Sanidad pública: ahora o nunca
En una época en la cual la innovación tecnológica y farmacéutica, así como las posibilidades que se desprenden de las nuevas tecnologías digitales avanzan a gran velocidad y aportan con cada paso mayor supervivencia y calidad de vida a los pacientes, el aletargamiento en la toma de decisiones y en la introducción de reformas o la existencia de modelos muy rígidos y con escaso margen de maniobra por multitud de condicionantes ajenos a los intereses puramente sanitarios de la población, hacen que la adaptación a éstas circunstancias de cambio sean un propósito realmente complicado, que nos pueden conducir a la existencia de un modelo sanitario desfasado por quedarse anclado en el pasado de forma irrecuperable.
En estos momentos, en los cuales se están conformando tanto el Gobierno central como los autonómicos, nuestro sistema de salud, nuestro sistema sanitario público, base fundamental de nuestro estado de bienestar por los principios que le caracterizan -universalidad, equidad, amplias coberturas y prestaciones, etc.- se encuentra en una encrucijada fruto del inmovilismo y la politización que ha sufrido durante los últimos 30 años.
En una época en la cual la innovación tecnológica y farmacéutica, así como las posibilidades que se desprenden de las nuevas tecnologías digitales avanzan a gran velocidad y aportan con cada paso mayor supervivencia y calidad de vida a los pacientes, el aletargamiento en la toma de decisiones y en la introducción de reformas o la existencia de modelos muy rígidos y con escaso margen de maniobra por multitud de condicionantes ajenos a los intereses puramente sanitarios de la población, hacen que la adaptación a éstas circunstancias de cambio sean un propósito realmente complicado, que nos pueden conducir a la existencia de un modelo sanitario desfasado por quedarse anclado en el pasado de forma irrecuperable. Porque, cuando sea tarde y nos pongamos, por fin, a ello, la innovación seguirá avanzando si cabe más rápido que en la actualidad y resultara imposible alcanzar ese tren.
Actualmente, tenemos un sistema sanitario público que es de los mejores del mundo por su cobertura y cartera de servicios, por el alcance poblacional y por la actitud y aptitud de unos profesionales comprometidos a pesar de las carencias evidentes, entre ellas las salariales, con respecto a las remuneraciones que cobran en los países de nuestro entorno. Un sistema sanitario que es fuente de envidia y referencia de muchos otros países por sus ratios de eficiencia -aunque no se mida un solo resultado sanitario ni de costes- y solidaridad.
Es manifiesto que todos deseamos un sistema público equitativo, eficiente, solvente y sostenible. De hecho, el sector no solo de la sanidad privada en particular sino del emprendimiento privado en términos globales anhela un sistema público de salud sólido, y con los mayores índices de calidad y recursos posibles que le permitan proyectarse al futuro con credibilidad y confianza tanto de cara a nuestra sociedad como desde el punto de vista de la inversión extranjera.
Por si alguien tiene alguna duda, debe saberse que el deterioro y el empobrecimiento del sistema sanitario público es un mal que perjudica de forma general a las pretensiones que tiene nuestra sociedad con respecto a su idea del estado de bienestar y que acaba condicionando, de forma particular, un empeoramiento de la oferta sanitaria privada al verse incapaz de atraer inversión empresarial y ver reducida su capacidad de implementar tanto nuevas coberturas asistenciales como nuevas prestaciones y, por supuesto, una pérdida de competitividad con respecto a sistemas sanitarios de otros países.
Pero el hecho de seguir contando con uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo en la actualidad, no puede evitar no mirar signos más que evidentes que deben alarmarnos de que el modelo se empieza a resentir y que es imprescindible acometer, en este momento, reformas. Así, por ejemplo, el hecho más flagrante, prueba de que esta situación es una realidad que no se puede obviar, es que el sistema nacional de salud haya ha necesitado de donaciones particulares para actualizar la tecnología en nuestro país para el diagnóstico y tratamiento de una patología tan importante y prevalente como el cáncer porque estaba, sencillamente, obsoleta. Pero se podrían mirar otros signos que nos deberían avisar que las cosas no están yendo como deben. Por ejemplo, las listas de espera, el tiempo medio que está tardando en entrar en la financiación pública los medicamentos nuevos o el hecho de que haya comunidades autónomas sin cirugía robótica o cada vez menos tecnologías disruptivas en el sector público. Sí la hay en el sistema privado, aunque no se facilita su acceso a los ciudadanos que no tienen opción de incorporarse al sector privado. No se ven beneficiados de la misma a pesar de las ventajas que implican para su salud y su calidad de vida, únicamente por cuestiones ideológicas. La universalidad que pretende dar el Estado a los ciudadanos pierde su sentido si la innovación tecnológica sólo se encuentra accesible para los usuarios del sistema privado.
No es propósito del Instituto de Integración y desarrollo de la Sanidad (IDIS) el decantarse por una u otra opción política -todas muy respetables- ya que es una tarea más propia de las diferentes patronales y organizaciones empresariales. Ni siquiera es nuestra misión promover que se impulse la gestión privada de la sanidad pública o los conciertos con el sector. Nuestra misión consiste en tratar de promover que las autoridades competentes impulsen, de forma pragmática y eficaz, las reformas y medidas necesarias para tener el sistema sanitario más eficiente posible para toda la población, poniendo en valor, eso sí, la aportación y las experiencias del sector privado para quien quiera tenerlas en consideración.
Desde el sector de la sanidad privada, que aporta 260.000 profesionales cualificados, el 3% de nuestro PIB y realiza aproximadamente el 30% de los actos sanitarios de nuestro sistema de salud, tenemos claro que no pretendemos sustituir al sistema sanitario público porque la propia masificación que ello conllevaría iría contra el principio básico de nuestra asistencia sanitaria: la personalización. Creemos que nuestro lugar se entiende en convivencia con un sistema sanitario público de alta calidad y con las máximas prestaciones y desde la defensa de este modelo es desde donde mejor se puede encuadrar y potenciar el papel y la diferencia del sector privado. Porque la competencia entre ambos sectores aporta mayor rigor y eficiencia al sector público y hace que el privado tenga que dar coberturas y servicios más allá de sus resultados económicos para fidelizar a sus usuarios.
En definitiva, el futuro de nuestro sistema sanitario y con el de nuestro Estado de bienestar para los próximos años pasa por la sensibilización de toda la sociedad de que es necesario que la política deje a un lado, por una vez, la ideología y se ponga a trabajar en pro de aplicar con urgencia las medidas necesarias para que el sistema sanitario público pueda estar a la altura de las posibilidades que nos permite el siglo XXI. Todos tenemos nuestro grado de responsabilidad para que esto ocurra.