Qué empeño en subrayar hoy que no, que no, que no, que nadie sabía nada de las intenciones del presidente; no sólo nadie sabía, sino que nadie sospechaba. Lo cuentan, desde el gobierno, con entusiasmo, como quien ha alcanzado un logro notable con el efecto sorpresa. Reunida la plana mayor del partido ayer por la mañana en Génova, Rajoy no les dijo nada sobre el nuevo ministro. Nos lo contó anoche Arantza Quiroga: ni media palabra a ninguno de ellos. Ni a ellos ni al interesado, que también estaba allí y que se fue a comer sin tener ni la más remota idea, versión oficial, de que a media tarde recibiría la llamada.
Contado como si fuera una crucial operación encubierta en la que era clave que nada trascendiera, uno se imagina a Rajoy haciendo bromas con su vicepresidenta: “Vamos a darle una sorpresa a Alonso, anuncia su nombramiento en twitter sin que él lo sepa, ya verás que cara se le queda”. El relato del interesado dice que el primer sorprendido fue él, que en modo alguno esperaba ser ministro (y menos de Sanidad, se entiende). “¿Ministro de qué has dicho, presidente?” “De Sanidad, es el único que tengo libre”. “Es que yo Sanidad....” “Vamos a ver, Alfonso, ¿tú has viajado a Disney con Viajes Pasadena, gastas mucho en confeti, tienes en el garaje un jaguar?” “No, no y no, presidente, negativo a todas”. “Pues ya está, eres idóneo para el puesto”.
Cuánta discreción, cuánta sorpresa. Es el procedimiento habitual que emplean, los presidentes de gobierno, en España para hacer ministros. Un telefonazo y a preparar el nombramiento. Que se note quien manda. Si te llama el jefe para hacerte ministro, no preguntes de qué porque da lo mismo. Quieras, no quieras, te veas o no te veas en el cargo, da igual, es él quien decide y no le vas a llevar la contraria.
Te nombra y te nombra. Ya tendrás tiempo de ponerte al día de las obligaciones del ministerio: si para dirigir Sanidad hubiera que ser doctor en medicina, para llevar Educación qué habría que ser, ¿catedrático o profesor de secundaria? Si se exigiera un desempeño profesional previo en algún ámbito relacionado con el ministerio que te toca, ¿al de Interior qué le exigimos, experiencia policial? ¿Y al presidente del gobierno, que es quien dirige, al final, todos los ministerios, qué cualificación profesional se le exige, médico, catedrático, policía y diplomático? ¿Registrador de la propiedad computa? Zapatero le dijo un día a su señora: “No sabes, Sonsoles, la cantidad de cientos de miles de españoles que podrían gobernar” y se le echó medio país encima.
“Tú eres la prueba”, le decían, pero técnicamente es así: puede ser presidente cualquier español mayor de dieciocho 18 años que consiga el apoyo del Parlamento, sin necesidad, siquiera, de haberse presentado a las elecciones. “Ésa es la ley”, como le dice Rajoy cada día a Artur Mas, no saber nada de cómo se gobierna un país no le impide a uno llegar a gobernarlo. Si el que gobierna te llama para hacerte ministro, pues adelante. Ya improvisarás luego algo parecido a una declaración de objetivos. “Deseo darle una agenda social a este gobierno”, dijo hoy, con toda su buena voluntad, el ministro nuevo. Admitiendo, sin darse cuenta, que hasta hoy el gobierno ha carecido de ella: agenda social. Y a decir de otro dirigentes que están celebrando su nombramiento, de eso que damos en llamar discurso o peso político. Que traducido viene a ser la aptitud para hacer las cosas, o contar las cosas que haces, de tal manera que te granjee el apoyo de la opinión pública votante.
Llegado el actual gobierno a su tercer año de desempeño, el partido que lo sostiene se pregunta por qué la bajada del paro o el adelgazamiento de la prima de riesgo no tienen el menor efecto en las encuestas de intención de voto. “Era la recuperación económica lo que nos iba a asegurar otros cuatro años y ahora nos está adelantando Podemos”. El presidente ha encontrado el antídoto: darle más peso político a su gabinete. Y enviar a sus ministros y a sus barones regionales a persuadir a la población votante de que las cosas van bien, aunque ella no alcance a verlo. Vuelven los clásicos de un gobierno con las encuestas cuesta arriba en vísperas de un año de elecciones: gobernamos de cine, pero no somos capaces de explicarlo. La comunicación, siempre es la comunicación lo que falla. Entendida la comunicación a la manera en que la entienden los gobiernos, es decir, como propaganda.
Alfonso Alonso debuta en Sanidad. El hecho de no ser médico no supone que vayas a hacerlo mal, como el hecho de ser médico no garantiza que tu elección sea un acierto. Médico es el consejero de Sanidad del gobierno regional de Madrid y ahí lo tienen, recuperado del voto de silencio que le impusieron y decidido a volver a liarla hablando de Teresa. Le han preguntado qué opina de que la superviviente del ébola le haya denunciado por atentar contra su honor y ha respondido que él lo que tiene que hacer es “felicitarla porque no se ha muerto”.
Ciertamente no podría hacerlo, felicitarla, si no estuviera viva, pero la frase transparenta un cierto tono de reproche contradictorio con la satisfacción que una felicitación sincera manifiesta. “Felicitarla porque no se ha muerto” suena demasiado parecido a “encima que no se queje”. Más aún si el consejero añade que es fruto de su buena gestión como consejero la sanación de la enferma Teresa. “Si yo lo hubiera hecho mal”, ha dicho, “Teresa no podría estar hablando”. Mentirosa y además desagradecida. Oiga, Teresa, que me debe usted la vida. No parece un argumento inteligente para un responsable político. Atribuirse uno el mérito de que los enfermos de la comunidad de Madrid sobrevivan obliga a atribuirse el demérito de que, luctuosamente -y como es conocido- no todos los enfermos sobrevivan. Hay pacientes que fallecen en los hospitales (Teresa misma podría haber fallecido) y eso no desmerece el trabajo del equipo médico que los atiende. Sobrevivir no es la unidad de medida de la gestión sanitaria.
Del consejero llegaron a decir, incluso compañeros suyos de gobierno, no en público, que no se comería el turrón en ese cargo. Pero llegan la navidades y González no ha entregado su cabeza. Como Rajoy no tenía intención de entregar la de Ana Mato. Tal vez espere el presidente madrileño a que su consejero se vaya a Disney con Viajes Pasadena, gaste en confeti o le encuentren un Jaguar en el garaje.