Día siguiente a la muerte de un Papa. Día primero, primer día completo, de sede vacante. El periodo entre Papas en el que los católicos lloran la desaparición de su jefe espiritual, renuevan su confianza en que haya otra vida después y más allá de ésta, y aguardan a que otro hombre ocupe simbólicamente la cátedra de San Pedro. Y ejerza, nada simbólicamente, la jefatura de una institución con presencia en todo el planeta y de un Estado soberano que se rige por leyes y convenciones bien distintas a las de la mayoría de los Estados.
Emitimos desde la plaza de San Pedro del Vaticano, a las puertas de la Basílica por la que mañana empezarán a desfilar todas aquellas personas que deseen despedir, presencialmente, al hombre que se desempeñó como cabeza de la iglesia católica los últimos doce años.
Y estos tres últimos, según dejó escrito él mismo, sintiendo que el final de su vida estaba próximo y acusando el sufrimiento físico que le causó el deterioro de su salud. Francisco, el papa cuya vida se extinguió hace veinticuatro horas, redactó un testamento mínimo, de apenas un folio, en el mes de junio de 2022. Su contenido se difundió aquí anoche conforme a las instrucciones que él mismo dejó dadas y todo lo que recoge es el deseo de ser sepultado en la Basílica de Santa María la Mayor —como ya se sabía, no en San Pedro— y el lugar y apariencia que ha de tener la tumba. Un nicho de la nave lateral, sin decoración alguna, y con una única palabra grabada en la piedra: el nombre por el que fue conocido como papa: Francisco.
Pidió ser sepultado en la Basílica de Santa María la Mayor sin decoración alguna y una única palabra grabada en la piedra: Francisco
Se cumplirá su voluntad y ese nicho sencillo y austero quedará como último testimonio de lo que este Papa quiso ser, o de cómo este Papa quiso se ha visto y recordado. En sus propias palabras, como un hombre que lo hizo lo mejor que pudo, un pecador que se esforzó en hacer el bien.
Antes de que llegue ese instante último de la sepultura, el ritual funerario de esta institución milenaria que es la iglesia católica contempla otras páginas previas que se empiezan a escribir aquí esta mañana. La primera, en rigor, se produjo anoche, cuando la autoridad interina del Vaticano procedió a sellar el apartamento en el que habitaba Bergoglio dentro de la residencia Santa Marta, más parecida a un hotel que a un palacio y que será acondicionada ahora para recibir a los cardenales que vienen ya hoy a Roma. Sellado el apartamento por el camarlengo y el secretario de Estado, los jefes de la Iglesia en funciones, digamos. E informada la opinión pública de la causa última del fallecimiento. Que, en efecto, y como se adelantó durante la mañana de ayer, fue un infarto cerebral que le indujo un estado de coma irreversible y provocó su muerte en apenas minutos.
La liturgia continúa.
La autoridad interina del Vaticano procedió a sellar el apartamento en el que habitaba Bergoglio dentro de la residencia Santa Marta, más parecida a un hotel que a un palacio
Hoy con el velatorio privado que precede al momento en el que, mañana, el cuerpo quedará expuesto en la Basílica. Durante tres días tendrán oportunidad los fieles de despedir al Papa. Para el funeral todavía no hay fecha, pero raro será que no se celebre este fin de semana y que no asistamos a una concentración de gobernantes, procedentes de medio mundo, que supone un desafío —tampoco es un secreto— para las fuerzas de seguridad italianas. Lo siguiente, que ya será el cónclave, llegará en la segunda semana de mayo.
Las acciones del Papa
Del Papa se escriben hoy tantas cosas que necesitaríamos diez o doce programas para reflejarlas.
Cuando una persona desaparece es también tradición que se subraye aquello en lo que mereció reconocimiento y se difuminen, o se diluyan, o se aparquen aquellas posiciones que refutan la idea de que estuvo en sintonía plena con los tiempos que le correspondió vivir.
Éste ha sido un papa muy apreciado por la llamada izquierda política. Digamos que fue visto por la izquierda como uno de los suyos. Quedó patente ayer en las apreciaciones que escuchamos a integrantes del gobierno español, que lleva a gala su condición de excepción izquierdista en el paisaje hegemónico de la derecha europea. Y que ha querido vincularse todos estos años con los valores que entiende que encarnado Francisco. Pero es revelador que, expurgado el grano del acompañamiento retórico, esos valores queden reducidos a tres: el compromiso con los pobres —presente en la doctrina de todos los papas anteriores—, la denuncia de los efectos indeseables del cambio climático y la beligerancia que mostró hacia el trato dispensado a los inmigrantes irregulares.
Es revelador que, expurgado el grano del acompañamiento retórico, esos valores queden reducidos a tres: el compromiso con los pobres, la denuncia de los efectos indeseables del cambio climático y la beligerancia a los inmigrantes irregulares
Yolanda Díaz añade la defensa del Papa del trabajo digno y decente, bien es verdad que más fuera del Vaticano —cuya legislación laboral no ha sido un faro para los sindicalistas del mundo— que dentro. La denuncia del maltrato a los inmigrantes irregulares fue constante en las intervenciones de este Papa.
Ayer nos contó la embajadora Celaá que estaba ya ultimado el viaje a las Canarias para interesarse por los miles de inmigrantes —y miles de menores— a los que las administraciones españolas —no estará mal hoy recordarlo— no han conseguido aún dar el trato que nuestra legislación les reconoce como derecho.
Y es revelador que, a la hora de recodar la figura y la doctrina de este Papa, se hayan evitado las cuestiones rabiosamente actuales y rabiosamente sociales en las que Francisco se mantuvo invariable porque invariable es la moral de la iglesia católica. Era inmoral, para este Papa renovador y, dicen, revolucionario, el matrimonio entre personas del mismo sexo; la adopción; el sexo como mero disfrute de los cuerpos; la interrupción voluntaria del embarazo; la eutanasia; el cambio de sexo. Nunca dejó de referirse el papa a los homosexuales como personas a las que no cabía condenar y a la que había que reconfortar, pero porque siempre latió en sus afirmaciones sobre la homosexualidad la idea de que era una avería, un defecto que debían sobrellevar con esperanza tanto los homosexuales como sus familias.
Era inmoral, para este Papa renovador y, dicen, revolucionario, el matrimonio entre personas del mismo sexo; la adopción; el sexo como mero disfrute de los cuerpos; la interrupción voluntaria del embarazo; la eutanasia; el cambio de sexo
Estas posiciones morales sobre la esencia de una religión, que es la moral que emana de su fe, han sido orilladas, voluntariamente olvidadas, por aquellos que ayer, celebrando lo que ha representado este papa, celebraron, en realidad, sólo a medio papa. O a menos de medio.
Francisco era todo a la vez: el líder moral que denunciaba la muerte de inmigrantes en el Mediterráneo y el líder moral que condenaba la eutanasia, el suicidio y el aborto. Quienes se esforzaron en verlo, o en etiquetarlo, como un dique a los reaccionarios que ganan terreno en los gobiernos de medio mundo han tenido que esforzarse ayer por olvidar que él mismo mantuvo posiciones reaccionarias ante avances sociales que tiene que ver con la libertad de cada cual para unirse, convivir o encamarse con quien le parezca oportuno. Porque Francisco era el líder de la iglesia católica. Con todo lo que eso supone y que, mucho me temo, no es troceable. Es legítimo que muchos piensen, o pensemos, que hubo más de apariencia de renovación que de renovación verdadera.
Quizá le corresponda al próximo Papa desmentir o confirmar esa impresión.
Es legítimo que muchos piensen, o pensemos, que hubo más de apariencia de renovación que de renovación verdadera