La Superliga china ya no es un cementerio de elefantes para las estrellas que van apagándose en Europa sino un retiro lujoso y multimillonario para futbolistas en pleno apogeo de su carrera. Sólo en este mercado de invierno los clubs han invertido 130 millones de euros en la liga española para llevarse a jugadores como Bakambú (Villarreal), Jonatan Viera (Las Palmas), Juan Cala (Getafe) y el dúo Carrasco-Gaitán, cuya salida del Atlético de Madrid se hizo oficial ayer mismo.
Jonatan Viera, centrocampista creativo de Las Palmas, con 28 años, pasará de cobrar 1,7 millones netos en Canarias a percibir 6 netos en China; El belga Carrasco cobrará 10 millones netos, a Fernando Torres le han ofrecido 15 y a Iniesta le ha llegado una descomunal propuesta cercana a los 35 millones netos por temporada.
Se llevan jugadores veteranos, pero lo que de verdad necesitan es crear una base de aficionados que soporte el espectáculo que pretenden, además de conseguir una cantera de niños, que les dé el resultado final que buscan: una selección de fútbol potente.
El gobierno chino ha impuesto el fútbol como una asignatura más en las escuelas, y la fiebre del fútbol comienza a subir; preocupado por la salida de capital del país, ha empezado a poner trabas, especialmente para los clubs no saneados económicamente.
En ese caso, si una entidad en pérdidas realiza un desembolso para fichar a un jugador extranjero deberá pagar esa misma cantidad a un fondo común para el desarrollo del fútbol base del país. También se impuso la norma de obligar a los equipos a alinear en cada partido al mismo número de jugadores extranjeros que de locales sub 23.
Todo me parece bien, salvo la ingenuidad con la que compran futbolistas, y la sospecha de querer usar el fútbol como narcótico adormidera de una sociedad civil que empieza a interesarse por otras cosas.