Comentamos entonces, con las elecciones generales recién convocadas, con la Constitución recién reformada, con una prima de riesgo crecidita que nos había dado el verano, que el desconcierto era cada vez más patente en todos los ámbitos sociales. Nos habían dicho que las reformas económicas calmarían los mercados, que las cumbres europeas calmarían los mercados, que los rescates de países quebrados calmarían los mercados, y ahí seguían los mercados, siempre agitados. Se nos había dicho que anticipar las elecciones generales despejaría las incertidumbres, como se nos dijo luego que un gobierno de nuevo cuño con una mayoría tan amplia que supera con creces la absoluta acabaría con las últimas dudas y devolvería la estabilidad --la calma-- a los mercados. El curso ya sabemos cómo ha ido. Cambió el gobierno de España, se mantuvo el de Andalucía, Rajoy alcanzó su aspiración máxima (que siempre fue llegar a presidente más que gobernar), Rubalcaba salvó el sillón de jefe en el PSOE (hundido en las encuestas y sin previsible remontada), descubrimos que nuestro déficit público era muy superior al que se pensaba, que nuestro sistema bancario no era tan sólido como se decía, que nuestro sistema autonómico levanta recelos enormes en Alemania, descubrimos que aún podían hacerse más ajustes, y más, y más, que Angela Merkel nunca fue la mejor amiga de Rajoy (sino algo más parecido a una casera incómoda), que Sarkozy no era imbatible y que Mario Draghi sí lo era. Descubrimos que las promesas electorales son un cuento chino, que el único programa de gobierno es el que van improvisando los gobiernos para satisfacer las exigencias de quienes, desde fuera, le prestan el dinero, que las huelgas generales se olvidan cada vez más pronto y que los líderes sindicales se apuntan a un bombardero. Hoy ha salido la EPA para recordarnos a todos que aquello que parecía imposible --un país con la cuarta parte de su población activa sin acceso a un puesto de trabajo-- es amargamente posible si ese país se llama España. Cinco millones setencientos mil parados. Caso dos millones de hogares con todos sus miembros en el paro. Un 53 % de tasa de paro juvenil. Un país que se va quedando sin salidas laborales para los jóvenes que tratan de labrarse una vida por su cuenta y en el que los mayores de cincuenta años se quedan sin horizonte en caso de perder su empleo. Hubo un tiempo en el que los medios nos esforzábamos en distinguir lo que llamábamos la “economía real” (la de la gente corriente) de la macroeconomía de los grandes números, de los indicadores trimestrales, de los mercados financieros. Ahora hemos comprendido que no hay compartimentos estancos, que si un país ha de pedir prestado un dineral para poder seguir pagando sus deudas y manteniendo los servicios públicos, ve mermada su capacidad para salir del bache y enderezar la economía sin recortar prestaciones sociales y sin freir al personal a impuestos. Hemos aprendido lo relevante que es la financiación del Estado ---en sus distintas administraciones--- para la salud social, para el desarrollo. Ayer nos preguntábamos qué había detrás del mensaje que emitió el señor Draghi, su insinuación de que, ahora sí, habrá dinero del Banco Central para sostener la deuda pública de España. Hoy hemos tenido un par de aportaciones que confirman que algo está pasando, que no es que el condeDraco se caiga repentinamente del caballo sino que algo se cuece. El diario Le Monde en Francia ha contado que se ultima una actuación conjunta del BCE y los gobiernos de países euro (Alemania y Francia, principalmente) para que tanto el Fondo de Rescate como el BCE compren bonos nacionales. Doble intervención para bajar precios de forma notable. Han hablado de ello esta misma tarde Merkel y Hollande, la nueva pareja. La agencia Reuters, la misma que anticipó en su día que el gobierno español iba a pedir el rescate para los bancos, hoy lo que cuenta es que De Guindos le presentó una estimación al ministro alemán Schauble y cabe pensar que también al francés, Moscovici. Una estimación de cuánto dinero necesitaríamos en caso de recurrir al rescate completo. Reuters habla de 300.000 millones de euros. Y aunque la portavoz del gobierno, Saenz de Santamaría, lo ha negado, y aunque Moncloa explica que las filtraciones interesadas forman parte de las batallas europeas, sí ha admitido que tenemos que resolver cuanto antes el problema de financiación que tenemos. Existe una fórmula intermedia, a la que también se le ha dado alguna vuelta, que consiste en un rescate light o limitado, es decir, de menor cuantía. De manera que el Estado español seguiría emitiendo deuda pública para reunir dinero en el mercado, pero a la vez tendría una especie de red de seguridad (dinero prestado por Europa) para asegurar sus pagos de aquí a fin de año. Algo se mueve, aunque oficialmente nadie quiera contar nada. Tampoco ha desvelado detalle alguno el gobierno de la inesperada reunión de Rajoy, ayer, en la Moncloa, con Méndez y con Toxo. De la que todo lo que se sabe (y es casi nada) es lo que han contado los líderes sindicales: que Rajoy les contó cómo está todo y lo preocupado que se encuentra, y que les ha invitado a participar en la cumbre hispano alemana de septiembre. Vaya, el presidente ha pasado de ningunear a los sindicatos a invitarles a las cumbre gubernamentales, interesante. Ellos, además, le han pedido diálogo para solucionar el conflicto del carbón, y dicho y hecho, el martes se retoman las negociaciones con el ministerio de Industria. Del cierre en banda a la rehabilitación de Méndez y Toxo como interlocutores. Algo está pasando.
Llegamos al final del mes de julio, y al final de la temporada que iniciamos preguntándonos si sería este curso cuando se encontrara el antídoto contra el paro desbocado, conociendo la fea respuesta: que es no, tampoco este curso se ha encontrado. La recesión se prolonga y nos va minando el ánimo y la confianza, nos va erosionando, la realidad nos está amargando la vida. Porque, al final, se trata de eso: ésta es la vida que nos está tocando ---el tiempo que nos está correspondiendo vivir---, eso es lo que aquí, cada día, contamos. Contamos aquello que nos afecta a todos, los que nos va sucediendo a todos, como sociedad, como país, como habitantes de la España de 2012. Aunque sé que a vosotros, a cada uno de vosotros, os habrán sucedido cosas en este curso que hoy terminamos que no han salido en ningún periódico, en ninguna radio ---no le ha dedicado una portada The Economist con un toro de felpa y una flamenca---, pero que son, para vosotros, las principales noticias que habéis vivido. En el curso que acaba, algunos de vosotros habréis terminado la carrera, otros os habréis casado, o habréis sido padres por primera vez ---o por segunda, o por tercera---, algunos habréis sido abuelos --disponibles full time--, algunos habréis perdido a alguien para siempre, o habréis encontrado a alguien que confiais en que os acompañe siempre. Porque la vida siempre sigue adelante, en tiempos de prosperidad y en tiempos, como éstos, de franco desaliento.
En 1968, cuando John Lennon se fue a vivir con Yoko Ono, Paul McCartney, preocupado por el daño que el divorcio de sus padres pudiera causar a Julian Lennon, que entonces tenía cinco años, se subió una tarde al coche para ir a casa de Cynthia, la madre, y ver cómo estaba. Por el camino se le fue ocurriendo la letra de una canción, una balada que dijera: sé que estás triste, pero sigue adelante, coge una canción triste y hazla mejor. También pensó en el título, un título sencillo: ey, Julian, o mejor, ey, Jules, que es como todos llamaban a aquel niño. Sólo después decidió McCartney que iba a sonar mejor si, en lugar de Jules ponía Jude. Y así quedó para siempre como “Hey, Jude”, la canción, se dice, se comenta, se rumorea, podría interpretar Paul McCartney esta noche en el estado olímpico de Londres. Toma una canción triste y mejórala. Por si acaso al final no sonara, hagamos trampa y escuchémosla ahora.
John Lennon creyó durante mucho tiempo que esta canción la había escrito Paul para animarle a él, pero él, para animarse, ya tenía a Yoko. Julian Lennon tardó años en descubrir que había sido él el primer destinatario de esta canción inusualmente larga que rompió todos los records de permanencia en el número uno de los tops musicales de la época.
Se dice, se comenta, se sospecha, que McCartney, rendido admirador del atleta jamaicano Usain Bolt, cantará Hey Jude --esta noche-- en el estado olímpico. A modo de himno al afán de superación, de vacuna contra el desánimo, la depresión y el desfondamiento. No es mal himno para levantar la cabeza en tiempos de desesperanza. No es mala forma de invitar a creer en que el próximo curso será mejor que éste.
No es mala forma, creo, de ir bajando la persiana de estos once meses de nuestras vidas, estos once meses de radio, en los que seguro que, en medio de tanta mala noticia, os ha sucedido a cada uno de vosotros alguna cosa buena. Aunque haya sido pequeñita, excepcional, corta, episódica. Algún brote verde personal, familiar, sentimental, en medio de este solar árido y pedregoso en que ha convertido nuestro entorno esta etapa económica que sufrimos. Es una etapa. Que se está alargando mucho más de lo que nadie previó y mucho más de lo que nadie puede aguantar sin caer alguna vez en la tentación del abatimiento. Nos ha tocado entonar una canción triste todos estos años. Toma una canción triste y mejórala. Las canciones, por tristes que sean, en algún momento...se acaban.