La diferencia entre el fútbol español y la política española es que, en el primero, cuando los resultados no acompañan, cae el responsable del equipo y ponen a otro. Dices: hombre, los entrenadores pasan pero los presidentes permanecen. Cierto. Ésa es la otra diferencia entre el fútbol español y la política española: que en el primero los máximos dirigentes de los clubes tienen de cortafuegos a los entrenadores, los decapitan para impedir que los reproches los alcancen a ellos.
En la política no hay cortafuegos ni falta que les hace a los líderes inamovibles que, achicharrados y todo, ahí siguen. Ni un cambio se ha producido, aún, ni el PP ni en el PSOE tras los malos resultados que ambos partidos encajaron el 20 de diciembre. Todo lo que Rajoy y Sánchez anunciaron después de celebrar —sí, celebrar como un éxito— su grueso recorte en votos y en escaños fue su decisión de perpetuarse al frente de sus partidos menguantes. Y al paso que vamos, la enorme paradoja política española será que se repitan las elecciones pero con los mismos candidatos. Y los mismos programas, y los mismos rencores mutuos, y las mismas líneas rojas. Este martes Rajoy vuelve a la carga en su intento de persuadir a Sánchez de que le deje gobernar---ríndete, Pedro, es el nuevo estribillo popular, Ríndete, Pedro, ríndete---. Nadie se atreve a preguntar qué pasa si, repetidas las elecciones, el Parlamento volviera a ser este mismo que ha salido ahora.
En Cataluña, sigamos con las anomalías, érase un gobernante que decidió adelantar las elecciones, formar una candidatura única del independentismo y plantear los comicios como un plebiscito para consumar, así, la ruptura de España. Artur Mas. Lo que consiguió, en realidad, fue empantanar la actividad legislativa, empeorar los resultados de su partido, perder el plebisicito y ver fracasada su investidura. ¿Qué es lo único que ha dicho hasta ahora el señor Mas? Que él sigue. Esto es lo único que tiene claro. Que a él ni lo aparta nadie ni se aparta él.
Tanquilísimo porque…para qué ponerse nervioso, ¿verdad?, si todo lo que ha pasado es que no se ha cumplido uno solo de sus pronósticos. Todo el horizonte político que él había dibujado empezó a saltar por los aires la noche del 27 de septiembre, cuando por más que el matrimonio a palos del Junts pel sí fingió celebrar una gran victoria quedó en evidencia que su respaldo social no daba para poner en marcha ruptura alguna. Fue aquella noche electoral de septiembre —-no está de más recordarlo—- cuando Antonio Baños, estrella mediática de la CUP ahora fundida, admitió que se había perdido el plebiscito.
Tranquílisimo, el astuto presidente Mas, todo lo que dice fracasada su hoja de ruta es que seguirá adelante. Incapaz de admitir que son otros los que avanzan mientras él, y su partido, no dejan de ir hacia atrás. Érase un hombre que avanzaba imparable en sentido contrario a la marcha rodeado de gruppies cegados de pasión y de colegas enmudecidos que se traicionan, corderitos, a sí mismos. Nadie abre el pico en Convergencia mientras el jefe no esculpa en piedra su argumentario. Hay quien dice que entre los convergentes con cargo orgánico aún queda gente que piensa por sí misma. Dicen. Pero también hay quien dice que Elvis sigue vivo.
Oriol Junqueras merece un premio Gaudí a la mejor interpretación masculina de reparto. Enorme el primer actor de Esquerra Republicana en su actuación del lunes. Enfadado, vehemente, incluso voceante, para reclamarles a la CUP y, atención, a Convergencia que sigan negociando para sacar adentanle una investidura. Guau, hemos debido de perdernos algún capítulo del serial, porque hasta ahora se suponía que era Juntos por el Sí quien negociaba con la CUP. Junts pel sí, es decir, Convergencia-y-Esquerra, que por eso, Oriol, por eso se llama Junts. Porque son Artur Mas y usted mismo. El número cuatro y el número cinco, ¿se acuerda? El fracaso de la investidura de Mas es el fracaso de su candidato, el único que usted avalaba. El de la Convergencia del 3 por 100.
Grandísima la interpretación oriólica del lunes. Fingiéndose árbitro del pulso entre los unos y los otros. Fingiéndose ajeno al Junts pel sí. Fingiéndose el último pope que trata de salvar el proceso. Y evitando mojarse sobre si Artur Mas debe retirarse o si repetiría, caso de que haya elecciones de nuevo, el matrimonio electoral con Convergencia. No concretó nada Junqueras, pero empezó a jugar sus cartas para emerger, elecciones mediante, como el relevo —-bastante más astuto—- del averiado profeta.