Conviene a la economía que haya emprendedores, que los jóvenes estén más por la labor de arriesgar su propio dinero y esfuerzo en una idea de negocio que en pasar a formar parte del mundo laboral desde el trabajo por cuenta ajena. Pero como todo en esta vida, hay que valer.
La crisis ha borrado determinados conceptos que antes nos sabían a cotidianos, el de “mileurista” por ejemplo, que era un pobre desgraciado, para dar paso al concepto general de que la persona que tiene un empleo es afortunada, tenga el salario que tenga. Antes quien montaba una empresa era un simple autónomo o empresario de toda la vida, ahora quien se lanza al vacío para invertir ante un mercado de consumo totalmente descapitalizado es un emprendedor.
Hemos vestido los términos a nuestro gusto, o más bien al gusto de los intereses del mercado laboral. Se encumbra, se apoya, se le da alas a cualquier joven dispuesto a mostrar una de negocio frente a la nueva realidad de crisis en el mercado laboral, deslocalización de las empresas y globalización de los mercados.
El problema es que no todas las ideas valen y triunfan, y esa imagen se nos olvida muchas veces, solo vemos al triunfador, el que se ha estrellado con su idea de negocio no sale en los papeles, y esta figura sin triunfalismos también debería estar en esas jornadas, para que todos los ejemplos cundan y no caer en la equivocación de que con pasión, trabajo y ausencia de miedo se puede generar negocio, hay que tocar tierra y no despreciar la actitud de análisis. Un buen paracaídas es útil ante esta inercia generalizada de emprendedurismo, muchas veces en la modalidad de caída libre.