CON JAVIER CANCHO

#HistoriaD: Cuando los niños ven a la muerte

Durante la Guerra Civil española, más de 50.000 niños fueron evacuados y enviados fuera de España por sus familias. Se buscaba protegerlos de los bombardeos, del hambre, de la escasez. Los más pequeños tenían 5 años. Muchos no regresaron hasta muy mayores.

Javier Cancho

Madrid | 09.04.2024 12:09

Lo primero que van a escuchar lo hemos leído en páginas escritas por Miguel Salabert. Miguel tenía 5 años en 1936. Su primer recuerdo son las bombas. Quién asume la responsabilidad de un mundo así ante los ojos de un niño. Miguel pasaba los días corriendo de casa al refugio y del refugio a casa. Su padre estaba en el frente. Su madre pasaba el día entero en las colas para traer algo de comer. Él se quedaba en casa con su tío Juan que estaba enfermo. Cuenta Salabert que su tío y él eran los mejores amigos del mundo. Fue él quien le explicó la guerra.

– ¿Quién va a ganar la guerra, tío Juan?

– Nadie.

– Entonces, ¿para qué vale la guerra, tío?

No hubo respuesta.

Poco después de aquella conversación, Miguel Salabert tuvo su primer encuentro con la muerte: «Me escapé del refugio una tarde, en pleno bombardeo.

Escuché el sonido de una bomba, vi un aluvión de cascotes; vi un hombre volando por el aire que aterrizó con la cabeza medio desprendida del cuerpo.

Aquella cabeza no abandonó durante mucho tiempo la mía. Su memoria, volvía a mis sueños, una y otra vez. Miguel Salabert fue el primero en escribir sobre lo que suponía el exilio interior. El exilio y el rechazo. Tratando de mantenerse neutral, Bélgica no quería acoger menores procedentes de familias republicanas españolas. Sin embargo, la presión social de la sociedad civil fue tal, que los belgas acabaron acogiendo a más de 5.000 niños. Niños sin sus padres, sin sus casas, sin sus certezas. Con sus miedos, sus angustias infantiles, con sus pesadillas. Una infancia así, descuaja una vida entera.

Tras el bombardeo de Gernika, 4.000 niños vascos fueron enviados a Inglaterra para ponerlos a salvo. A Herminio, su padre le llevó hasta Santurce y allí le dejó, junto al barco. Se fue muy rápido, el pobre hombre estaba desolado. Ya en alta mar, en el golfo de Vizcaya les sorprendió una tormenta. Herminio recuerda a decenas de niños solos vomitando y gritando, llamando a sus padres. Aunque, su destino estaba en Southampton.

El gobierno británico también se había negado a aceptar refugiados españoles, pero después de lo de Guernica, Londres permitió la entrada de unos pocos. Los niños comprobaron la hostilidad de las autoridades británicas desde la llegada. Si aquella infancia exiliada salió adelante fue por la población civil, fue por las personas no por el gobierno.

Al acabar la guerra, nadie reclamó a 470 niños españoles en Reino Unido. O sus padres habían muerto o estaban presos. Herminio pasó por ocho residencias distintas. Recuerda que no tuvo ciudadanía británica hasta la década de los 60. Hasta entonces fue un apátrida. Es una historia más de crueldad, injusticia y supervivencias. Es la historia de la infancia que conoció a la muerte en persona demasiado pronto.