Este fin de semana, hace 450 años, los Austria decretaron que Madrid fuera la capital de España y, en un fin de semana como el actual, hace un año, temblaron los cimientos de la zona euro como hace casi 2.500 años temblaron las columnas de la Acrópolis tras la batalla de las Termópilas. Después de los planes elaborados hace doce meses seguimos con las reuniones de urgencia para salvar a Grecia y a la moneda única. Entonces se decidió otorgar 110.000 millones de euros a Atenas para que no descendiera al tortuoso e infernal Tártaro. Hace un año tenía lugar una de esas cenas que, de tanto en tanto, revolucionan a la Unión Europea y que, de paso, cambiaron la política económica de Rodríguez Zapatero, que horas después anunciaba la congelación de las pensiones y la reducción del sueldo de los funcionarios. Este fin de semana también se han sucedido las reuniones, cenas y cumbres discretas para certificar lo que todos ya sabíamos: el rescate griego ha fracasado. Las seis cariátides del Erecteión no pueden soportar tanta deuda pública ni tanta presión de los mercados. El derrumbe griego puede provocar más que temblores de tierra, especialmente a los bancos franceses y alemanes. Grecia necesita un nuevo plan de ajuste y más ayudas para que los hijos de Ulises encuentren, de una vez por todas, el camino a Ítaca y no nos arrastren a todos los demás al naufragio del euro.