Lo del Barça es más entendible, más asumible, porque fue un partido de poder a poder en Bilbao, en San Mamés, en la Catedral, donde el Barça jugó con más previsiones, menos riesgos y tuvo sus ocasiones claras, que las desbarató Unai Simón, un porterazo de 22 años, que fue fundamental en la victoria del Athletic que llegó en el descuento, con un gol, como no, de Iñaki Williams, qué jugador tiene el Athletic con este chico.
Lo del Madrid fue un sorpaso inesperado, aunque posible, de la Real, que pasó por Madrid como un viento frío y huracanado, que heló al Bernabéu. La Real hizo una primera parte fantástica, sin complejos, con valentía y jugando muy bien.
Aprovechando los despistes crónicos de Marcelo que ahora se agravan con la lentitud propia de los años y de la suplencia, tampoco Sergio Ramos tuvo un día excepcional, y a su lado Militao hizo más grande el agujero, y esta vez no estaba Casemiro para taponar las heridas, y por ese agujero defensivo el Madrid se desangró ante la rapidez de esos chicos de la Real, de apenas 20 años, que corrían como pumas y que solo le dieron opción al Madrid cuando Odegaard se retiró lesionado, y a Isak le cambió posiblemente para darle descanso pensando en el partido del domingo con el Athletic y cuando la Real ganaba 1-4, pero fue hacer esos dos cambios, y el Madrid se les echó encima y a punto estuvo de llevárselos a la prórroga. Habría sido injusto, porque la Real fue mejor durante más tiempo, y mereció pasar a esas semifinales que se van a sortear este medio día.