en 1784

La historia de dos ingleses que intentaron, sin éxito, promover el cambio de hora

A menudo se atribuye al político e inventor Benjamin Franklin, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, la idea del cambio de hora para ganar horas de luz…. Aunque en realidad, nunca fue tan lejos en aquello. Simplemente escribió una sátira, en 1784, sugiriendo que la gente debería levantarse antes en verano, al amanecer.

Juan Carlos Vélez

Madrid | 29.10.2018 10:51

Un siglo más tarde, dos ingleses intentaron, sin éxito, promover el cambio de hora para aprovechar mejor las horas de sol.

George Vernon Hudson nació en Londres en abril de 1867. De crío era un entusiasta de los insectos. Se pasaba el día buscando, leyendo, coleccionando. Fíjate si era entusiasta, que para cuando tenía 14 años -acababa de mudarse con su padre a Nueva Zelanda- ya tenía un considerable muestrario de insectos británicos en su colección y había publicado un artículo en ‘The Entomolgist’, publicación de referencia para entomólogos de todo el mundo.

En sus expediciones en busca de insectos, el chaval decía “es que anochece muy pronto en verano”. Realmente era un problema porque, si por la mañana tenía que trabajar en la Oficina de Correos de Wellington, le quedaban muy pocas horas de sol libres. Lo ideal sería adelantar el reloj dos horas en verano, y así tenía más tiempo y podía buscar mejor, y atrasarlo otro par de horas en inverno, que ahí daba igual porque no iba a estar buscando gusanos, escarabajos, ni demás bichos.

Así que en 1895, presentó la idea a la Royal Society of New Zealand, argumentando que “el efecto de esta alteración permitiría alargar todas las operaciones que se hacen durante el día un par de horas y que los días más largos darían más oportunidades para disfrutar del cricket, la jardinería, el ciclismo o cualquier otra afición por las tardes”.

Y, aunque la idea sonaba seductora, lo rechazaron. Se rieron de él. Le dijeron que las horas del día son las que son, y que “llamarlas de forma diferente no alteraría el tiempo”.

George Vernon Hudson llegó a ser un reconocido entomólogo en Nueva Zelanda, pero no tuvo éxito en su propuesta.

Tampoco William Willett, otro británico. Nació al sur de Londres en Agosto de 1856. Estudió filología, pero luego trabajó en la empresa de construcción de su padre: Willet Building Services. Se ganaron cierta reputación al sur de la capital por sus construcciones de calidad.

Willet paseaba mirando fachadas, construcciones, edificios. En las mañanas de verano advirtió que había demasiadas cortinas echadas, así que en 1907 publicó un folleto titulado ‘The Waste of Daylight’ (“El Derroche de Luz Solar”). ¿Qué proponía Willett? Pues que los relojes debían adelantarse 80 minutos en verano, pero debía hacerse de forma progresiva. Había que adelantarlos 20 minutos, a las dos de la madrugada de los domingos de abril. Y para invierno, al revés, atrasarlos 20 minutos cada madrugada de domingo de septiembre.

¿Te imaginas? Un jaleo.

Sin embargo, Willett consiguió el apoyo de un parlamentario inglés que intentó varias veces sin éxito promoverlo como proyecto de Ley. Incluso Winston Churchill, siendo todavía un joven diputado, lo promovió de forma discreta. Se llegó a hacer cargo de la propuesta un comité parlamentario. Willett defendía que con esta medida se podían ahorrar dos millones y medio de libras de la época en gastos de iluminación. No era ninguna broma. Pero ni por esas.

Willett murió de gripe, de forma repentina, en 1915. Así que no vivió para ver cómo, al año siguiente y motivado por la necesidad de ahorrar carbón tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, el parlamento británico aprobó el cambio de hora, basándose en algunos de los argumentos de Willett. Aunque como lo de los 20 minutos sonaba muy complejo, el 21 de mayo de 1916 los relojes se adelantaron, por primera vez, una hora en Gran Bretaña, permitiendo ahorrar carbón, mejorar la Defensa del Reino Unido como se dijo entonces y, seguramente, que muchos más críos tuvieran más horas de luz para buscar insectos.