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Monólogo de Alsina: "Si el Gobierno hubiera reconocido que se equivocó el 8-M, el debate ya estaría amortizado"

La primera sensación, ayer, es que por fin había llegado el día. Imagino que a usted también le pasó. (Que a ti también te paso). El día en que por fin pudimos escuchar que no había muerto nadie de coronavirus en España. Imposible no acordarse de aquel otro día de hace hoy dos meses, 2 de abril de 2020, el peor de los días: 950 fallecidos en veinticuatro horas. Los días del Palacio de Hielo reconvertido en morgue. Los días del desconsuelo.

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Carlos Alsina

Madrid | 02.06.2020 08:19

La primera sensación, ayer, fue de descanso. Por fin hemos llegado hasta aquí. Lo siguiente será poder contar, algún día, que no se ha producido ningún contagio nuevo.

Después, leyendo a Kiko Llaneras ---que examina y estudia los números con mejor criterio y mayor dedicación que yo--- caí en la cuenta, es verdad, de que hace días que es imposible saber con precisión si ha habido, o no, fallecimientos y cuántos han sido. Porque la notificación de los fallecimientos no siempre se produce el mismo día. Y porque si mañana llega la notificación de una muerte que ocurrió anteayer aparecerá en la lista de fallecimientos de la última semana, pero no expresamente de este día. Ni Sanidad, ni nadie que yo conozca, se ha tomado el trabajo de hacernos entender cómo se están midiendo las cosas, por qué se han cambiado los criterios y hasta qué punto esto de lo que nos informan hoy no será corregido, desmentido o matizado mañana. Al presidente le pidió una explicación, una de pedagogía, el New York Times este domingo y ya comprobamos ayer que tampoco él supo salir del paso.

Todo eso es verdad. Pero aun así, bien podría haber ocurrido que, en efecto, no muriera ningún paciente de coronavirus el domingo. Bien podría ocurrir que haya sido, en efecto, el primer día después de noventa días en que ninguna familia haya tenido que dolerse por la pérdida de uno de sus miembros. Bien podría ser que nadie tuviera que llorar el domingo. Hoy podemos quedarnos con la interpretación más favorable de los datos y pensar que, ahora sí, vamos dejando todo esto atrás.

Con secuelas, no lo olvido.

Secuelas emocionales, secuelas psicológicas, secuelas económicas, secuelas laborales.

En una hora tendremos dato del paro de mayo. No es posible que sea bueno. Si acaso será menos malo que el de marzo y el de abril. Como no era posible que fuera bueno ---todo el país parado--- el dato de matriculaciones de vehículos (72 % de caída) o el de pernoctaciones en hoteles, es decir, el turismo (cero patatero). Pero sí es posible, y habrá que trabajar para que eso pase, que la recuperación de actividad sea más rápida y más amplia de lo que las previsiones de todos los centros de estudios tienen calculado.

La carrera por atraer turistas, la competición entre destinos veraniegos, está en marcha desde hace semanas. Italia levanta las limitaciones al tráfico aéreo mañana: habrá vuelos internacionales y no habrá cuarentena obligada para turistas. España tiene anunciado que el primero de julio volverá la normalidad a los aeropuertos y se acabarán las cuarentenas, pero visto lo visto, es probable que el calendario se acelere. El Congreso aprobará mañana un último estirón del estado de alarma con más holgura que las prórrogas anteriores. A las trece abstenciones de Esquerra se sumarán, salvo sorpresa, los diez votos afirmativos de Ciudadanos.

Los naranjas no pueden decir que hayan conseguido, esta vez, que Sánchez aparque a Esquerra Republicana porque pactó con Esquerra esta prórroga antes que con Ciudadanos. Y porque Esquerra está presumiendo de haber dejado fuera de la ecuación a los naranjas.

Tiene que hacer ver Edmundo Bal (o Arrimadas) que no se ha enterado de que va a reactivarse la mesa de partidos de Cataluña por exigencia de Esquerra porque si no el discurso flaquea.

La prórroga (última) hasta el día 21 supone que el 22 de junio se habrán terminado las restricciones a la libertad de movimientos. Cómo se compadece eso con la permanencia de algunas regiones (Madrid, Barcelona, ciudades de Castilla y León) en fase tres para entonces es algo que el gobierno todavía no ha explicado. Probablemente porque aún no ha decidido qué se hace el 22 de junio con el coche escoba de las fases. Sin descartar que en realidad, y para esa fecha, se haya dado por terminada, acortando calendarios, la desescalada.

A las secuelas que deja la epidemia hay que sumar el examen pendiente sobre lo que nos ha pasado. Lo que hicimos a tiempo, lo que hicimos tarde y lo que nunca debimos haber hecho. Asumió, en su día, el presidente el compromiso de auditar las decisiones, las fechas, las carencias, para aprender en qué hemos fallado (43.000 muertos estimados, 240.000 enfermos) y qué requiere de mejora para afrontar las epidemias nuevas. No debería dejarse fuera de ese examen al Centro de Alertas Sanitarias, por mucho afecto que despierte el doctor Fernando Simón. El suyo es un departamento pequeñito, escasamente dotado, sobre el que descansa nada menos que la prevención y el aviso a todas las administraciones de las nuevas amenazas a la salud que puedan surgir en cualquier lugar del mundo.

Es probable que si el gobierno hubiera admitido, con pesar, en la tercera semana marzo el error de animar a los ciudadanos a congregarse en la calle, por cientos de miles, estando ya activa una epidemia el debate sobre las manifestaciones del 8M estaría, a estas alturas, amortizado. Parece difícil rebatir que, habiendo ya casos de contagio en Madrid (casos locales) cuyo origen no estaba determinado habría sido más prudente disuadir al personal de manifestarse y aplazar las marchas para cuando pudieran celebrarse sin riesgo alguno. Como se hizo dos días después con las fallas.

Admitir eso no significa ni que la manifestación disparara la epidemia (eso nunca lo sabremos) ni que el gobierno incurriera en responsabilidades penales (ya veremos qué recorrido tienen las denuncias y los sumarios). El gobierno se equivocó. Porque no hay científico que recomiende una manifestación multitudinaria como medida preventiva frente a una enfermedad vírica.

El vídeo que se difundió ayer, de la ministra de Igualdad en conversación informal antes de una entrevista televisiva, refleja que ella estaba tan empapada del discurso oficial contra la histeria y el alarmismo que cuando ya teníamos aquí focos de contagio propios seguía sin querer enterarse de que las cosas habían cambiado. Que ya no era ni de histéricos ni de alarmistas temer que nos pasara lo que a Italia. Las medidas superdrásticas a las que ella misma alude: el cierre de Lombardía, de los colegios y universidades de toda Italia. La prohibición en Francia y Alemania de reuniones de más de mil personas.

La ministra de Igualdad explica en la conversación informal que no iba a admitir en la entrevista que en el ánimo de los manifestantes había pesado el coronavirus. Y la pregunta es por qué le parecía mal admitirlo, si como dijo ayer su jefe en el gobierno (y pareja) Pablo Iglesias en el programa de Julia Otero todo lo que dice en el vídeo es razonable.

Claro que se sabían: se sabía que la distancia social era aconsejable, que podía haber personas contagiadas que no tuvieran aún síntomas, que era mejor no tocarse, no besarse, en fin, todo aquello. Es que el día de la entrevista, 9 de marzo, el ministro de Sanidad está hablando con el gobierno de Madrid y entre los dos deciden cerrar los colegios cree o no cree alarma.

La única razón de que la ministra no quisiera decir en público lo que admitía en privado es que consideraba que hacerlo era darle una baza a quienes habían cuestionado que la manifestación se mantuviera.

Por cierto, nadie ha traicionado un off the record. El off the record sólo puede traicionarlo el periodista al que una persona ha facilitado una información o comentario que no quiere que se publique. Y los periodistas de EiTB no han traicionado nada.

Aquí lo que hubo fue una conversación informal y privada. Que se grabó y que alguien, ahora, ha encontrado y ha hecho llegar a un medio, el ABC, para conseguir que se difunda. Bien porque entiende que es un documento relevante, bien porque busca perjudicar a la ministra y al gobierno. Menos escándalo porque esto lo habitual en la vida política. Casi todo documento confidencial, o conversación privada, que acaba trascendiendo lo ha filtrado alguien para perjudicar a alguien. Un documento audiovisual no se diferencia en esto de un documento confidencial, o de una transcripción de una conversación privada o de un pantallazo de whatsapp.

El debate no es si hay que respetar la privacidad de un comentario fuera de cámara (el equipo de ETB lo respetó) sino si tiene algún valor lo que se ha difundido. En este caso el valor consiste, y no va más allá, de probar que la ministra de Igualdad no quiso decir en público lo que de verdad pensaba.

En el oficio periodístico tenemos santificado el off the record. Injustificable que se viole. Repito: esto no era un off the record. Ni siquiera está probado que quien lo ha filtrado sea un periodista. Pero más allá de este episodio de Irene Montero, pasajero, ojo con santificar los off the records. La primera obligación que tenemos no es respetar los off the records, es contar la verdad. Y si sabemos que un gobernante miente, denunciarlo.

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