Félix Grande, poeta, publicó “La cabellera de la Shoah” dos años después de visitar Auschwitz, el campo de exterminio de cuya liberación se cumplieron el lunes sesenta y nueve años. Fue plantarse ante el inmenso montón de pelo rasurado a las presas antes de gasearlas y regresarle la voz de poeta que, por casi cuarenta años, había estado en silencio. Félix Grande, poeta español hoy fallecido (y también narrador, y ensayista, y articulista y guitarrista y antes de todo eso vendedor ambulante y pastor de cabras), Félix Grande atendió la invitación de la Fundación Juan March hace dos meses para leer en público algunos de sus poemas. Como era éste un acto sin presentador, sólo púbico y poeta, explicó que habría de ejercer él de exaltador de sí mismo. Es la costumbre cuando se da una conferencia: quien te presenta lee en voz alta tu currículum y lo adorna con un par de consideraciones elogiosas. “Tendré, entonces, que elogiarme yo”, dijo con elegantísima guasa. Y pasó a explicar que, como primer punto de su relación vital de grandes logros (que así tendemos a contemplar un currículum) él mencionaría, sin duda, su condición de enorme guitarrista flamenco... fracasado. “Un currículum”, dijo, “debería ser esto: un folio que reflejara no nuestros éxitos sino nuestras caídas. Nuestro rostro verdadero lo dibuja mejor la enumeración de nuestros fracasos que el relato de nuestras victorias”.
No creo que Pedro J lo comparta del todo, pero resulta seductora esta idea de añadir a los obituarios bondadosos el anticurriculum que, para Grande, era el más humano y el más nuestro: aquello que se nos fue, que no hicimos o que no alcanzamos. Las derrotas que nos definen más que las victorias. Pedro J Ramírez, en esencia periodista-director-de-periódico (instinto para ver desde lejos una noticia y oficio para convertir en una buena historia tanto lo que de verdad es noticia como lo que no tendría por qué serlo), en esencia periodista-director pero también activista político, amante de los hilos que se mueven en las trastiendas, gran publicista de sus causas y, por extensión, de sí mismo (Orbyt no pudo tener mejor comercial), ha abandonado esta tarde su despacho del diario El Mundo. Aunque sólo fuera porque ha estado al frente de este medio veinticinco años (desde el día que nació, 1989, en que ofició Ramírez de comadrona, bebé y parturienta, todo a un tiempo) aunque sólo fuera por eso, su salida de la dirección tiene categoría, nada discutible, de noticia. Pero habiendo sido este diario, y su director, el divulgador de algunos de los casos (o escándalos) que más impacto político han tenido y de los que más se ha hablado en las tertulias radiofónicas de estos años (unos sólidos y de muy largo recorrido, otros endebles y bastante efímeros), a la noticia de la marcha se añade el debate inevitable sobre a quién beneficia o perjudica que ésta se produzca. Ramírez ha repasado con su redacción, esta tarde, algunas de sus más influyentes portadas. Para Pedro J cada día tiene que haber un watergate. Cuando lo hay es el primero en verlo y en titularlo con ingenio; cuando no lo hay, siente la obligación de intentar que, al menos, lo parezca.
Está en el ADN de los gobiernos en España (subráyese lo de “en España” porque no en todos los países pasa lo mismo) intentar mover la silla a periodistas que consideran, para sus intereses, nocivos. En los medios públicos hay relevos en cuando cambia el signo del gobierno. Incluso Zapatero, que ha quedado para la historia como el impulsor de la independencia de la televisión pública, llamó personalmente a Lorenzo Milá para decirle que quería nombrarle director de informativos. A los medios privados lo que acostumbran a llegar son mensajes, ¿verdad? Los gobiernos hacen saber a los responsables últimos de los medios lo disgustados que están con el trabajo de tal o cual periodista. Los mensajes llegan, pero son las empresas de comunicación las que deciden cómo actúan en relación a esos mensajes. Y, en última instancia, quienes deciden (atendiendo también a otros criterios puramente empresariales), quién debe seguir sigue y quién debe dejar paso a otro. Que el director de un medio sea relevado (ejemplos tenemos en estos cinco años de crisis económica) es más probable si ese medio tiene unas cuentas delicadas o ha incurrido en inversiones y proyectos fallidos, que si ofrece unos resultados de facturación magníficos. Incluso un director de periódico tan personalísimo y asentado como Pedro J, incluso un director tan único, en muchos sentidos, como él se sabe en posición más débil ante esos mensajes que siempre llegan de los gobiernos a los propietarios de los medios cuando la gestión económica, los resultados, están cuestionados por esos propietarios, los accionistas que velan, más que por cualquier otra cosa, por la rentabilidad de su dinero. “Por mí hubiera seguido de director toda la vida”, les ha dicho esta tarde a sus redactores, “pero se me ha comunicado que el accionista me releva”.
No es un secreto que Rajoy y Pedro J nunca se han llevado mucho. Existe en ambos un cierto desdén por el otro, una pobre opinión sobre sus aptitudes. Ramírez considera a Rajoy un correcto gestor de cuestiones menores, dotado para la administración de vuelo bajo pero no para el liderazgo de país; Rajoy ve a Ramírez extraordinariamente dotado no para la información sino para la intriga, el político que, camuflado en sus tirantes, trata de tele gobernar él, a distancia y combinando el palo y la zanahoria en sus portadas. No es un secreto nada de esto porque no es nuevo. Es muy anterior a la conversión del tesorero Bárcenas en garganta profunda. Pronto se cumplirán seis años de las segundas elecciones que ganó Zapatero y que trajeron consigo la reinvención de Rajoy como líder (superviviente) del PP, en aquel congreso de Valencia al que llegó mucho más cuestionado en la prensa de lo que luego estuvo por los delegados. En Valencia, 2008, asomaron ya los primeros indicios de cuanto está pasando hoy en el PP: el distanciamiento de Aznar, el desafecto de Mayor Oreja, el atrincheramiento en minoría de Esperanza Aguirre, la jubilación del aznarismo y la promoción de Cospedal y Sáenz de Santamaría. Todo estaba ya en Valencia, 2008. Si, como dijo Félix Grande, poeta, nuestra vida la definen más las derrotas que los éxitos, entonces la vida de hoy de Mariano Rajoy la definió su segunda derrota en las elecciones generales, cuando se marcó como objetivo no tanto llegar al gobierno como llegar sin deberle el favor a nadie. Si el currículum de cada uno de nosotros lo definen más las derrotas que las victorias, entonces en el currículum, a todas luces exitoso, de Pedro J Ramírez hay que incluir también Valencia 2008. El fiasco de convertir a Juan Costa en el JFK de la derecha patria, el Kennedy que iba a levantar el PP de la segunda derrota en generales que acababa de encajar un hombre por entonces decaído que se llamaba, y se llama, Mariano Rajoy. Entonces, survivor y hoy, presidente.
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