OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Catalá es un político que mira cómo sopla el viento y lo intenta aprovechar"

Mañana festiva. Hoy, madrugar hemos madrugado pocos. Primero de mayo.

@carlos__alsina

Madrid | 01.05.2018 08:01

Igual para usted primero de mayo significa que hay partido del Madrid con el Bayern en el Bernabéu. Eso es lo que tiene usted anotado en su agenda mental.

Pero para los más viejos del lugar primero de mayo significa salir a la calle. Con silbatos, carteles y pancartas. En ambiente festivo y a reivindicar. O sea, movilización sindical.

En los tiempos de gloria de los dos grandes sindicatos, la UGT y CCOO, la movilización iba mucho más allá de lo sindical porque se sumaban millones de trabajadores que no siquiera estaban afiliados. Era el músculo social que encarnaban Nicolás Redondo y Marcelino Camacho. El primer Cándido Méndez y Antonio Gutiérrez. Los tiempos de gloria que nunca volverán.

Hoy la movilización es sindical y sólo sindical. Sólo de los íntimamente vinculados a los sindicatos de clase. Con el mismo entusiasmo, el mismo ambiente festivo y el mismo esfuerzo en hacer creer que desde el sindicalismo se puede aún mover el mundo. Da igual cuántos manifestantes secunden hoy la convocatoria. Los líderes sindicales, Pepe Álvarez y Unai Sordo, proclamarán el éxito de la movilización. Como cada año.

Multitudinaria es la palabra que uno usa cuando sabe que es mejor no arriesgarse con los números. "Decisivo" es como uno se llama a si mismo cuando quiere levantar la moral de la parroquia.

Hoy la esperanza de los convocantes para que las marchas triunfen no está en los trabajadores sino en los jubilados. Los pensionistas han sido los más activos en la revindicación de lo suyo estos meses atrás. Pero también esa bandera llega tocada porque Rajoy se ha comido sus palabras y anuncia la subida de todas las pensiones de jubilación.

La reclamación popular que le parecía inasumible se volvió de pronto factible, justa y necesaria. Pero no por la fuerza de los sindicatos que animaban a los jubilados a concentrarse, sino por la fuerza de los cinco diputados del PNV. Urkullu le madruga las pensiones a Ciudadanos, al PSOE, a Podemos y a los líderes sindicales. Les comió la merienda a todos. Con Rajoy de colaborador necesario. Rajoy, el superviviente agarrado a un espejo. El náufrago que sólo contempla su propia imagen. Y se dice: sigo a flote. Son los demás los que no se paran de ahogar.

¿Qué lleva a un ministro de Justicia a señalar a un juez como elemento tóxico del sistema? ¿Qué empuja a un ministro de Justicia a sugerir que un magistrado no está en condiciones de juzgar? ¿Qué estaba buscando ayer Rafael Catalá cuando dijo en la Cope que el juez del jolgorio y el regocijo tiene un problema?

Con lo que se ha encontrado lo sabemos: una reacción unánime, monolítica, de todas las organizaciones profesionales de jueces y fiscales exigiendo su renuncia por haber cruzado todas las líneas rojas. El ministro que desliza insidias sobre un juez y pretende decirle al Consejo del Poder Judicial lo que debería haber hecho con él. Quién se habrá creído el ministro éste. Temerario, le llaman. Que dimita ya.

Para nadie es un secreto, en la judicatura, que Catalá y Carlos Lesmes se entienden poco tirando a mal. Otro choque en las alturas: el ministro contra el presidente de los jueces. El gobierno contra el Supremo, segunda parte. La crisis de España: quién da más.

La reacción de la carrera judicial era perfectamente previsible. Qué otra cosa iban a hacer cuando el poder ejecutivo enreda con malas artes en lo que hace o deja de hacer el poder judicial, ¿verdad? Pero la pregunta sigue siendo: ¿qué buscaba entonces el ministro Catalá? Catalá, que no es juez ni fiscal. Es un político. Un funcionario del que se dijo que tenía sólo perfil técnico cuando sustituyó a Gallardón, ¿se acuerdan? pero que le ha ido cogiendo el gusto a la brega política, a las encuestas y a los medios de comunicación.

Es un político que mira cómo sopla el viento y lo intenta aprovechar. O sea, lo que viene siendo un político. Catalá no fue el primero en señalar al juez del voto particular como una anomalía. Antes que él lo hizo una legión de comentaristas vehementes. Que aparte de machista y miserable tacharon a este juez de trastornado: de carente de juicio.

Esto que ahora se llama, con cierta ligereza, el clima social ha sido claramente adverso al juez Ricardo González. La pregunta más repetida era "qué tiene ese hombre en la cabeza". O qué hay que tener en la cabeza para ver en el vídeo de un abuso sexual jolgorio y regocijo. Se exigió su inhabilitación en manifestaciones populares. Algún periódico reclamó que el Consejo del Poder Judicial le sancionara por el tono insultante de su voto particular.

¿Qué buscaba el ministro Catalá metiéndose a tertuliano? No parece un secreto: aparte de soltarle una colleja a Lesmes, sumarse al clima social. Subirse a la ola. Agarrar la pancarta y convertirse en un manifestante más. Naturalmente, el ministro —porque es ministro— no puede meterse donde no le llaman, menos aún para tirar la piedra y luego esconderse debajo de la mesa de su despacho: esto de 'tiene un problema pero no diré cuál es'. Naturalmente que tiene razón las asociaciones judiciales al denunciar la temeridad que una declaración como ésa supone. Y la intromisión del poder ejecutivo en el poder judicial.

Pero…el clima social acompaña al ministro, y él lo sabe. No sólo porque el clima social ya había condenado al juez González por el jolgorio y el regocijo, también porque el clima social había condenado al Consejo del Poder Judicial y a las organizaciones judiciales por reclamar respeto a los tribunales. Se les ha acusado de corporativistas, de creerse por encima del bien y del mal, de pretender que de los jueces, y de su estado mental, no se puede dudar. Cuando salió Lesmes a decir que estaba en riesgo el crédito del sistema, ¿qué dijo Errejón?, que no son los jueces los que necesitan protección en España, sino las mujeres.

El clima social se ha introducido en el cuerpo de Catalá y ha poseído al ministro. Un gran escándalo, sí. Pero veamos qué ha hecho la oposición, la misma que le reprobó en el Congreso hace unos meses.

Primer dato: los líderes principales no han abierto el pico. Ni Sánchez, ni Rivera, ni Iglesias. Puede ser porque están todos de puente —la alarma social no alcanza a los festivos— pero también puede ser porque el ministro les ha colocado en una posición incómoda. No vaya a parecer que censurar a Catalá por señalar al juez del jolgorio y el regocijo parezca un respaldo al juez al que el clima social ya condenó.

Lo más significativo: lo de Margarita Robles. Hoy portavoz del primer grupo de la oposición y antes vocal del CGPJ. No sólo no critica al ministro sino que se pone de su lado. Y contra Lesmes, claro.

El ministro sabe de lo que habla, sostiene la antigua vocal del Poder Judicial. Al ministro alguien le ha contado cosas sobre el juez González, su problema singular y los avisos que llegaron al Consejo.

Hoy la tormenta descarga sobre el ministro. Dependiendo de lo que se vaya sabiendo, la tormenta puede virar. Del ministerio al Consejo General del Poder Judicial.

Qué momento de nuestra historia tan delicado —el Supremo desairado por jueces de otros países, Montoro chocando con Llarena, la fiscalía cuestionada por la mitad del Parlamento— qué momento más delicado para contribuir, desde el gobierno, al descrédito del Poder Judicial.