En la última edición de La Brújula en Onda Cero, bajo la batuta de Rafa Latorre, se vivió una noche marcada por el humo, tanto literal como figurado. Mientras el mundo esperaba una señal blanca desde la chimenea de la Capilla Sixtina, los tertulianos hacían su propia fumata verbal en torno al cónclave, ese proceso tan hermético como simbólico en el que la Iglesia católica elige a su nuevo Pontífice.
Aunque aún no hay Habemus Papam, sí hubo un Habemus tertulia, que arrancó sin preámbulos ni homilías, como prometió Latorre, y se convirtió en una reflexión coral sobre la espiritualidad, la política, los prejuicios mediáticos y hasta la geopolítica eclesial.
El programa se inició con el análisis inmediato del primer día de votación en el cónclave. Como es tradición, la fumata negra asomó al cielo vaticano, indicando que no se había alcanzado consenso. "Zeus no era el humo negro. Eso era humareda", decía Latorre entre bromas, confirmando que, pese al dramatismo de la espera, nadie podía malinterpretar el color del humo: el carbón era negro, y el Papa todavía no había sido elegido.
Los medios se apresuraron a cubrirlo con distintas narrativas. ABC titulaba con fe: “Tiempo de rezar, tiempo de votar”; El Mundo hablaba de una “tensión” creciente en la Plaza de San Pedro; El País destacó la división interna entre cardenales; El Confidencial se preocupaba por la salud mental de los purpurados ante la desconexión móvil, citando la nomofobia como nuevo mal pontificio.
Como es habitual en los programas de análisis político con sabor radiofónico, la conversación se fue ramificando. Desde los retrasos en los trenes que afectaron a uno de los contertulios —“Casi dos horas tarde de Málaga a Ciudad Real”— hasta una inesperada digresión sobre el valor del cobre robado de las electrolineras, la tertulia pasó por caminos insospecchados.
"Me gusta mucho robar cobre", dijo en tono irónico uno de los participantes, entre risas y comentarios sobre el precio del cobre horrible que se usa en la carga rápida de vehículos eléctricos. Aunque pudiera parecer digresión, en realidad era parte del estilo que caracteriza al programa: mezclar lo anecdótico con lo profundo, lo trivial con lo trascendental.
Uno de los puntos más discutidos fue el intento constante de los medios —y también de los opinadores— de politizar el cónclave. Se criticó la tendencia de juzgar un acto esencialmente espiritual con categorías políticas. “Establecerlo como una especie de elección parlamentaria me parece un desatino absoluto”, comentó Latorre, en un alegato que apelaba a la esencia religiosa del momento.
Sin embargo, como señaló José Antonio Vera, “aunque se esté eligiendo a un líder espiritual, los motivos para elegirlo son muy terrenales”. Desde la edad del candidato hasta su procedencia geográfica, pasando por sus posiciones sobre temas sociales, todo tiene peso. “La geopolítica también entra en la Capilla Sixtina”, se dijo.
También se desmontaron algunos lugares comunes, como la supuesta asociación entre juventud y progresismo o entre origen africano y liberalismo teológico. “¿De verdad no conocéis el gobierno de Uganda?”, se ironizó. Se recordó que buena parte de los cardenales africanos y asiáticos son más tradicionales que sus pares europeos, desmontando la idea de que el sur global traería una revolución doctrinal.
La conversación se tornó más reflexiva cuando los tertulianos discutieron el lugar que ocupan los creyentes en este proceso. Mientras millones de personas esperaban con emoción en Roma una señal divina, los medios parecían obsesionados con calcular votos y conjeturar maniobras.
“Estamos orillando absolutamente la cuestión sentimental y emocional para centrarnos en cuestiones políticas frías”, afirmó uno de los intervinientes. La crítica no era tanto contra el análisis político per se, sino contra su uso para colonizar un espacio espiritual que pertenece, en primer término, a los fieles.
Historia del cónclave: entre santos y anécdotas
La tertulia también rescató episodios históricos del pasado pontificio, como el del cónclave que eligió a Julio II en solo diez horas o aquel que se prolongó durante 1006 días tras la muerte de Clemente IV. Las condiciones de aislamiento extremo de algunos de estos cónclaves antiguos llegaron incluso a causar la muerte de algunos cardenales.
La comparación con la actualidad no fue accidental: en tiempos de inmediatez digital, donde incluso se bromea con los cardenales subiendo selfies a Instagram o haciendo scroll en TikTok, el silencio impuesto en el Vaticano parecía casi heroico. Y en medio de esta desconexión, los móviles apagados y los pensamientos encendidos se cruzan para elegir al próximo líder de 1.300 millones de católicos.
Uno de los momentos más agudos fue la reflexión sobre la famosa frase: “Quien entra Papa, sale cardenal”. Una sentencia que, como se señaló, fue desmentida por el caso de Joseph Ratzinger, quien llegó como favorito y salió elegido como Benedicto XVI. “Esa frase la tumbó Ratzinger”, sentenciaron.
El debate se cerró con una observación certera: mientras algunos esperan al Papa con fe, otros lo hacen con una agenda. “Percibo una mayor querencia por decirle a los cardenales lo que tienen que votar en aquellos no creyentes que en los creyentes”, comentó un tertuliano. Una crítica sutil a la instrumentalización del cónclave por parte de ciertos sectores mediáticos y políticos.
Mientras la Plaza de San Pedro sigue abarrotada, en silencio, con ojos puestos en la chimenea y el alma atenta al Espíritu, la radio continúa haciendo lo que mejor sabe: pensar en voz alta. Entre bromas sobre cobre, referencias históricas, teorías geopolíticas y alegatos de fe, la tertulia de La Brújula ofreció un retrato honesto de cómo nuestra sociedad —incluso la más secularizada— sigue fascinada por el misterio que emana del Vaticano.
Y aunque no haya Papa aún, la conversación ya ha comenzado. ¿Qué pasará cuando el humo se torne blanco? ¿Quién saldrá al balcón de San Pedro? La respuesta, como tantas veces en la historia, será espiritual para unos, política para otros… y un poco de ambas para casi todos.