Están los asesores de Rajoy tomando decisiones. “Esa foto de Zapatero con Schroeder comiendo cecina, quitémosla de ahí que va a parecer que lo echamos de menos”. “Los ujieres, mañana que no vengan, que se note que estamos reduciendo empleo público”. “Todos esos muebles, los subimos al desván, minimalismo mobiliario, que vea que hasta la decoración es austera”.
Se han tomado tan a pecho convencer a la canciller de que somos devotos de la doctrina de la poda que han dado el día libre al intérprete: se apañarán con el traductor de Google en el iPad. “¿Quieres tomar algo, mi querida amiga?”, le preguntará el presidente nada más recibirla. Y si ella pide una cerveza, le servirán una caña cortita. “Ya sé que tú eres más de jarra de litro, Angela, pero aquí hemos ajustado hasta la cerveza”. Todo sea por tenerla contenta para que nos siga viendo como aliados en sus batallas europeas y para que sofoque los últimos reparos que aún pone una parte de su gobierno -y del Bundesbank- al flotador gigante que estamos esperando que nos lancen, a dúo, el conde Draco desde el Banco Central Europeo y nuestros socios de la zona euro desde el fondo de rescate, comprando deuda.
El gobierno está esperando a que el gobernatore del Banco Central dé el pistoletazo de salida a la operación “que rabie la prima” -enfriemos el precio al que se financia España comprando al por mayor bonos a tres años-, y desde luego, si por España fuera, mejor mañana que pasado, pero, por si acaso, el gobierno está enfriando las expectativas porque cabe la posibilidad de que Draghi haga una redifusión de sus últimos mensajes pero sin terminar de abrir el grifo de las compras.
Para evitar que mañana, caso de que eso suceda, cunda la desolación y el fatalismo, hace saber el gobierno a quien se lo pregunta que todo lo que espera para mañana es que Draghi repita su firme voluntad de sostener el euro a toda y costa y su absoluta convicción de que comprar bonos a tres años no sólo es legal sino que empieza a ser aconsejable. “Y hasta aquí puedo leer…”, podría decir Draghi mañana, porque Alemania sigue sin sumarse (del todo) al consenso y porque aún están por resolver el enigma griego, si al final seguirá este país en el euro o será invitado a abandonarlo.
Los alemanes están jugando al poli bueno poli malo: de un lado el presidente del Bundesbank, mariscal Weidmann, de otro el consejero alemán en el Banco Central, teniente Asmussen (el primero encarnando al sargento de hierro y el segundo, al padre Angel). De ahí que tampoco le haría ascos el gobierno de España –aunque no cuenta con ello- a que Angela Merkel aprovechara su presencia en Madrid mañana para afirmar de una forma nítida su respaldo a la intervención en el mercado de la deuda y para transmitir, de paso, su aliento, no sólo al gobierno de Rajoy, sino a la sociedad española en este momento de desfondamiento.
Nadie espera que la señora acceda, a estas alturas, a repensar la estrategia del ajuste a toda costa -aun estando a la vista que no está dando el fruto que se anunciaba-, pero sí es posible que deje en segundo plano el estribillo del déficit para entonar una canción más amable sobre la determinación alemana de ayudar a España a encontrar la manera de atajar nuestra avería más sangrante, que es la falta de empleo. Con esa idea se ha organizado la visita, que aparte del tú a tú con Rajoy incluye una reunión de la canciller con ejecutivos de empresas españoles muy principales y otra con los dirigentes de los sindicatos mayoritarios.
Ya contamos anoche que Merkel viene con idea de predicar, ante los empresarios españoles, las bondades de la formación profesional de su país, la llamada formación dual: jóvenes que, a la vez que se están formando, reciben un salario de las empresas en las que van aprendiendo cosas. Es la empresa la que tiene que disponer de la capacidad y los medios (los talleres de formación) para impartir esa preparación especializada y la que tiene que tener claro que el aprendiz es un estudiante formándose, no un trabajador ya cualificado ni mano de obra barata. A cambio la empresa se beneficia de una cantera de nuevos profesionales que conocen a fondo la compañía y entre los que puede elegir a los mejores para incorporarlos a la plantilla.
Ésta es la fórmula de la que mañana se quiere hablar: goza del interés de la patronal española y no la ven con malos ojos los sindicatos, Méndez y Toxo, por más que se declaren escépticos sobre la posibilidad de aplicarla aquí. Puede que todo esto -como el acuerdo que hoy han firmado las cámaras de comercio españoles con las alemanas- se quede en un mero ejercicio de buena voluntad, es cierto, pero al menos alguien está pensando (y hablando) de cómo paliar la penosa situación del empleo juvenil en nuestro país, este desierto al que se enfrentan cientos de miles de jóvenes de menos de 25 años que terminan la FP, o el bachillerato, o la universidad, y no tienen dónde colocarse para empezar a hacer su vida.
Ayer comentamos el número creciente de jóvenes españoles que están estudiando alemán con idea de emigrar a aquel país, donde la tasa de paro juvenil está en el 8 % (aquí es del 52 %). La mayoría de los alemanes, según una encuesta reciente, ve muy positiva la llegada de trabajadores de otros países europeos, tal como también son mayoría los alemanes que se oponen a que su país arriesgue dinero rescatando a los bancos españoles que están averiados. Que en Alemania se ven las cosas de manera diferente a como las vemos en España, o en Portugal, o en Francia, está probado, y a nadie se le escapa que la señora Merkel está obligada a tener presente el clima que se respira entre su electorado si pretende revalidar el gobierno el año próximo.
Toda la antipatía que la canciller ha ido granjeándose en la Europa periférica es simpatía cuando a los electores alemanes se les pregunta. Esta mujer que mañana estará en la Moncloa con Rajoy tiene un índice de aceptación en su país del 65 %. También por eso es la envidia del resto de los jefes de gobierno