Ayer pudimos ver un raro ejemplo de liderazgo político. Una valentía inusual en la cima del poder. Tan inusual que es fácil equivocarse y verla como debilidad ante la falta de costumbre de encontrarse con algo así. La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, anunció su renuncia al cargo después de cinco años. Dijo que ya no tenía la energía que hacía falta para hacerle justicia al cargo.
Se había acabado su tiempo. No porque el trabajo fuera demasiado difícil, dijo, sino porque creía que el liderazgo consistía en dar todo lo que se tiene durante el mayor tiempo posible, y sentía que se había acabado el tiempo. Su renuncia seguramente sea la mejor oportunidad para que su partido retenga el poder en las elecciones de final de año y dejar paso a otro líder. Antes de que su legado se deteriore, se retira ella. Veo más fuerza que debilidad en saber cuándo es el momento de marcharse.
En las antípodas de Jacinda Ardern hay muchos nombres. Muchos líderes con una visión patrimonialista de su cargo de esos que sienten que han hecho tanto por su país y su causa que la historia les debe un epílogo innecesario. Pero de todos los ejemplos de políticos que no saben cuándo su tiempo ha terminado, que van sumando esfuerzos cada vez más indignos para aferrarse a un cargo, no se me ocurre ninguno mejor que el de Carles Puigdemont. Irse se fue, escondido en un maletero, el ‘president’ se fue para no tener que irse a prisión. Y ahí sigue, en Waterloo, aferrado a un cargo inexistente. Negándose a aceptar lo que todos los demás podemos ver. Casi todos los demás.
En la manifestación independentista que hubo ayer en Barcelona, muy escasa, por cierto, un manifestante sujetaba una pancarta con la cara de Puigdemont que decía ‘No surrender’. No te rindas. La sostenía mientras abucheaban a Oriol Junqueras al grito de ‘Junqueras, traidor, te queremos en prisión’. Los mismos que ponían lacitos amarillos y repetían ‘llibertat presos politics’ reclaman ahora devolver a prisión a uno de sus líderes. La decadencia de los liderazgos que se alargan demasiado no solo afectan a los líderes, también a sus fans. Qué difícil es aceptar que algo se ha terminado.
¿Moraleja?
Hay líderes que abandonan el cargo con elegancia, otros militan para siempre en la arrogancia.