OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Los altos cargos son responsables de sus decisiones, pero equivocarse no es actuar de mala fe"

Diario de la pandemia. Veintiocho de abril. Ya queda un día menos para dejar todo esto atrás.

- Muere Michael Robinson a los 61 años.

Carlos Alsina

Madrid | 28.04.2020 08:26

· Hay personas a las que incomoda que un alto cargo se emocione en público. Ignoro por qué. Tienden a creer que es sobreactuación. Que el alto cargo finge que se duele para ganarse la simpatía de la gente. Creo que es una soberana estupidez. Nada me parece más natural que el nudo en la garganta de Margarita Robles en la morgue del Palacio de Hielo, las lágrimas de Díaz Ayuso en la misa de la Almudena o la voz temblorosa de la consejera de Sanidad de Castilla y León cuando ayer quiso pronunciar los nombres de los médicos, la celadora y la auxiliar fallecidos por el coronavirus en su tierra.

· De Isabel Muñoz, la primera persona a la que nombre ayer la consejera me habló en una carta Fernando Rodríguez, a primeros de mes, un oyente de Salamanca que había perdido a un buen amigo, Sansón, y a una médica de un centro de salud rural. La atención primaria. La medicina de proximidad.

· Verónica Casado, es médica de familia. Como es médico Javier Marión, director de Salud de Aragón a quien vimos emocionarse la tercera semana de marzo, en los peores días de la epidemia, cuando narraba las dificultades para dotar de medios de protección los médicos y las enfermeras. Los altos cargos, que tampoco son tan altos, son profesionales de lo suyo que lo hacen lo mejor que saben, o que pueden. Tienen la obligación de la eficacia, la previsión y la diligencia. Suya es la responsabilidad de las decisiones que toman. Y de las que no llegaron a tomar. Equivocarse no es lo mismo que actuar de mala fe. Y eso vale para una consejera, una presidenta autonómica, un ministro o un presidente. Todos ellos cargan con el peso de dos hechos que no son discutibles: han muerto casi veinticuatro mil personas con coronavirus en España y somos el país con más contagios entre los profesionales de la medicina. La protección imprescindible para trabajar, como admitió el presidente, llegó tarde.

· El calendario avanza. El mismo día que declaró el estado de alarma, el padre de Elena, 76 años, empezó a tener fiebre. Se lo comentó a su esposa, que tiene 74 --viven solos--, pero no quiso darle más importancia. A las cuarenta y ocho horas había empeorado tanto que tuvo que ir uno de sus hijos a llevárselo a urgencias porque la madre sola no podía. El médico lo mandó para casa porque en la plaza no se veía nada y no había test para analizar su infección. Un día después había empeorado de nuevo y se sentía tan débil que no quería ni moverse de la cama. De nuevo al hospital y esta vez ingresado con pronóstico grave. Era el día del padre. Los hijos llegaron a pensar que no saldría. Él, un hombre duro y poco dado a mostrar sus sentimientos, les dijo que mejor no le llamaran. Me cuenta Elena, una de las hijas, que era duro escucharle con la respiración apurada y la voz cambiada. Llegaron a decidir cuál de los hijos iría al hospital a despedirse en nombre de todos porque la madre también había caído contagiada. ‘Nos convencíamos a nosotros mismos de que mi madre lo pasaría como una simple gripe pero no fue así. Mi hermana, que había ido a cuidar de mi madre, también enfermó. Yo me bajaba al coche sólo para poder llorar a gusto sin que me escuchara mi hija’. El 27 de marzo pareció que el mundo se caía a pedazos. Pero el mundo, aguantó. Veintinco días estuvo hospitalizado el padre. Veintiséis la madre. Neumonía bilateral grave. Ambos consiguieron dejar atrás la infección y ya están dados de alta. La hermana no requirió de hospitalización.

· Como estos padres, más de cien mil personas han recibido el alta hospitalaria en España desde de que empezó la epidemia. Incluso para ellas, que pueden celebrar haber salido de ésta, la experiencia ha sido dolorosa. Han superado la infección, pero en algunos casos, muchos casos, las secuelas permanecen.

· Ayer contó Sergio del Molino en el programa que su hijo remoloneaba un poco el domingo, con eso de salir a la calle, pero que al final salió un rato y volvió como si fuera un niño nuevo. Gracias a que salió con la madre, pienso yo, y no con Sergio. Me hizo pensar de nuevo en que los niños tampoco son todos iguales ni viven las cosas de la misma manera. Sé de niños que bajaron tan ilusionados al portal de casa y justo al tener la puerta abierta y toda la calle por delante se quedaron bloqueados y se volvieron para casa. Y sé de niños como Álvaro, que no es que hayan disfrutado esa hora de sol y de calle, es que han renacido.

· Álvaro vive en Almería. No ve y no habla. Sufre una parálisis cerebral y necesita todo el tiempo el oxígeno. Si quieres imaginar cómo es te leo la descripción que hace de él su madre, Eva: ‘Tiene la sonrisa más bonita que se puede tener y unos ojos que te lo dicen todo’. Al principio del confinamiento, vaya. Pero hace quince días dejó de sonreír, unos días después empezó a llorar y en los siguientes estaba tan incómodo que se golpeaba la cara. El domingo, cuando salieron su madre y él... imagina cómo fue ver que primero sonreía y luego se echaba a reír del todo. Dice su madre: “daba saltitos con el culillo en la silla, como diciendo ‘ni se te ocurra parar’”.

· A los datos de cada día sobre la epidemia en España tendremos que sumar los del destrozo laboral que la epidemia está provocando ya en España. La primera señal la tuvimos con el paro registrado del mes de marzo, trescientas mil personas en la lista de parados, más de ochocientos mil empleos destruidos. Hoy sabremos cómo ha ido el primer trimestre con la otra forma de medirlo, que es la EPA.

· Nuestro sector turístico, motor fundamental del país, ha encajado dos golpes que enfrían la expectativa de salvar el verano. El embajador británico advierte que sus compatriotas tardarán meses en venir por miedo a contagiarse. El gobierno alemán ve improbable que se reanuden los viajes a España. En febrero, cuando se canceló el Mobile, el gobierno insistió en que no teníamos aquí una crisis de salud (aún no la teníamos). Sabía que aparecer como país con riesgo sería un revés para el turismo. Aparecer hoy como segundo país del mundo con mayor número de casos es un escollo casi insalvable.

· Oigo hablar de la desescalada, y de cuándo se abrirán las puertas de las casas y me acuerdo de Manuel y de sus dos tiendas de ropa en Málaga. La desescalada para él es saber cuándo y cómo podrá reabrir y qué ropa podrá vender, si el dinero previsto para adquirir producto ha tenido que dedicarlo a atender los gastos familiares. No es sólo recuperar la actividad, es recuperar qué actividad, con qué previsión de consumo y teniendo que recalcularlo todo.

· Escuché al ministro Ábalos asumir ayer que el transporte público va a tener problemas para absorber la demanda de viajeros de antes con las nuevas normas de distancia. Y que habrá que recurrir al coche particular en las grandes ciudades. En diciembre estábamos celebrando la cumbre contra el cambio climático y hoy estamos sacando otra vez el coche. Volverá la contaminación pero llevaremos mascarilla todos. Cuánto vamos a entender a los chinos en esto que el gobierno se empecina en llamar la vuelta a la nueva normalidad. O es nueva, o es vuelta.

· No entendí el tono en que habló Ábalos sobre los test. Como si hubiera que elegir entre tener test para el mayor número posible de personas y tener camas de hospital. Como si ambas cosas no fueran necesarias.

El test no cura, en efecto, nadie dijo nunca que lo hiciera. Pero el test sirve para saber cuál es la situación de cada uno, sirve para contener la expansión de una epidemia, sirve para saber dónde están los focos. Sirve para todo eso que el gobierno al que pertenece el ministro viene explicando y que es la causa de que se haya metido en un estudio que va a testar a 35.000 personas.

· Tampoco entendí lo de Casado. Esto de que hay que hacer el test a todos los de españoles porque si no, no hay manera de poner en marcha la economía.

Hombre, a toda la población. Cuarenta y siete millones de españoles. Veamos: Islandia es el país que más test ha hecho en proporción a su población. Tiene 365.000 habitantes y ha hecho el test a cincuenta mil. 14 % de la población a día de hoy. El test es voluntario y gratuito. Ningún país ha testado a toda su población ni lo va a hacer. Como sabe Casado.

· Creo que fue hace dos semanas cuando el presidente Sánchez presumió por primera vez de estar haciendo más test que los demás países. Desde entonces, no pasa un día sin que el gobierno martillee con esta idea. Ayer fueron el presidente primero, en twitter, y el ministro Illa después quienes publicitaron un ranking de la OCDE que sitúa a España como el octavo país que más test ha hecho en proporción a su población.

En rigor, la OCDE no ha estudiado nada. Lo que ha hecho es copiar el banco de datos de la universidad de Oxford. Con una salvedad que llamó pronto la atención de quien lo mirara. Aparecen los datos de 36 países, cuya fuente es la universidad, y el de España, que tiene una fuente distinta, la Moncloa, que hace las cuentas de una manera distinta al resto. Este detalle convierte el ránking en lo que Ignacio Camacho llamaría un trucho, una cosa raruna. Aplicando aquí los mismos criterios que en el resto caemos del puesto octavo al décimo quinto. Tampoco es que sea una variación sustancial, ni parece que vaya a cambiar la impresión que cada un tengamos de cómo se han hecho las cosas, pero el afán del gobierno por sacar pecho digamos que ha quedado un poco desinflado. Sin más.

· Leo que el Financial Times estima que hay un 60 % más de fallecidos por el coronavirus que lo que están calculando los gobiernos. Pero viendo cómo ha llegado a esa conclusión no hay mucha novedad: ha hecho el diario lo que todos los medios habíamos hecho ya en España, por ejemplo: comparar la mortalidad de marzo de 2019 con la de marzo de 2020. Marzo y lo que llevamos de abril. Y atribuir la diferencia al coronavirus. Ya es una verdad ampliamente asumida que el dato oficial de fallecidos deja fuera varios miles de personas que murieron sin diagnosticar.

· Una de las pocas cosas buenas de una pandemia es la cantidad de disciplinas nuevas que aprendemos todos. Después de graduarnos en epidemiología, análisis de curvas y planificación de desescaladas, ahora lo estamos aprendiendo todo sobre fotografía, teleobjetivos y perspectiva. Nunca se dieron tantas explicaciones sobre las cuatro fotos que más han circulado reflejando aglomeraciones, supuestas, de padres y niños desconfinados una mañana de domingo. Hasta en El programa de Oliver (perdón, la rueda de prensa de la Moncloa) estuvieron el presentador y sus expertos comentando las portadas.

Seguramente está siendo Oliver el secretario de Estado más expuesto desde los tiempos de Miguel Ángel Rodríguez. Y la exposición en política, qué gran verdad, de una forma u otra se paga.

· Cosas sorprendentes que pasan: mira esto que le pasó el otro día a Rafa, que vive con su novia en Madrid y baila en el baño cada mañana la sintonía de La España que Madruga. Vive con su novia y con su abuela Celia, 88 años, que no baila. Rafa estaba a las ocho esperando al Facciamo cuando me escuchó contar la historia de un tal Javi que está en Holanda, que tiene diez hermanos y cuya madre echa canicas en un bote cada vez que le da una vuelta al patio. Y Rafa grita de pronto: ¡el Morilla, ése es el Morilla! Porque resulta que él conoce al tal Javi y de pronto ha sentido lo del hilo invisible que une Madrid con Holanda pasando por Cádiz.

· Éste no es un programa de felicitar cumpleaños (al menos, cuando no hay pandemias) pero ya que Pablo ha cumplido 29 este fin de semana, vamos a dejar constancia. De Pablo sé poco: que vive en Cantabria, que es oyente nuestro y que tiene a la novia en Extremadura, también oyendo. Llevan dos años juntos. Bueno, dos años menos mes y medio porque la cuarentena les tiene físicamente separados y radiofónicamente juntos.

Ah, la novia se llama Pilar y es muy fan de La España que Madruga.

· Le ha pasado lo mismo, pero multiplicado por varios miles de kilómetros, a esta oyente que tiene a su pareja, piloto del ejército, destinado en Gabón. Iba para un mes, pero lleva cuatro por culpa del coronavirus.

Pues yo se lo digo. Aunque ya lo habrá escuchado.

· Ya que estamos, felicidades a Marina, que cumple hoy años estando embarazada (otro niño que viene). Y que, a falta de fiesta multitudinaria tendrá que conformarse con su marido. Pedro, que se pregunta, como me pregunto yo, cómo viviremos todos el día en que se termine la cuarentena, si como un día de alegría plena o de pesadumbre por todos los que no han llegado a verlo.

· Hoy disculpamos a una familia entera que igual no está para cantar el Facciamo. No porque le haya pasado nada malo sino porque le está pasando algo muy bueno. La familia está creciendo.

· Aclaremos a esta hora la garganta porque llega el momento de hacer como que creemos que el cielo sigue siendo azul y los mayores están bien. O lo que sea que es lo que cantan, rebeldes, los niños como Adur que se inventan la letra sin sentir cargo de conciencia por el destrozo.

· Vamos a ir pensando en editar un recopilatorio con los mejores momentos del Facciamo con voz de pito.

Han escuchado ustedes a Miguel, Santiago, Eire y un joven no identificado. Todos ellos llegarán a la edad adulta y con cincuenta años escucharán a Ombretta Colli y sentirán como les traslada a su infancia confinada. Todos a una: Facciamo. Finta. Che.

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