sostengan que no hay ni turbulencias ni recelos, citemos, ahora sí, a Nefertiti, perdón, a Monedero: “si a la primera discusión se entera todo el mundo, es probable que el matrimonio desemboque en divorcio”. A esa esperanza se agarra Pablo Iglesias: que la alianza Sánchez-Rivera sea más vulnerable que la suya con Errejón, el silente Errejón. Y que a poco que él empuje un poco, acaben anunciando PSOE y Ciudadanos el cese temporal de convivencia.