CON JAVIER CANCHO

El experimento Genovés

El plan consistía en estudiar cómo surgen los espasmos de la ira que desencadenan la violencia.

Javier Cancho

Madrid | 02.07.2019 11:43 (Publicado 02.07.2019 11:40)

Esa era la búsqueda. Y, en concreto, la idea del experimentó surgió durante un secuestro en noviembre de 1972. Santiago Genovés fue un antropólogo español graduado en Cambridge, que -siendo adolescente- llegó como refugiado a México después de la Guerra Civil. Décadas más tardes, siendo considerado ya una referencia científica, vivió un secuestro aéreo en primera persona. Y mientras el resto del pasaje soportaba una situación de pánico y temor generalizado, él estaba encantado, excitado, observándolo todo. Llevaba parte de su vida estudiando el comportamiento violento y en aquel momento, a 10.000 metros de altitud, tenía ante sí una situación real de máxima tensión, con los dos vectores fundamentales de la violencia: la furia y el miedo.

Toda mi vida, decía Genovés, he querido saber porque la gente se pelea.

Ojo por ojo todo el mundo acabará ciego. La frase de Gandhi le parecía la mejor descripción de la actitud humana. Y Genovés estaba determinado a encontrar mecanismos con los que aminorar las reacciones violentas. Aquel secuestro fue para Genovés una inspiración y resolvió crear una situación similar. Decidió que el laboratorio sería en una balsa cruzando el océano. Él ya se había colocado ante el espejo íntimo del mar, en una expedición a través del Atlántico en un bote hecho con juncos. Sabía que el aislamiento del océano es el que más intensamente puede sacar lo escondido en la profundidad del ser humano.

La balsa tenía una pequeña vela y una cabina donde no era posible ponerse de pie. Fue diseñada para once pasajeros, sin motor ni electricidad, sin barcos de asistencia ni vuelta atrás. Para elegir a sus conejillos de indias Genovés publicó un anuncio en varios periódicos del mundo. Antes elegir a las personas ya tenía claras las estrategias para provocar conflictos y las herramientas para examinarlos. Eligió cuatro hombres y seis mujeres para acompañarle. Eran de diferentes nacionalidades, religiones: había desde una capitana sueca a un cura angoleño. Y determinó que dentro de la balsa los hombres tuvieran tareas más subsidiarias. Fue a ellas a las que confirió la mayor capacidad de decisión a bordo. Y así el 13 de mayo de 1973 la balsa partió desde Las Palmas de Gran Canaria con destino a la isla mexicana de Cozumel.

Los periódicos se entregaron a una retórica lasciva sobre lo que podía ocurrir durante el viaje. Se escribía sobre la balsa del sexo. Y aunque hubo sexo cruzando el océano, no fueron ese tipo de relaciones las que marcaron el viaje. Tampoco hubo rasgos significativos de agresividad en el laboratorio flotante. Cubierta la mitad de la travesía, tras 51 días, Genovés, contrariado, anotó en sus libretas: nadie parece recordar aquí que estamos tratando de hallar una respuesta a la pregunta más importante de nuestra época: ¿podemos vivir sin guerras?

Genovés terminó por asumir que él fue el único que en la balsa había mostrado agresividad. Y, al tiempo, las pulsiones más oscuras se dirigían contra él. El próximo septiembre se va a estrenar un documental con testimonios de los que están vivos 40 años después del experimento. Y lo más terrible que recuerdan es haber fantaseado con la posibilidad de asesinar al inductor por su empeño en la crispación. Varios reconocen que imaginaron tirarlo por la borda. Pero nada de eso sucedió. No hubo discordia en el grupo, al contrario se formó un vínculo sólido. Genovés pensó que había fracasado. Pero, quizá no sacó las conclusiones adecuadas: las seis mujeres, la mayoría entre los expedicionarios, fueron el factor clave en espantar los conatos de violencia.