La Brújula

El dinero que viene 02: Dinero como depósito de valor

En la Brújula de la Economía queremos analizar el camino que ha recorrido el dinero para pasar del mundo real y tangible de las monedas y billetes, al mundo virtual de criptomonedas. En esta ocasión hablamos del dinero como depósito de valor.

ondacero.es

Madrid | 29.04.2021 22:29

El dinero no es ajeno a la transformación digital y cada vez se mueve más en la red y menos en nuestros bolsillos. Por ello iniciamos nuestro particular camino de baldosas amarillas, que probablemente no nos llevará a Oz, pero sí a entender cómo funciona el dinero físico, el digital y el virtual.

Anteriormente explicábamos que el dinero, en sus diferentes formas, servía como medio de pago: es fácil de mover y acumular, resistente y difícilmente falsificable. Nos quedábamos con la confianza como requisito para que el dinero sea un medio de pago. A partir de esa idea, vamos a seguir hablando del binomio dinero-confianza, ahora con la segunda característica del dinero: ser un depósito de valor.

Es un bien que logra mantener su valor a lo largo del tiempo, de manera que puedes adquirirlo hoy, guardarlo y venderlo en el futuro por lo mismo o incluso por más de lo que lo pagaste por él. Estamos hablando de oro, joyas, terrenos, obras de arte… Por eso las primeras monedas tenían un valor en sí mismas, según su peso y calidad.

Ponemos a la Peseta como ejemplo. En 1868, la peseta se convirtió en la moneda nacional, y tenía 5 gramos de plata de ley. El céntimo, pesaba 1 gramo y era de bronce. La moneda de más valor era de la de 100 pesetas, que se acuñaba con 32,25 gramos de oro de ley. Todas las monedas intermedias, eran proporcionales en peso y valor.

La moneda de peseta estaba inspirada en una matrona romana, pero las de 5 y 10 céntimos tenían un león. No debieron acuñarlo demasiado fiero, porque el público lo confundió con un perro, así que llamaron perra gorda a la de 10 y perra chica a la de 5. Estas monedas, y las que llevaban acuñándose desde el siglo VIII a.C. en Europa, tenían un valor intrínseco: valían, literalmente, su peso en oro o plata, e incluso en otro lugar, siempre podías cambiarlas por bienes.

¿Qué pasa si necesitamos más monedas y no hay oro o plata suficientes?

Eso pasó en China en el siglo VII, y como ya habían inventado el papel, los mercaderes crearon el primer papel-moneda, que era como un pagaré actual, una promesa de pago. Esta invención favoreció muchísimo el comercio, porque ya no hacía falta acarrear monedas de un lado para otro. Tres siglos más tarde, toda China utilizaba los billetes y el emperador se encargó de su fabricación.

En los siglos XV y XVI, surgieron los precursores de los bancos en Europa. Las familias de orfebres, con plazas en distintas ciudades, permitían depositar las monedas en una ciudad y, con un recibo, retirarlas de otra. No eran de metal, pero podían cambiarse por oro y plata, y poco a poco, todos los países europeos empezaron a emitir sus billetes.

Esta es la primera vez que necesitamos algo de confianza en el sistema, pero nos lo ponían fácil: cada banco central tenía en sus bóvedas la cantidad de oro equivalente al valor de los billetes que imprimía. Te puedes imaginar que pronto se necesitó imprimir más billetes que oro tenían, así que el respaldo fue cada vez menor, hasta que en los años 60 desaparece toda referencia al oro en Europa.

Si abres tu cartera, seguramente encontraremos algunos papelitos de colores, con brillos y marcas de agua. No tienen más valor en sí mismos que el del papel con el que están hechos. Sin embargo, sigue siendo un depósito de valor, porque confiamos en poder adquirir bienes por el valor que indica el billete, y por eso la gente los guarda debajo del colchón.

El valor de las tarjetas de plástico

Otra prueba de confianza, y esta va un paso más allá, porque ya ni siquiera necesitamos tener los billetes para poder comprar. Es tal la confianza en el sistema financiero que, utilizando una tarjeta, me puedo gastar cualquier cantidad hasta mi máximo de crédito.

Nadie en su sano juicio entonces, te habría aceptado un papel, un plástico o un mensaje de texto como garantía para comprar unas gallinas en el siglo XII, pero ahora confiamos en el sistema creado por los bancos centrales.