12.000 vehículos incendiados. 2.500 edificios en llamas, total o parcialmente. Un millar de comercios saqueados. 400 sucursales bancarias destrozadas. Es el balance de los disturbios tras la muerte de Nahel Merzouk, de 17 años, a quien un policía mató en un control policial en el suburbio parisino de Nanterre. El agente Dorian M. disparó a bocajarro cuando vio como Nahel aceleró el Mercedes que conducía sin obedecer la orden de alto. Acusado de homicidio voluntario, está pendiente de juicio. Pero, eso no frenó las protestas que dejaron más de 3.600 arrestados. Un tercio de ellos menores.
Es la indignación y el resentimiento de jóvenes franceses que no se sienten franceses. Quizá porque nunca recibieron del Estado alguna evidencia que así lo certificara, salvo la nacionalidad oficial. La pertenencia al territorio es inexistente porque su espacio es otro, aislado, abandonado, discriminado. Viven en guetos donde el paro y la delincuencia funcionan mejor que los servicios sociales. Y en muchos casos, sin una presencia adulta a su lado capaz de ayudar a gestionar esa ira de la que hablaba antes el sociólogo Francois Dubet.
Hoy, Día Nacional de Francia el sociólogo francés, Eric Fassin, explica que la cuestión no es que los jóvenes no se sientan identificados con la nación, sino la discriminación que sufren por parte de la sociedad y del Estado. Ante la prohibición de las manifestaciones de este colectivo, explica Fassin que "sólo justifica las revueltas".
Nuestro corresponsal en París, Álvaro del Río, asegura que lo que Macron quiere ahora "es comprender qué ha sucedido, analizar qué tienen en común los detenidos, comprender el estallido de esa ola de violencia".
