OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Al impacto que el coronavirus va teniendo en la economía europea, añádanle una nueva crisis de refugiados"

Al impacto que el coronavirus va teniendo en la economía europea, añádanle ahora una nueva crisis de refugiados.

Carlos Alsina

Madrid | 02.03.2020 08:14

Lo del coronavirus tiene temblando no a la población que se compra mascarillas, sino a los responsables económicos de la Unión y a los ejecutivos de las principales compañías. El parón de actividad en las fábricas chinas está afectado a los procesos de producción en todas las plantas que, en Europa, utilizan componentes made in China. Ese primer efecto, unido a la caída de las expectativas turísticas, hace que todas las previsiones económicas estén en el aire.

El horizonte es de incertidumbre total, con el Banco de Italia empeorando tanto sus estimaciones que ahora calcula una caída del PIB de dos décimas, en un país que ya venía cayendo y sobre el que se extiende ya la sombra de la recesión. Ha anunciado el gobierno de Conte incentivos y ayudas a las empresas que vean alterada su actividad por el coronavirus y a los ciudadanos que tengan que permanecer en aislamiento y vean reducidos sus ingresos: moratorias al pago de la hipoteca o de la factura de la luz. Italia como principal preocupación, económica, de una Unión Europea que ha perdido su motor británico.

Y junto al coronavirus, la nueva crisis de refugiados que empezó la madrugada del viernes, cuando el gobierno turco se desentendió del control de emigración alegando que la guerra en Siria le obliga a cambiar sus prioridades. Traducido: que como el ejército sirio, en alianza con el ruso, bombardeó a militares turcos en Siria y mató a decenas de ellos, Erdogan reclama de la Union Europea y de la OTAN ayuda para plantar cara a Al Assad y a Putin. Y la forma de meter presión a Europa es hacer la vista gorda en la frontera y permitir que salgan los refugiados camino a Grecia. No se olvide que la crisis anterior la resolvimos en la Unión Europea subcontratándole a Turquía la atención (y la contención) de los refugiados a cambio de acuerdos comerciales muy golosos.

El anuncio turco fue interpretado por cientos de refugiados como la apertura de fronteras. Se subieron a los autobuses que gratuitamente los llevaban hasta el límite entre Turquía y Grecia y se encontraron con que, en efecto, del lado turco los guardias habían retirado los controles. Pero al intentar entrar en Grecia fueron los guardias de este país los que emplearon gases lacrimógenos.

Algunos refugiados han contado que los guardias les quitaron los móviles y el dinero y los obligaron a volver sobre sus pasos, de regreso a suelo turco. “Venimos de Siria y hemos escapado de la bombas’, se lamentaban, “qué clase de humani-dad es ésta que consiste en lanzar botes de gas a los niños”. Hay tres mil personas ya acampadas en ese punto de la frontera e intentando de vez en cuando cruzarla.

El gobierno griego ha invocado el artículo del Tratado Europeo que da potestad a la comisión para adoptar medidas excepcionales para proteger la integridad territorial de un país. Traducido: suspender la acogida y negar la entrada a cualquier refugiado, esté en la situación en que esté. Todas las peticiones de asilo político han quedado ya aplazadas en Grecia.

Y a la nueva crisis en la frontera se une la propia guerra de Siria, con el enfrentamiento, que va a más, entre Rusia y Turquía. Putin ha hecho saber que el espacio aéreo sirio está cerrado y que si persevera en hacer volar aviones militares no garantiza que no sean derribados.

Si no bastaba con un cisne negro, un acontecimiento imprevisto que lo altera todo, ahora tenemos dos. Un virus y una guerra que nunca termina.

Fruto del coronavirus, Francia ha prohibido los eventos con más de cinco mil personas. Por los pelos eludió la prohibición el Partido Puigdemónico, que juntó el sábado en Perpiñán a bastantes más de cinco mil, con el aliento del alcalde de la ciudad, la presidenta de la diputación provincial y el hombre de Macrón en el municipio, Romain Grau, que se declara amigo de Puigdemont y feliz de haberse podido reencontrar con él, mon dieu, cuánto tiempo mon bon ami.

Esperaron a tener su acta de eurodiputados para pavonearse en el sur de Francia sin temor a ser detenidos. Puigdemont, su mini yo Toni Comín y la señora Ponsatí, que concurrieron a las elecciones europeas sólo para esto. Doña Clara, que ha sido la última en inmunizarse, debe su puesto al Brexit, porque ella ocupa uno de los escaños que dejaron libres, al irse, los británicos.

Montaron la kedada del sábado en Perpiñán, que está más cerca de Girona que Bruselas, porque las peregrinaciones a Bélgica ya tenían cansada a la parroquia y para poder decir que han regresado a Cataluña: ya sabe usted, para ellos está la Cataluña norte y la Cataluña sur, que en realidad es la provincia de los Pirineos Orientales en la nación francesa, y la comunidad autónoma de Cataluña en la na-ción española. Por la primera, Francia, puede moverse con libertad el trío prófugo; por la segunda, España, no se les va a ver el pelo porque temen ser detenidos por muy eurodiputados que sean.

No nos detendrán, proclamó el profeta Puigdemont, no se sabe si pensando en su situación judicial o en el movimiento político que él, a pesar de todo, encabeza. Y que abrió con la kedada perpiñanesa su autocampaña electoral: dado que es él quien va a ponerle fecha a las elecciones autonómicas, metiendo de paso en cuarentena la mesa de partidos que ha dado a luz Sánchez en la Moncloa, es él quien más claro tiene lo que urge movilizar a la feligresía indepe para que le voten a él y no a Junqueras. Después de todo él es un líder audaz que le ha hecho la peineta a la justicia española y hoy se pasea por el Parlamento Europeo con su séquito de asesores a sueldo y Junqueras es un recluso que lleva dos años y cuatro meses entre rejas y que ha tenido que inventarse un empleo para poder salir tres días por semana.

Sí, claro que es Junqueras quien le ha arrancado a Sánchez la mesa de partidos y la asunción de la jerga independentista para el relato de la cosa catalana, pero el que copreside la mesa es Torra, su Torra, que en Madrid predica lo hermoso que es el diálogo pedrista y en Perpiñán aplaude a la señora Ponsatí cuando ésta lo califica, que se entere Oriol, de engañifa.

Porque la egregia profesora, doctora en Economía por la universidad de Minnesota, ha llegado a la conclusión de que los independentistas en España siempre han sido reprimidos, detenidos o forzados al exilio.

Y esto se lo decía a decenas de miles de independentistas como ella que luego se volvieron a España a seguir haciendo vida corriente, sin ser ni detenidos, ni reprimidos, ni nada. No sólo se levantan esta mañana pudiendo hacer lo que les dé la gana (siempre que no se apropien de los derechos de los demás), es que van a poder votar libremente por el independentismo el día que el mentor de Ponsatí, que es Puigdemont, convoque a las urnas.