Dicen que cuando el río suena, agua lleva, y el ruido del campo viene de Europa. ¿Qué iban a hacer los agricultores españoles? ¿Dejar pasar la oportunidad aquí? Pues, no, claro que no. Los agricultores son esos chicos buenos que lo aguantan todo, resignados a no poder cambiar la indiferencia de la sociedad. Pero la situación ya es insostenible y durante los últimos días han visto la oportunidad de alzar la voz. Y lo han hecho. A nadie le gusta que salgan los tractores a las autovías, pero no hay otro camino para dar visibilidad a la frustración, la impotencia y la muerte lenta del campo.
Disfruto contemplando la huerta valenciana. Es como la Toscana, pero con naranjos. Algo singular y maravilloso que se admira mejor cuando vienes de fuera. Es un paisaje poco valorado, pero como la mayoría de las cosas que se tienen y que no se aprecian hasta que se pierden. La pregunta a plantearse es: ¿qué quedará de todo ese verde en pocos años? Mientras planeamos el futuro de la Comunidad Valenciana, ¿a alguien se le ocurre realmente qué será del patrimonio del campo? Tenemos un dato demoledor: ni un 1% de jóvenes menores de 25 años están en el campo. Echen números o súmense a los milagros. Nadie ve futuro en los campos valencianos y esta afirmación es suficiente reclamo para comprender a los agricultores que nos fastidian por unos días.
Se exigen medidas de sostenibilidad ecológica, producciones respetuosas con el medio ambiente al mismo tiempo que los costes se disparan y los acuerdos con países externos a la Unión Europea permiten la entrada de productos a los que no se les exige los mismos estándares que a los nuestros. Amén del exceso de burocracia que tienen que sufrir, sobre todo, las pequeñas explotaciones.
Dicen que mal de muchos, consuelo de tontos, pero esto no les vale a nuestros agricultores. ¡La naranja se muere, amigos! Años y décadas de prosperidad están a punto de extinguirse ante nuestros ojos. Nuestros campos no son rentables, a no ser que se trate de grandes latifundios.
De seguir así, resistirán los que puedan y, quienes no, a abandonar las tierras, como bien sabéis que está pasando.
¿Qué tipo de ecología y sostenibilidad tendremos sin nuestros campos? ¿Cuánto nos costará esa fruta que no podamos cultivar aquí porque parece que vivimos ciegos?
Es un drama, amigos, y, qué quieren que les diga: da ganas de subirse a los tractores con ellos y paralizar Europa, esa Europa solidaria y ecológica que juega con el futuro del campo… en sus despachos.