Cuesta entender cómo en la misma semana se juntan cayucos cargados de rostros asustados y atriles iluminados con ejecutivos redondeando cuentas. Cuesta entender que haya bandos a la hora de interpretar la desesperación de un migrante que se lanza a la mar oscura con la determinada intención de vivir.
Cuesta entender que los beneficios récords de banca y energéticas no se claven en los ojos del personal que sigue paseando el carrito por el súper sumando precios que no paran de batir también sus propias marcas. Cuesta entender por qué el sentido común ha de adscribirse a una sensibilidad política cuando tendría que tutelarlo todo.
Más o menos todos asumimos las reglas del mundo que habitamos, pero si nos resignamos a no solucionar las deficiencias, el problema se enquista y se acrecienta.
Más pronto que tarde, un migrante rescatado en el Hierro será llevado a la península, formará cuadrilla con un conjunto de trabajadores que se jugarán pellejo al colocar esas aspas gigantes que trufan nuestros paisajes y ayudan a generar energía. Casi todo está conectado en una realidad que no cuesta entender.