Tal como se expresaron el mismo Sánchez, sus aliados y las derechas, se enterró el diálogo entre diferentes, que queda limitado al entendimiento entre afines. Eso anticipa una legislatura, larga o corta, de falta de acuerdos y de imposición de una España sobre la otra, con riesgo de oposición y gobierno agreste en el Parlamento, en la calle e incluso en los medios informativos. Por lo tanto, las grandes decisiones y las grandes leyes, las que afectan a asuntos de Estado y requieren mayoría cualificada, resultarán imposibles.
Por lo tanto, la prioridad es evidente: tratar de evitar que la confrontación y el rencor visto en la investidura sea la característica de los próximos tiempos y vuelva a ser paralizante. Yo lo primero que haría sería tender puentes a la derecha, llamar discretamente a Casado, hacer lo posible para tener una oposición leal, y evitar que los rencores se trasladen a la calle. Porque si el tono parlamentario de estos días se traslada a la calle, peligra la convivencia. Y lo digo con cierta solemnidad: si algo demuestra la historia es que media España no puede gobernar contra la otra mitad.