La globalización se convirtió en las últimas décadas en el modelo de base para el crecimiento económico impulsado por el desarrollo del transporte de mercancías y abriendo tanto nuevos mercados internacionales como permitiendo el acceso a suministros de bajo coste.
Su éxito suponía la posibilidad de cubrir las necesidades de los consumidores a un precio razonable en un corto periodo de tiempo. Para que funcionase correctamente, la producción debía fluir con regularidad desde países de mano de obra barata a otros de rentas medias y altas.
Sin embargo, estamos sufriendo los problemas derivados de sus engranajes. Tras los meses duros del coronavirus, la demanda se ha disparado sin dar tiempo a las empresas para recomponerse y colapsando puertos, hasta el punto de que muchos barcos tienen que esperar días para su descarga.
Más del 80% del comercio mundial se mueve por transporte marítimo y más de la mitad de los dos millones de mercantes del mundo provienen países en desarrollo como India, Filipinas o Indonesia, donde solo el 2,5% de estos profesionales están vacunados.
Estos incidentes están afectando negativamente a todos los eslabones de suministros global tanto en tierra como en mar.
El transporte y la concentración de la producción de elementos esenciales suponen una amenaza tanto para la recuperación económica de occidente como para el nivel de vida de cada uno de nosotros, con unos precios que pueden llegar a ser inasumibles para el consumidor.