Se les debe reconocer el mérito, la cualificación, la abnegación a nuestros médicos y enfermeros, pero el camino de la santidad y del heroísmo no puede utilizarse como una manera de encubrir la falta de medios y de recursos.
No tiene por qué jugarse la vida una enfermera o una doctora haciendo su trabajo en un hospital. Y me parece muy bien que se las aplauda a las ocho de la tarde. Lo que no puede suceder es que la sociedad los haya convertido en héroes cuando ni siquiera se lo hayan propuesto.
Ya veréis cuando la sociedad cambie de humores. O cuando los familiares de los fallecidos empiecen con las denuncias. Reclamando por qué no se les atendió como debían o se dio prioridad a los enfermos menos ancianos.
Y claro que no es culpa de los médicos el criterio de discriminación, pero sí van a tener que defenderse ellos solos. O los hospitales. Mientras tanto, se los reviste de una misión sagrada.
Lo acaba de hacer el Papa redundando en el populismo y en el oportunismo que tanto lo caracterizan. Si un doctora aspira a la santidad y un enfermero aspira a un monumento deber ocurrir por su voluntad y por su deseo, no porque la falta de condiciones los conviertan en carne de cañón y pedestal de martirologio.
Queremos a nuestros médicos sanos antes que santos.