OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Ignoro si existe el equilibrio entre contener los contagios y contener la hemorragia económica"

Diario de la pandemia. 17 de marzo. Ya queda un día menos para dejar todo esto atrás.

Carlos Alsina

Madrid | 17.03.2020 08:37

Me escribe un oyente. Para recordarme que hace catorce días estuvimos debatiendo él y yo, por correo, cómo de bueno (o de no tan malo) era el dato del paro de febrero. Me lo recuerda con pena. O con melancolía. Aquellos tiempos en que aún hablábamos de ralentización de la economía. Aquellos tiempos que parecen de hace quince años aunque sólo hayan pasado quince días.

Miro el número de contagiados de ayer y pienso ya en los otros contagiados. De la otra epidemia que tenemos declarada y que se llama expedientes de regulación de empleo, cierre temporal de actividad, desempleo. Oyentes nuestros que trabajan en la Seat, en Renault, en Nissan; que son vigilantes de seguridad de Illunion; que están empleados de cadenas cuyos marcas nos suenan a todos: Burger Kung, Starbacks, Cañas y Tapas.

Oyentes que sois autónomos y que andáis con el termómetro en una mano, tomándoos la temperatura, y con la calculadora en la otra: cuántos días de inactividad puedes permitirte sin que salten todas las alarmas.

De ti no hace falta que imagine nada porque me lo has contado: en la empresa te han dicho que de momento te coges vacaciones y luego ya veremos.

Apunto en el diario que el consejo de ministros de hoy va a tener tanto impacto sobre la vida de nosotros como el del sábado pasado. Quién sabe si por más tiempo. Porque remitirá –-ojalá pronto-- la pandemia del coronavirus y aún estarán aflorando las secuelas del bajón que se está incubando.

Hay decenas de miles de familias que viven al día. Que carecen de ahorros porque no llegan. Que no tienen colchón del que sacar.

Imagino a Sánchez repasando todo lo que anoche anunció Macron, el francés, que no tiene pinta de rojo peligroso.

El Estado avalando a las pequeñas y medianas empresas para que ninguna quiebre. Suspendido el pago de la luz, el alquiler del local, las cotizaciones y los impuestos para aquellas que no puedan hacerle frente. La Francia que es motor de la Unión Europea asume que este tsunami, nada más empezar, que se ha llevado ya por delante todas las previsiones y todos los presupuestos.

Hoy Macron confina a los franceses en sus casas. El domingo los tenía yendo a votar. No es nuestro gobierno el único que ha tenido que pegar un bandazo.

Admito que siempre es más difícil gobernar que andar criticando al que gobierna. Cómo paras un país para atajar un virus sin pararlo del todo para no hundir la economía. El equilibrio entre contener los contagios y contener la hemorragia económica. Ignoro si ese equilibrio existe. O si hay que creer que existe porque si no, ya me dirás tú a dónde vamos.

Me pregunto qué haría yo, que tengo cincuenta años y llevo treinta trabajando, si me tocara decidir cualquiera de estas medidas y el vértigo me hace tambalearme. Me agarro, para seguir de pie, a lo único que tengo que a mano, que es la confianza en que, acierten mucho o acierten menos quienes gobiernan, por algún sitio acabará encontrando la sociedad una salida: la cuerda a la que irnos agarrando para salir del pozo. Que viene hondo.

Pienso en el debate pendiente que teníamos en España, los Presupuestos que iban a depender de la mesa de negociación y de Esquerra Republicana, el afán de agradar a Oriol Junqueras, todo aquello de hace quince días que hoy parecen quince siglos. Todo se va yendo por el desagüe, y opino que no es malo que algunas se vayan.

Al confinamiento y el final de la epidemia le sucederá un país convaleciente, debilitado por una enfermedad que pegó duro y necesitado de estímulos de todo tipo. No sólo económicos. Requerirá, tanto como ahora, de ideas claras y rumbo firme en el puente de mando. De un gobierno capaz de aunar voluntades y hacer equipo.

Hay que empezar ya a construirlo todo y ha dejado de ser el tipo más influyente de España Oriol Junqueras. Si esto es una guerra, como dice Macron; si hace falta un presupuesto de guerra, entonces sacarlo adelante es misión de todos los grupos parlamentarios. Sobre todo aquellos que representan a un mayor número de españoles y de todo el país. El coronavirus se ha llevado por delante Pedralbes. Esto sí que es un tsunami, y no el tsunami aquel democrátic.

Desde hace ocho horas están cerradas las fronteras en España. Y en Francia. Y en Alemania. Va pasando todo lo que parecía imposible que pasara.

No sé si a Torra le vale el cierre del Pirineo como confinamiento de Cataluña o necesita que alguien ponga un control de pasaportes en Vinaroz y en Fraga. Tengo para mí que Torra va interesando cada vez menos. Fuera de Cataluña y también, dentro.

Eso sacaremos de este trago: quién da la medida y quién estorba. A quién hay que involucrar en la tarea de poner el país en pie de nuevo, y de quién es mejor apartarse. No es tiempo de aprendices de brujo; ni de charlatanes; ni de frívolos.

Al ministro Illa le preguntaron el domingo por el cierre de fronteras y le salió decir que era cosa de Ábalos. Aunque es cosa de Marlaska. Al oírlo pensé que ésta es la secuela de Delcy, que toda España cree, incluido el ministro Illa, que el de

control fronterizo y salas vip es Ábalos. Qué fue de Delcy, me pregunto. Descubro que está al frente del comité de crisis que ha creado el gobierno de Venezuela. Hace dos semanas aún estaba Nicolás Maduro preguntándose si todo esto no sería una operación de guerra de los Estados Unidos para desacreditar a China. Hoy tiene medio país en cuarentena y recomienda saludar con la cadera y evitar la besuqueadera. La realidad va reorientado a la fuerza el discurso de to-dos.

No entendí que el ministro Ábalos sugiriera ayer que habrá que prorrogar el estado de alarma. Recién declarado, a qué viene la urgencia. Le escuché con Vallés anoche y tuve la impresión de que él mismo echaba agua a su anuncio. Ya habrá tiempo de que el Congreso debata si la cuarentena se prorroga. De momento, que sigamos cumpliéndola. Sin aglomeración en cercanías.

Me gustó que el Ejército le haya llamado operación Balmis a su despliegue. Los oyentes de La Cultureta mañanera de hace dos viernes entenderán por qué. Los niños vacuníferos, la enfermera Zendal, todo aquello.

Me creo a la ministra Robles cuando dice que las fuerzas armadas se desplegarán allí donde sean necesarias. Pero repaso la lista de grandes ciudades donde ya está la UME y no aparecen ni Bilbao ni Barcelona.

Sospecho que hay quien celebra que algunos que no son de su cuerda se contagien del virus. Da positivo Irene y se sonríen, satisfechos. Da positivo Begoña; o Díaz Ayuso, o Torra. Contagiarse no es un castigo divino ni el acto de justicia de un ángel vengativo. Es algo que pasa.

Dar positivo no es estar apestado. Ni condenado. Es llevar contigo el virus, tener a tu organismo peleándolo y saberte agente transmisor.

No tengo claro cuál es el sentido de andar anunciando cada día la quiniela. Ayuso, un uno. Torra, un uno. Sánchez, un dos. Almedia, equis, aun no se ha hecho la prueba.

Los negativos sólo reflejan que en ese momento no tenías el virus. Has podido contagiarte dos horas después. El negativo no es salvoconducto. Y el positivo no es estigma.

Hay que seguir extendiendo la cobertura del aplauso. Además de los médicos, los enfermeros, las cajeras, los transportistas y los reponedores, tienen que darse por aludidos los investigadores de los laboratorios y los empleados de las tecnológicas.

En esta nueva vida que nos cambia hay costumbres que sólo percibimos cuando dejan de ser posibles. Los camioneros en ruta, por ejemplo, que ahora no tienen bar ni restaurante de carretera en el que parar un rato. Hay encontrarle un re-medio a eso.

Tenemos que ir parcheando los agujeros que le vayamos notando a nuestra nueva rutina. Parcheándonos nosotros mismos. Recargándonos cada noche para resugir con el nuevo día.

Me gustó que sonaran en el programa ayer voces de mujeres mayores que están en sus casas, solas. Forman parte de este grupo numeroso que somos los del pro-

grama. Tienen en común con otros cientos de miles de personas que están escuchando todos a la vez lo mismo, no me digas que no hay ahí un hilo invisible. Es-cuchando y celebrando que nos sepamos escuchar.

Ha leído que hay timadores que están engañando a los viejos. Jetas que se hacen pasar por sanitarios y van por las casas diciéndoles que les entreguen sus billetes y monedas porque son vehículo de contagio. No sabe usted cómo se pega el virus al papel moneda, les cuentan. Leí el aviso de la policía en Twitter y también los comentarios que algunas personas han escrito. Tres palabras se repiten: vergüenza, canallas y gentuza. En mi cabeza pongo una cuarta: Amén.

Me cuentan la historia de una vecina joven que le subió un cocido a su vecino que es mayor y viudo. El hombre, al verla, le dijo: no, si ya tengo comida, no te apures. Tenía abierta una lata de mejillones.

Ayer quedé con los oyentes en que no perderíamos ni el humor ni la guasa.

He visto el vídeo de un hombre que confiesa. Confiesa que nunca como ahora había tenido una vida social tan intensa. Sin salir de casa. Ha tenido que usar por primera vez en su vida una agenda. Porque a primera hora tiene gimnasia por Skype con un entrenador de su barrio que se ha ofrecido; después clase de cocina, con un cocinillas del bloque que se ha animado; visita virtual al museo del Prado (en la vida pensó él que pudieran echar la mañana extasiado ante las Meninas); rueda de prensa del gobierno, que se la ve entera en la web y opina; videoconferencia con sus amigos del fútbol para repasar las mejores jugadas de los mundiales del los últimos años (han empezado con Chile 1962, para no quedarse cortos si la cuarentena se prolonga); una sesión doble de cine clásico en una plataforma de cine; cena en familia con los suyos, que viven todos en Groenlandia y gracias a eso se quieren porque se ven poco; aplauso colectivo a los médicos y los enfermeros desde la ventana de su casa, que es de las que no se abre y por eso tiene que aplaudir más fuerte; y un capítulo de su serie favorita, que como es Cuéntame y ha empezado por el piloto calcula que le da para este estado de alarma y el siguiente. Nuestro hombre se mete cada día en la cama reventado.

Pero amanece al día siguiente, o sea ahora, convencido de que el cielo siempre es azul, el sol brilla alegremente y los ancianos están bien. Se levanta deseando que llegue el momento de ponerse a cantar, a pulmón lleno, el Facciamo.

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