Puede que los dirigentes de los partidos crean que los viejos nombres están gastados y no tienen nada novedoso que ofrecer, y entonces estaríamos ante un desgaste general de la clase política. Puede que la ideología ande de capa caída y se sustituya por la magia de los nombres populares, como si la política se dispusiese a ser como un plató de televisión, que poco le falta.
Puede que un nombre famoso atraiga más que una ejecutoria. Todo eso es posible, y debemos reconocer que, sin Quintos, sin Cayetana, sin Pepu, sin Montesinos, sin Bal, las listas pasarían desapercibidas. Por lo menos han dado noticia y tema de comentario.
Si además aportasen algo de aire y de discurso distinto, esta moda no estaría mal: sería abrir la política a la sociedad civil. Pero tanta bondad se oscurece ante la intención del designador: tanto en el PP como en el PSOE, también en Ciudadanos, lo que se ha buscado es la adhesión al jefe.
Los líderes no quieren críticos en su entorno. Los líderes sacrifican biografías a cambio de culto. Los líderes quieren aplaudidores y no incordios. Los líderes quieren estómagos agradecidos que garanticen sosiego interno. Y de momento les sale bien: fíjense la escabechina que hizo Pedro Sánchez, sobre todo en las listas de Andalucía, y el Comité Federal las votó por unanimidad.