No peco especialmente de supersticioso, menos aún después de haber vivido en el número 13 de mi calle de Madrid, pero voy a subirme al carro de los temores infundados y las alegrías sin base demostrable para pensar que, si Londres me ha recibido con sol pese a que a mi amiga Ana no pare de lloverle en Abbey Road, es que esta aventura de corresponsal va a salir bien.
El día de la llegada a Londres empezaba en Sevilla muy temprano, a las cuatro de la mañana, para llevar a mi hermano de 18 años al aeropuerto. Se va de intercambio una semana a Italia. Amanecía en mi ciudad mientras tomaba café, algo más tarde, con mi madre justo antes de que se fuera a trabajar. Con el sol fuera, paseaba a mi perro por el barrio. Para los dos primeros un largo abrazo de despedida y hasta pronto, y muchos besos. Para el perruno de la familia un achuchón.
Poco después estaba en un avión destino a Gatwick, uno de los aeropuertos cercanos a la capital británica, y a una velocidad devértigo, miraba en todas direcciones en la céntrica estación de tren de Victoria. Ya estaba en Londres... La gente caminaba de un lado a otro haciendo gala de la internacionalmente conocida indiferencia londinense (no de las personas sino de la propia ciudad en su conjunto)
Carolina, mi amiga, apareció para poder algo de familiaridad a la llegada. Algo de calor para compensar la frialdad del recibimiento británico. Aunque no esperaba que fuera de otra forma. Leí una frase que me marcó en 'Historias de Londres' de Enric González: 'Londres es de una indiferencia majestuosa'. Y no esperaba yo que conmigo hiciera mudanza en su costumbre.
Al poco ya estábamos 'en casa', en el 21 de Grove Street, deseando soltar las maletas.
Un largo desplazamiento en bus primero y en metro después hasta Leicester Square, en pleno corazón de la City, y unas pintas de cerveza en 'The Zoo bar' un pub típico londinense en cuanto a lo estético, pero nada convencional (o quizá cada vez más sí) en las conversaciones. La mayoría eran en español. Nadie me supo explicar el porqué de tanto compatriota allí, pero aquello parecía una reunión de expatriados. Unos acababan de llegar, como yo; otros llevaban años, uno o dos; unos venían con trabajo, otros con casa pero, la mayoría, llegaba aquí sin prácticamente nada para enfrentarse a la ardua tarea de buscar piso y trabajo.
Lo primero es caro y lo segundo, en función de lo que se busque, puede llegar a ser complicado (la mayoría prueba suerte en el sector de la hostelería, la restauración, y las tiendas de moda). Pero Londres ya no es tanto la 'ciudad (europea) de las oportunidades' como lo era hace pocos años. En este tiempo, la tasa de desempleo ha superado a la media del Reino Unido (que ronda ahora un 7% que, a ojos españoles, puede sonar a risa). Bien es cierto que este año, gracias a la celebración de los juegos olímpicos, la tasa se redujo en la capital hasta el 8%.
Pese a ello, la gente sigue llegando desde todos sitios. Emilio, un empleado de banca, recibe cada semana a decenas de españoles a los que echar una mano en el trámite (algo más complicado aquí) de abrir una cuenta. Un cuestionario, identificación, algunos datos, y una cita previa son algunos de los pasos a seguir en un trámite que persigue evitar la evasión de capitales.
Los míos ya están hechos. El viernes que viene, me abren la cuenta. La otra gestión del día, comprar un teléfono móvil 'de aquí' también ha sido completada con bastante éxito, pocas libras y limitadas prestaciones del terminal.
Para termina el día, una pinta de cerveza. Una 'Stela' a vuestra salud, una de las muchas cervezas que hay en el reino que, este año, ha alcanzado la histórica cifra de 1000 'breweries' o 'fábricas de cervezas' (es la traducción literal pero, por extrapolación, son tipos de cerveza). 1000 sabores con los que brindar a la salud de su Majestad La Reina.
Se puede decir que, con esto, ya estoy listo para ponerle 'un ojo' al Reino Unido desde Londres.