Cuando alguien me niega el saludo me produce una mezcla de asombro, indignación y preocupación a la vez. Digo preocupación porque siento que es algo cada vez más generalizado entre los jóvenes y entre los no tan jóvenes. Puedes entrar a un vestuario y toparte cara a cara con quien sale y este otro ser incapaz de decirte un “buenos días”. Percibo que son cada vez más generalizados los silencios sociales que pueden resolverse desviando torpemente la mirada hacia otro lado o simplemente descansando en el salvavidas del tan socorrido móvil.
Creo que en las aulas habría que dedicarle tiempo desde niños a enseñar a comportarse en sociedad, algo que antes se llevaba mejor. Desde mi punto de vista, a una persona que sabe decir un “buenos días” o sus variantes temporales, un “adiós”, un “gracias” o un “perdón” debería abrírsele inmediatamente las puertas del mundo laboral. Este simple ritual que necesitamos remarcar desde pequeños prepara a la persona para vivir en sociedad, consciente de que delante de sí mismo tiene al otro.
Sin embargo, estas actitudes están en vías de extinción y, cuando las percibes positivamente en tu entorno, sueles pensar: “¡qué bien educado está!”. Todo lo demás es signo de una sociedad caparazón: egoísta y ensimismada. Una sociedad de masas, de aglomeraciones, de fiestas, de centros comerciales, de redes sociales y ruido, pero incapaz de ver a quien tiene enfrente de sus narices.
Quizás pueda parecer exagerado, pero negar el saludo es un signo muy visible de tu actitud social. Forma parte de los nuevos tiempos donde para muchos se hace imposible el agradecimiento, simplemente porque está atrincherado en sus cosas. ¡Cómo cuesta agradecer! ¡Cómo cuesta comprender la generosidad de los que nos rodean! Sus trabajos, sus capacidades, a veces simplemente su presencia. ¡Cómo cuesta aceptar al otro! ¡Cómo cuesta aceptar nuestras diferencias! Pero no, vivimos navegando por nuestro ego, incapaces de decir algo más que un “feliz cumpleaños” por WhatsApp o un patético “DEP” cuando alguien muere. La pantalla y lo digital se convierten en refugios para no tener que interactuar en serio con los demás y echamos mano de convencionalismos sociales sin más mérito que el del cumplir, porque en el rumbo de mi vida se ha instalado el “yo, mi, me, conmigo” y, si voy justito con aquellos que me rodean, apañados van los que no conozco, esos desconocidos que se cruzan en la vida contigo y a quienes muchos no le ofrecerán ni un triste “hola”.
Debería retomarse la buena educación cívica, la de verdad, esa que mejora a una sociedad, la que sabe que todo marcha mucho mejor con la colaboración de todos.