Que notición el que hoy dio la Moncloa, ¿eh? ¡Rajoy se reunirá con patronal y sindicatos! Dices: en otros países, eso es rutina. Ya, pero en España, es un gran acontecimiento. Como una final de copa, que nos tiene las dos semanas previas hablando de lo que puede ocurrir el día de marras, aunque luego llegue el día y -veremos- la cosa se quede en nada. En realidad la noticia completa dice que Rajoy se reunirá con patronal y sindicatos sabiéndose. Porque el presidente ya se ha visto otras veces con Rosell y con Méndez-Toxo, lo que pasa es que no se ha anunciado.
Si esta invitación a sentarse a hablar se hubiera producido el viernes de la pasada semana, se habría interpretado que era la reacción del gobierno a una EPA demoledora que le ha hundido la moral al más pintado. Pero como se ha producido una semana después, entonces cabe interpretarla como la reacción del gobierno a su propio fiasco escénico del viernes pasado, es decir, que visto lo mayoritaria que ha sido la impresión de que el gobierno estaba dando por perdido el partido contra el paro al menos hasta 2015 -tirar la toalla- trata ahora de revertir esa impresión convocando a patronal y sindicatos para hablar un poco de todo.
Que, al menos, parezca que se hace algo nuevo; que se sientan los líderes sindicales reconocidos en su papel de interlocutores, que eso siempre agrada; que publiquen los diarios una imagen del gobierno dialogando con alguien más que consigo mismo, aunque sólo sea para desactivar el insistente (y engordado) discurso del clamor nacional por el pacto. La versión oficial, que es la del gobierno, dice que hablarán de pensiones y de incentivos a los emprendedores -nada de hablar de la reforma laboral, que ésa dice el gobierno que no se toca-, pero hombre, ya que están todos juntos sentaditos a la misma mesa cabe pensar que no habrá líneas rojas en el diálogo. Y cuando le han preguntado, más de una vez, esta tarde a la portavoz del gobierno si está previsto ampliar el diálogo a los otros partidos políticos (ya que serán tantos los asistentes, ¿le harán hueco a Rubalcaba, “vente, Alfredo, que donde comen cinco comen seis”?) su respuesta ha sido pasopalabra.
Lo del pacto es un estribillo recurrente que, cada dos o tres años, vuelve al debate público en España. Salgado, cuando era vicepresidenta, organizó con José Blanco (que entonces gustaba mucho de dejarse ver) y Miguel Sebastián un happening en el palacio de Zurbano, ¿se acuerdan?, con todos los grupos políticos para alcanzar un pacto anticrisis, así lo llamamos todos en aquella época, marzo de 2010. Y alguna cosilla se pactó, como reducir el IVA a las obras de reforma en casa o abrir líneas del ICO para pymes y autónomos, pero cuando el acuerdo se tradujo a un decreto y éste llegó al Parlamento para su debate, los mismos partidos que habían ido a Zurbano dijeron que la montaña había parido un ratón; que aquello, más que pacto, era pactito; que en absoluto podía llamársele a esa cosa, como pretendía el gobierno, pacto de Estado contra la crisis; que tanta gaita con Zurbano y todo se había reducido a una foto. Eso fue en abril. El mes siguiente Bruselas y Berlín le dieron el bocinazo a Zapatero y el hombre se plantó en el Congreso con la terapia de choque que tantas veces había aborrecido y tantas otras veces acabaría exaltando.
Lo del clamor por el pacto es una exageración del alcance de las tres o cuatro reflexiones que algunos dirigentes empresariales o sindicales han hecho sobre la pertinencia de acordar políticas de Estado. Hablar nunca está de más -hablando se entiende la gente, como le dijo el rey a aquel señor de ERC y como demostró Urdangarín con el gobierno de la comunidad valenciana- pero, en el fondo, los pactos sirven para solucionar aquellos problemas que están causados (o agudizados) por el desacuerdo entre partidos políticos u opciones ideológicas.
El pacto entre PP y PSOE serviría para resolver aquellos problemas que estén causados (o agudizados) por el desacuerdo entre estos dos partidos. Y no parece que ése sea el caso que nos ocupa. La causa de que haya seis millones doscientos mil parados, o que el PIB siga menguando, o que el grado de empobrecimiento siga aumentando, no es que Rajoy y Rubalcaba no se vean, no se entiendan o defiendan políticas distintas; la causa no es, como en Italia o en Grecia, que el partido que ganó las elecciones necesite de apoyos de otros grupos para aplicar las políticas que considere acertadas; la causa es que el túnel se va alargando porque no se ha encontrado aún la vía eficaz, o inmediata, de dejar atrás la recesión y volver a poner la economía en marcha.
Y ahí quien sigue teniendo la llave no son tanto los gobiernos nacionales (que algún margen tienen para escoger entre unas medidas y otras) como los dirigentes europeos, los que más peso tienen en el día a día de la zona euro, Merkel, Hollande, Draghi y la comisión europea. El pacto que en Europa vale (y España es Europa) es el que alcanzan en cada cumbre comunitaria los jefes de estado y de gobierno; el pacto que firman, pese a las discrepancias que mantienen entre ellos, sobre por dónde hay que ir y a qué ritmo. Por eso lo más relevante no es el debate que tengamos aquí sobre si hay que poner más impuestos medioambientales o eliminar las diputaciones, sino el que sigue abierto en Europa sobre el déficit cero y la conveniencia, o no, de dejar para más adelante (en el caso de España, para mucho más adelante) el equilibrio de las cuentas y volcarse ahora en meter liquidez en el sistema, espolear la actividad y tirar de inversión pública, aunque sea arrastrando el déficit y aumentando deuda; el debate europeo que ahora arrecia sobre si hay que seguir capturando ingresos para el Estado a costa de subir y subir impuestos o ha llegado el momento de aflojar con la presión para que la economía espabile y la propia actividad económica genere recursos para los Estados.
Aquellas etiquetas que tanto se estilaban en 2010, la salida socialdemócrata frente a la salida neoliberal de la crisis, ¿se acuerdan?, hace tiempo que quedaron desfasadas. El equilibrio presupuestario, también llamado “ajuste”, fue etiquetado por mucho como “neoliberal”. Pero los gobiernos han buscado ese equilibrio, como ayer mencionó Draghi, subiendo impuestos a todo el mundo, que de “neoliberal” tiene poco. Ésas han sido las dos patas que han convivido los últimos tres años en casi todas las políticas nacionales: reducir déficit y subir impuestos. Ahora parece que el viento gira en sentido opuesto. Reducir el déficit ya no urge tanto (vamos a tomárnoslo con más calma, que nos hemos quedado en las raspas) y se oyen cada vez más voces (a esto el PSOE no lo llama clamor) para que se explore, como diría Aguirre, la bajada de algunos tributos. Aprovechando, precisamente, que el ritmo de recorte del déficit va a ser más lento.
Hoy el comisario acelga Olli Rehn ha presentado sus estimaciones para los dos próximos años. Algunos medios han destacado durante el día que la comisión echa por tierra, o empeora las previsiones de Rajoy. En realidad no divergen tanto las del uno y las del otro. Son diferencias de una décima arriba o abajo: dos décimas más de caída este año en las previsiones de la comisión comparadas con las del gobierno, pero cuatro más de subida para el año que viene; dos décimas más de déficit este año, pero una décima menos de paro. Ligeras diferencias no sustanciales.
Lo principal es que la comisión confirma, en estos números actualizados, que España tiene dos más de plazo para bajar el déficit al 3 %. Del mismo modo que le ofrece a Francia también dos años más para alcanzar esa meta.
A falta de pacto de estado en España, lo que se está fraguando es el nuevo pacto de Estados en la zona euro: aflojar con el ajuste y meterle gasolina al sistema.