Monólogo de Alsina: "No sólo es el muro de Trump, sino cómo lo vincula a los delitos de sangre"
Les digo una cosa. No es sólo el muro. Es el discurso que acompaña al muro. La forma en que Donald Trump vincula la inmigración con los delitos de sangre. La sombra de sospecha que, al hacerlo, genera –intencionadamente-- sobre todo el que haya entrado a los Estados Unidos sin papeles.
El control de las fronteras no es una idea original de Donald Trump, sólo faltaba. Todos los gobiernos del mundo tienen puestos de vigilancia en los límites fronterizos. Recurrir al blindaje físico de la línea fronteriza —-el muro, la verja, la valla— tampoco es una aportación de este recién llegado que asegura saber hacerlo todo mejor y más a lo grande que nadie. Ayer ya comentamos aquí que hay poca diferencia entre la valla metálica que pretende levantar en Tejas o en Arizona y la valla fronteriza que nosotros mismos tenemos en Ceuta y Melilla. Asesores de Trump mencionaron en la campaña el caso español como ejemplo de que la impermeabilización de las fronteras está a la orden del día en la vieja y acogedora Europa. Es verdad que hay vallas, muros y todo tipo de barreras en los límites fronterizos entre unas naciones y otras.
Pero Trump, cuando habla de la política migratoria, no recurre al argumento del efecto llamada, o de la imposibilidad de acoger a todo el que quiera venir. Él de lo que habla siempre es de delincuencia. Del emigrante como elemento de peligro para la seguridad de los nacionales. Peligro físico. No se refiere a la infracción legal en que incurre quien permanece en Estados Unidos con un visado caducado, o quien está trabajando en la economía sumergida. Él de lo que habla es de las familias estadounidenses que han tenido que enterrar a alguno de los suyos asesinado por un inmigrante. Y por eso ayer, cuando quiso firmar ante las cámaras sus órdenes ejecutivas sobre política migratoria, invitó al acto —y fue mencionando— a familias golpeadas no por el crimen en general, sino por el crimen cometido por extranjeros.
Éste es el mensaje de fondo: que son estas familias, que sufrieron un golpe irreparable a manos de indeseables que nunca debieron haber entrado en Estados Unidos, quienes merecen que se localice, se detenga y en su caso, se deporte a esos extranjeros peligrosos que, al parecer, campan por sus respetos por las ciudades de Norteamérica.
¿Cuántos y quiénes son? Aquí viene la trampa. La trampa Trump. Que sin ofrecer un solo dato de quiénes son estos delincuentes que nadie, según él, ha querido detener ni encarcelar hasta hoy, lo que ordena a las llamadas fuerzas del orden es que localicen, detengan y lleven a centros de internamiento a todos los indocumentados hasta que se investigue si situación y se decida su destino. Advirtiendo a las llamadas ciudades santuario —-aquellas cuyas autoridades se resisten a perseguir a los sin papeles sólo por serlo— que les cortará los fondos federales. Y a eso es a lo que han salido a responder ya el alcalde de San Francisco, un senador de California o la Defensora del Pueblo de la ciudad de Nueva York: defenderemos a nuestros vecinos inmigrantes, han dicho, porque forman parte de la comunidad y merecen nuestro apoyo. Y si Trump cree que eso va a cambiar por firmar un papel, nos está minusvalorando.
Hay más, porque prepara el presidente nuevos decretos para suspender indefinidamente la acogida de refugiados sirios y declarar una moratoria sobre el asilo al resto de las nacionalidades. Los ciudadanos procedentes de Libia, Somalia, Yemen, Iraq, Irán y Sudán no podrán recibir, durante las próximas semanas, un visado para viajar a los Estados Unidos.
Y hay más. Porque se plantea autorizar de nuevo a la CIA a operar en cárceles secretas en otros países y porque defiende la eficacia de la tortura en el interrogatorio a detenidos.
Haré lo que mis responsables de seguridad nacional me aconsejen, pero funcionar, funciona. El ahogamiento simulado. A esta declaración quien ha respondido es el senador republicano John McCain: “Trump puede firmar todos los papeles que quiera”, ha dicho, “pero no vamos a volver a la tortura”.
Podemos, en la cuenta atrás hacia su congreso de febrero. Se las prometía muy felices Pablo Iglesias cuando tuvo la idea de hacer coincidir su congreso con el del PP para que los ciudadanos pudiésemos comparar qué sale de uno y qué sale del otro. Desde luego, más debate va a haber en el de Podemos. Pero igual demasiado debate para lo que pensaba entonces Iglesias. Mientras el PP presuma de su apacible reunión, sin versos sueltos y pequeños debates más aparentes que enjundiosos, en Podemos se estará librando la madre de todas las batallas: gran velada en el ring morado. Los de Pablo contra los de Iñigo. Sobre el papel, debaten cómo organizar el partido, no quién debe ser su cara más visible, el líder carismático. Pero en la práctica, y llegados a este punto, ya nadie disimula. Lo que está en juego es quién controla la organización y quién ejerce el liderazgo. Es Iglesias el que alimenta la idea de que Errejón, diga lo que diga, le está queriendo amputar la coleta.
A LAS NUEVE conoceremos la Encuesta de Población Activa.
Y a las nueve estará aquí el presidente del gobierno.
A ver qué cuenta.
La falta de Presupuestos nuevos sería catastrófica, dijo ayer Montoro, recuperando el estilo apocalíptico superlativo.