La brújula

La carta de Fernando Ónega a las negociadoras del Gobierno tras la reunión con los transportistas

Fernando Ónega dirige su carta, en La brújula, a las ministras que estuvieron presentes en la negociación con los transportistas.

Fernando Ónega

Madrid | 22.03.2022 23:44

Buenas noches a las negociadoras del gobierno con los transportistas.

Son ustedes cuatro damas de demostrado poder y alta influencia. Las cito por orden alfabético: Nadia Calviño, la autoridad económica; María Jesús Montero, ama de llaves de las arcas públicas; María José Rallo, gran técnica, secretaria general de Transportes, y Raquel Sánchez, ministra del ramo, y el ramo es Movilidad y Agenda Urbana, para el vulgo ministra de Transportes.

Me van a permitir ustedes un retrato imaginario del encuentro. A un lado, los fornidos hombres de la furgoneta y el tráiler, acostumbrados a interminables horas de carretera por la autopista y el puerto de montaña, comida de guerreros y cama en la cabina del camión. Al otro, uñas quizá pintadas, un retoque de carmín en el último minuto, inteligencia demostrada, lo más selecto de un gobierno que presume de feminista. Si quisieran, podrían usar sus armas de mujer. Como no quieren, usan las armas de su formación.

A un lado estaban los machos del camión; al otro, las damas de la gobernación

Hablaron de hombre a hombre, pero hay algo que no se puede evitar, porque es lo que retratan las fotos: a un lado estaban los machos del camión; al otro, las damas de la gobernación. Esa foto no se había visto nunca, dicho sea en honor del gobierno que más hizo por empoderar a la mujer. Por eso la escena merece un recuadro en la pequeña historia que cuenta la radio. Quienes ya tenemos una edad recordamos otros diálogos: los de Alfonso Guerra, los de Fernando Abril Martorell en aquellos tiempos de la transición. Su arte era bien distinto. De Fernando Abril se hizo fama la versión política de la canción de Sabina: "y nos dieron las diez y las once, las doce y la una, las dos y las tres".

Y pasadas las cuatro, allí seguían, ebrios de cafés y agotados de sueño, los políticos y los sindicalistas, los gobernantes y los oponentes, los transportistas de hoy allí seguían, sin desnudarse al amanecer, pero con un acuerdo firmado. Tiempos aquellos. Técnicas aquellas. Victorias por agotamiento. Y yo, deformado de nostalgias, no puedo evitar dos provocaciones. Primera, al camionero hay que ponerle enfrente el músculo de un camionero que hable su lenguaje. Y segunda: el negociador no tiene horas, tiene la historia por delante. Y la historia, ay, no tiene las urgencias de un tuit.