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Monólogo de Alsina: "Sugerir salir en estampida del trabajo por el coronavirus es un disparate notable que sólo significa descontrol"

Siguen sucediendo cosas que nunca habían pasado. Por ejemplo, que por orden del gobierno se clausuren los colegios y las universidades en toda Italia diez días.

Carlos Alsina

Madrid | 05.03.2020 08:14

Anuncio inédito del jefe del gobierno italiano, Giusseppe Conte, doce días después del primer caso de coronavirus en este país. Lo que explicó ayer es lo que nos contaron aquí los médicos hace una semana: hay que contener la expansión no sólo para que el número de infectados sea el menor posible, también para que los centros de salud no colapsen. En Italia son dos mil quinientos los enfermos y ochenta los fallecidos.

En España, con doscientos enfermos y dos fallecidos (muy lejos de los datos de Italia pese a que ahora hemos sabido que el primer enfermo lo tuvimos, sin saberlo, en la primera quincena de febrero), también suceden cosas que antes no pasaron. La exhumación de cadáveres en Valencia es una de ellas. Además del enfermo de neumonía que falleció el día trece se han analizado otros dos cuerpos.

La consejera de Sanidad valenciana confirma que hay más necropsias sólo unas horas después de que el coordinador del ministerio, Fernando Simón, dijera que analizar cadáveres de hace tres semanas carece de sentido.

Cosas que no habían pasado nunca: que en Madrid se suspenda la traición de besarle el pie al cristo de Medinacelli este viernes; que en Girona se prohíba besarle el culo, con perdón, a la estatuta de la leona; que en la misa se prescinda del rito de darse la paz estrechando las manos; que los curas den la hostia (con perdón de nuevo) no en la boca sino en la mano; que los partidos de fútbol con equipos italianos se hagan a puerta cerrada y que el ministerio de Trabajo, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo (ni al cristo ni a la leona) difunda una guía sobre cómo actuar en los centros de trabajo que tiene a los empresarios fumando en pipa.

Sostiene el ministerio que en aquel centro donde se perciba un riesgo grave e inminente de contagio se pare la actividad de inmediato. Se preguntan las dos principales patronales cómo se mide el riesgo grave y cómo se come este documento que hace camino por su cuenta sin atender a las recomendaciones del ministerio de Sanidad. Si es Sanidad quien está estudiando y estableciendo qué actos se pueden celebrar y cuáles no, si es Sanidad quien ha explicado que no hay razón para suspender ni las universidades, ni los colegios, ni los transportes públicos, ni las fallas, qué sentido tiene que otro ministerio hable de interrumpir de inmediato la actividad y garantizar que los empleados puedan abandonarlo. ¿De qué escenario está hablando la ministra de Trabajo? Si un trabajador tiene síntomas lo que debe hacer es ponerse en contacto con salud pública para que los médicos valoren su caso. Pueden determinar que se aísle en casa o en el centro de salud, y son los médicos los que valoran si las personas de su entorno deben quedar también en aislamiento. Sugerir que ante un trabajador con síntomas los demás deben salir del centro laboral en estampida es un disparate notable que sólo significa descontrol. Sobre todo si no se aclara quién decide cuándo hay riesgo inminente.

Mientras el ministerio de Economía subraya que no hay, por ahora, efectos notables del coronavirus en la actividad económica y laboral del país y que se estudian medidas paliativas por si llegaran a ser necesarias, el de Trabajo saca por su cuenta un documento que más que certeza siembra desconcierto. El gobierno de coalición está resultando un experimento apasionante de cohabitación, o de soportarse mutuamente, más que de convivencia.

A los estudiantes éstos revienta actos de la Universidad Complutense hay que animarles a berrear menos y escuchar más. A vocear menos consignas como loros y aceptar la diferencias con más respeto. La universidad no es de los gritones, ni de los saboteadores, ni de los que aman los escraches.

Pablo Iglesias tiene el mismo derecho a hablar en libertad que cualquier persona a la que la universidad invite a exponer allí lo que piensa. Por ejemplo, Rosa Díez hace diez años. Y el hecho de que Iglesias, en aquellos tiempos (no tan lejanos) de profesor universitario alentara los escraches, los sabotajes y los gritos, no justifica que se le sabotee a él, se le escrachee y se le grite. No es excusa que se le esté dando a beber su propia medicina. El tiempo, se dice, pone a cada uno en su sitio. Pero la universidad, a pesar de los vocingleros y a pesar a algunos profesores que crían cuervos, está para aprender y para intercambiar, no para vetar.

Acudió el vicepresidente, antiguo activista, a predicar en la facultad donde hizo carrera y se encontró con un grupito que se cree portavoz de la clase obrera y dueño de la facultad cuando no es ni una cosa ni la otra. Iglesias se definió ante los alborotadores como modesto reformista y les trató de compañeros.

Y otra vez la matraca del fuera vendeobreros de la universidad. La tesis del conferenciante es ésta: él no ha dejado de ser lo que fue, sólo utiliza los medios de que va disponiendo para hacer cambios radicales en la sociedad.

Es comprensible que Iglesias se quiera ver a sí mismo ---o seguir viendo--- como un revolucionario pero hasta hoy lo que ha conseguido es estar en el gobierno (pisar moqueta) y subir el salario mínimo. Nada que pueda llamarse, en verdad, revolucionario porque todos los gobiernos antes del suyo lo subieron.

Si la nueva legislación sobre libertad sexual acabará siendo revolucionaria habrá que verlo. Es pronto para saberlo porque, por sorprendente que a usted le resulte, llevamos toda la semana dándole vueltas a un proyecto de ley que nadie ha visto. Bueno, lo han visto los ministros. Pero sólo ellos. Hay un texto aprobado por el Consejo de Ministros, un documento oficial, que permanece oculto a la opinión pública sin que nadie en la Moncloa alcance a explicar por qué.

A falta de texto, todo lo que tenemos es lo que los ministros dicen sobre él. Y sobre la trifulca interna que han tenido a cuento de lo bueno o lo malo que era el primer proyecto que presentó la ministra morada Montero.

Seguimos teniendo dos versiones. La del PSOE dice que el texto era manifiesta, y necesariamente, mejorable. No por estar hecho por mujeres, sino por estar hecho por principiantes. La de Podemos, que su texto se lo han cambiado porque lo habían hecho mujeres (y el ministro de Justicia y su equipo de juristas son unos malditos machistas).

Si Podemos está tan seguro de que su texto estaba bien y se ha recortado por un afán machista lo que tiene que hacer es explicar qué cambios se han producido para que podamos valorar todos si lo que se ha rebajado es el feminismo o la impericia. Tan mujeres son, después de todo, Irene Montero y Victoria Rosell como Carmen Calvo y Margarita Robles, aunque a Echenique igual le cueste creerlo. Y tan mal redactados pueden ser proyectos de ley de hombres prestigiosos como proyectos de mujeres igual o más prestigiosas que ellos. Incluso es posible redactar leyes entre hombres y mujeres. Ocurre todos los días, créaselo Echenique, en los Parlamentos. Que es donde se corrigen, se enmiendan y se hacen, en rigor, las leyes.

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