Pero también el fútbol tiene sus víctimas: los jugadores del Rayo se niegan a volver a entrenar ante el mutismo autista de su presidente, que lleva varios días desaparecido y se niega a darles explicaciones del ERTE que les ha desplomado encima a todos los empleados, aunque los futbolistas le pidieron que se lo descontase a ellos, pero no a los empleados del club.
Raúl Martín Presa, el presidente y supuesto máximo accionista, no coge el teléfono y se justifica con actitud depresiva, que la muerte de su padre días antes, por la epidemia del coronavirus, fue un asesinato porque le dejaron morir en un hospital, y eso le tiene deprimido y apartado de los problemas diarios del club y del equipo. Los futbolistas no logran hablar con él, el entrenador tampoco y el sábado les dejó plantados en una reunión a la que él les había convocado.
Es justificable y admisible el dolor por la muerte de un padre, aunque desgraciadamente, no sea el único, pero también es justificable la preocupación de esos jugadores que no saben qué va a ser de ellos ni de ese equipo, si continúan sin entrenar, porque el ERTE solo les obliga a unas horas, que con esos entrenamientos disgregados en horarios y grupos, sobrepasan con mucho.
Y es entendible también la preocupación de sus seguidores por el abandono y la orfandad que sufre el club, que se está jugando la posibilidad de pelear un ascenso o evitar un posible descenso.
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