Apenas llevamos 100 días de Gobierno y madre mía qué intensidad. Quién nos iba a decir que el mayor desafío a Sánchez esta legislatura se lo iba a plantar un sanchista. Y no uno cualquiera. Uno de los padres fundadores del sanchismo. Su ex amigo y ex secretario de Organización, su ex todopoderosa mano derecha, su ex ministro Ábalos. Y que iba a hacerlo, además, de una forma muy sanchista.
Porque si hay alguien a quien ayer recordaba Ábalos cuando ayer salió en el Congreso a plantar cara al ultimátum que le había dado su partido, desafiando la autoridad del presidente del Gobierno, por quien se sentía traicionado, si hay alguien a quien Ábalos recordaba, digo, en ese desafío frontal a Sánchez era al propio Sánchez. Cuando en el 2016 renunció a su escaño de diputado para no abstenerse en la investidura de Rajoy, salvando las distancias, aquello también fue un shock en el PSOE. Esta última vuelta de tuerca del 'No es no', sin embargo, no la vimos venir.
Sánchez calculó mal el ultimátum a Ábalos. Calculó mal la cantidad de lealtad, de desesperación y de orgullo del ex ministro. De lo primero le faltaba y de lo otro le sobraba. Lealtad, desesperación y orgullo, de eso también está hecha la política.
Cuando por el caso Koldo la dirección del PSOE le dio a Abalos el ultimátum para que renunciara a su acta de diputado y, con ella, además, a su nómina, y su aforamiento, Ábalos debió de calcular que tenía más que perder yéndose que enfrentándose él solo contra todos. Y al caso de corrupción se suma ahora la historia de una traición en vivo.
Porque si el exministro apuró hasta el final antes de anunciar que no, que no dejaba el acta de diputado, que prefería irse al grupo mixto que a casa, dicen hoy las crónicas que fue en parte porque esperaba una llamada de Sánchez ofreciéndole una salida que nunca llegó. Y, sin salida, prefiere el desafío. Puro manual de resistencia.
¿Moraleja?
Ver a Ábalos en el grupo mixto sí que no estaba previsto.a