Monólogo de Alsina: "Operación Diálogo, el remake Torra-Sánchez pero mismo argumento: referéndum VS inversiones"
Debe de sentirse ahora mismo como los críos que van al parque de atracciones antes de meterse en el tren de la bruja.
Ese cosquilleo en la barriga. Esa flojera intestinal. Ese no saber qué es lo que puede pasar allí dentro.
Joaquim Torra, cincuenta y cinco años, toda la vida empleado en una compañía de seguros que te exige cumplir las condiciones de tu póliza íntegra y estrictamente para pagarte un solo euro, Joaquim Torra, el discípulo más amado dePuigdemont —con permiso de Comín— se adentra hoy en la capital en la capital del reino opresor.
Madrid. La ciudad oscura, la metrópoli arrogante y colonizadora, la fortaleza roja de Desembarco del rey.
Madrid. Donde la vida discurre en blanco y negro, entre carretas de bueyes que traen el cereal del campo a la ciudad. Esta urbe atrasada, autoritaria y caciquil, donde el rey se pasea en uniforme militar por el Retiro, acompañado de cortesanos pelotas con colorete y peluca, que le animan a invadir el territorio hostil mientras los inquisidores de la toga mandan a prender herejes con los que alimentar la hoguera que está encendida, día y noche, en la plaza de las Salesas.
Madrid. El cuartel general de la potencia represora. La caverna. La encarnación del mal. El corazón de las tinieblas. Este lugar maldito, inhabitable, cuya población anda metida siempre en operaciones políticas inconfesables, conjuras y contubernios para arrebatar su libertad a los pueblos su libertad, esta ciudad antipática, de periódicos intolerantes, radios extremas y habitantes que, quitando el rato que están llevándole flores a Franco al Valle de los Caídos, pasan el resto del día pensando cómo hacerle la puñeta a los catalanes.
Joaquim Torra camino de Madrid. Cómo no comprender, sabiendo de la idea que él —y muchos otros con él— fomentan de Madrid, cómo no comprender que sienta a esta hora el cosquilleo de quien está punto de meterse en el tren de la bruja. Hoy entrará en el palacio de la Moncloa. El búnker. La casa cuartel que aún conserva el aroma de Rajoy por más que Sánchez abriera las balconeras para hacerse retratar como el viento nuevo. El líder que corre en lugar de caminar deprisa. El presidente activo, movilizador, hiperactivo incluso, que lo mismo está en Bruselas resolviéndole el problema migratorio a la Merkel que en Madrid pasteleando el reparto de Radio Televisión Española con Pablo Iglesias. Las manos del presidente imprevisto nunca paran. Nada por aquí, nada por allá, voilà, mira qué paloma más blanca me acabo de sacar del sombrero, Torra.
Hoy, el hijo de Puigdemont cumplirá con una de sus metas: que no es entrar en la Moncloa sino salir. Abandonar la Moncloa con cara de castigador insatisfecho. Porque él iba a ver si tener el poder ha cambiado la posición de Sánchez sobre la autodeterminación de Cataluña.
Y se encontrará con un Sánchez que, en coherencia con su carrera política —se labró un camino a base del no es no— le dirá que la autodeterminación no va a poder ser. Pero que para todo lo demás, la puerta abierta. Es decir, lo mismo que ya vimos en la Moncloa de 2012 y en la Moncloa de 2014, cuando Rajoy recibió a Artur Mas, le dijo que concierto económico para Cataluña no, pero mejora de la financiación sí, y Mas se volvió a Barcelona culpando al gobierno central de que él tuviera que radicalizarse.
Esta película ya la hemos visto, pero fue antes del 155.
• El gobierno central ofreciendo inversiones y un mejor trato fiscal.
• El gobierno catalán reclamando autodeterminación y referéndum.
Operación diálogo, el remake. Con otros protagonistas pero con el mismo argumento. Dándoles cuartelillo, prometiéndoles inversiones, acudiendo lo menos posible al Tribunal Constitucional, se conseguirá sofocar la insurrección en Cataluña. Ah, y el algo se mueve, que es otro clásico del repertorio monclovita. Algo se mueve en el bloque independentista que ya no es tan bloque. Porque Esquerra es más pragmática y el PDeCAT está harto de Puigdemont. Cuántas veces no habremos escuchado ya esto. Cuántas veces no habremos oído que se ha normalizado la situación en Cataluña.
Miren, para normalizar hace falta que este presidente inesperado que tiene Cataluña por voluntad personalísima del berlinés Puigdemont proclame su voluntad de no salirse un milímetro del marco legal que nos obliga a todos. Hasta entonces todo seguirá siendo anormal.
Y por cierto, Puigdemont lleva mudo desde hace muchos días. El rey de los vídeos de primera, de las fotos, de los tuits, de las comparecencias ante la prensa elegida no abre el pico desde que se mudó a Hamburgo. ¿Qué le pasa a Puigdemont que ya no canta? ¿A qué se debe su muy sorprendente silencio? Me gusta cuando callas porque estás como ausente. Martin, Matías y Matías, los tres jueces alemanes, aún no han decidido si lo entregan o lo dejan volar.
Casado y Santamaría ya debaten sobre el ADN del Partido Popular. De momento, en los medios. Y si los dos cumplen su palabra, debatirán también cara a cara. El ADN del PP, según Santamaría, es respetar que gobierne la lista más votada, o sea, que Casado asuma que perdió la primera vuelta y la deje presidir el partido a ella. El ADN del PP, según Casado, es no negociar con los independentistas y no repetir los errores de la operación diálogo, el talón de Aquiles de una vicepresidenta que presumió de tenerlo todo controlado en Cataluña —porque se entendía a las mil maravillas con Junqueras— y acabó comiéndose un referéndum con miles de urnas chinas.
A trece días de que el Congreso del PP proclame ganador de esta carrera, van asomando el colmillo los dos competidores.
• Ella se resigna al debate, él lo ansía.
• Ella insiste en integrarse, él quiere llevar el pulso hasta el final.
• Ella sigue siendo la favorita a decir de quienes andan contando compromisarios. Él, a pesar de conocer esas cuentas, se siente ganador.
A medida que avanza la carrera van desapareciendo los neutrales y los indiferentes. En el PP toca tomar partido. O por la heredera del marianismo o por el favorito del aznarismo. O por la fundadora del sorayismo que amarró alianzas desde la Moncloa o por el único competidor que hoy puede evitar el triunfo de Santamaría. Casado no es al aznarismo, aunque el aznarismo le celebre. Casado es el antisorayismo, que para desgracia de Santamaría está mucho más extendido en el PP que la sombra de José María Aznar.