El asunto del Brexit tiene un punto sentimental y absurdo. Cantaron en el Parlamento Europeo Auld Land Syne agarrados de las manos, pero perfectamente podrían haber cantado la jota de la Maripili que la ha pillado el toro y ya sabemos cómo sigue.
Después de tres años de vaina, a Inglaterra se la despide con cierto alivio, como ese fulano que agoniza durante meses y cuando se muere, los periódicos titulan “Al fin murió Fulano”.
Boris Johnson es el perfecto británico, pues lo británico consiste en que cualquier cosa puede ser un perfecto británico. El Reino Unido va del clown Nigel Farage a Milton, que ya contó esto en 1667 en su Paraíso Perdido, un poema de 10.000 versos sin rima y doce libros, más o menos como la negociación que viene ahora. Eva ve la manzana y dice TRAE P’ACA y entonces Adán y Eva derraman una lágrima a las puertas del Paraíso. Pronto se secó.
A los británicos les costó mucho decidir si se iban, ahora tienen que decidir a dónde.
Para explicar las cosas hay que ir a Milton y al Carnaval de Cádiz, croquetamente a la chirigota de los Fantasmas, que en 2002 iban de unos tipos que habían largado a la mujer y decían esto: “Voy de alegre divorciado, voy a aprovecharme de mi libertad. Vuelvo a ser como yo era y ahora ligando me voy a jartar. De momento está la cosa más bien chunga.